jueves, 31 de mayo de 2018

El último baile de Iniesta


Durante años anduvimos glosando las divinidades de los futbolistas que formaban la segunda unidad de la selección española. Ellos dotaban al equipo de ese toque de distinción que solamente ofrece el detalle certero, el pase en el momento justo, el regate solemne que desatasca una jugada desde cualquier costado.

Resultaba que los Silva, Iniesta, Busquets, Pedro y Fábregas funcionaban dentro del mecanismo porque, junto a ellos, jugaban otro cuatro tipos con alma de líder y pie de seda. Probablemente España no encontrará un líder silencioso como Puyol, experto, además en apagar cualquier conato de incendio en la zona defensiva. Pero si España no sufría en el aspecto defensivo no era por la exclusividad presencial de Puyol sino porque justo un paso por delante, encontraba el tácto sutil de Xabi Alonso y el incansable dinamismo de Xavi Hernández.

Xabi y Xavi han sido, probablemente, los dos mejores centrocampistas en la historia de nuestro fútbol. Dos líderes que escalonaban sus posiciones para no molestar su fútbol. Alonso iniciaba y Hernández culminaba. Si a la hegemonía aplastante de la sala de máquinas sumamos el irrepetible romance con el gol de David Villa, explicamos porque la selección dominó durante un lustro el panorama futbolístico mundial.

Para los jugadores de la segunda unidad resultaba fácil destacar porque, en realidad, viajaban en un yate capitaneado por cuatro estupendos marineros. Pero cuando los capitanes se fueron bajando, uno a uno, en los distintos puertos de su destino, acaeció el trauma de la sucesión. De repente, los tipos que ejercían como complemento, debía ser los mismos que tomaran el timón de la nave.

Los comienzos fueron duros. El mundial de Brasil ya puso a España con los pies en el suelo y los primeros partidos de clasificación de cara a la Euro de 2016 fueron tan traumáticos como preocupantes. No era sólo que España jugase mal, es que no encontraba un tipo sobre el que hacer circular la pelota. De repente nos dimos cuenta de que Piqué no era Puyol, que Silva no era Xavi, que Koke no era Alonso y que Diego Costa no era Villa. Eran excelentes jugadores, sí, pero no los mejores del mundo en sus puestos. Asimilar aquello condujo a una intranquilizante depresión.

Es menester de un buen entrenador manejar los recursos disponibles y saber encajar las piezas de modo que el engranaje funcione de manera correcta. Del fútbol, como sabemos, se encargan los jugadores. Si algo caracterizó a Del Bosque a lo largo de su carrera como entrenador es su sapiencia en la gestión de grupos y en la tranquilidad a la hora de superar las situaciones adversas. Ante el alarmismo, recapacitación.

Para encontar el equipo y, sobre todo, para reencontrar el juego, Del Boque tuvo que tomar algunas decisiones que, aunque perecieran sencillas, hubieron de resultar trascendentales. La confianza en el eje de seguridad formado por Casillas, Ramos y Piqué fue plena y eso reforzó el discurso por encima de las adversidades porque ningún otro futbolista ha sufrido más la crítica que el portero del Oporto y el central del Barça. Ante la ansiedad, confianza.

Lopetegui viró el timón de los designios confiando en el bloque que le dio éxito como entrenador. Más allá de los intocables, comenzó a introducir varias piezas de recambio a las que otorgó plena confianza. La selección de hoy, más allá de los pesos pesados, es la selección de Isco y Asensio. Y promete ser la selección de Thiago y Carvajal. Y quien sabe si la de Saúl y Iago Aspas. Ante el desacierto, concienciación.

Pero la decisión más importante de este nuevo plan de choque es la de retrasar la posición de Iniesta hacia el eje de creación. Se trata de entregar al capitán el timón de la nave y hacerle saber que él es, a día de hoy, nuestro mejor jugador. Iniesta no tiene la capacidad organizativa de Xavi pero su fútbol es casi igual de intuitivo y, sobre todo, más desequilibrante. Sin Xavi España dejó de gobernar la posesión, pero con Iniesta espera conquistar la gloria de los últimos metros. Para ello se necesita una rápida adaptación del trío de ataque. Isco, Busquets y Silva ya conocen el sistema, ahora les toca a Rodrigo y a Diego Costa saber qué es lo que el equipo quiere de ellos. Ante la duda, capacidad de resolución.

martes, 29 de mayo de 2018

De entre los muertos

Existen futbolistas tan especiales que necesitan de un ambiente propicio para sentirse capaces de desarrollar su juego. En ellos no sobrevive el instinto salvaje de los competidores insaciables; son tipos de calidad excelsa, que viven del detalle, del momento y que, para tener continuidad, piden a gritos un equipo que le arrope, un tipo que le tire paredes y dos flechas por los costados a quienes regalar caramelos en forma de pase definitivo.

La liviandad se sana con inteligencia, la falta de carácter se compensa con entusiasmo, la indecisión defensiva se perdona siempre y cuando exista un carácter ofensivo de género resolutivo. Durante un par de temporadas los más escépticos, aquellos que sobreponen el músculo a la inventiva y priman el esfuerzo sobre la intuición, rebautizaron a De Bruyne como ese juguete roto en una cuesta abajo irreversible. La mayoría, deseosos de hincar el colmillo en su fracaso, ahondaron en el problema, sin detenerse a sopesar sobre cuál podría ser la solución.

Un equipo a la medida de De Bruyne es un equipo que contragolpee con vértigo, un equipo que junte músculo en el medio y capacidad creativa arriba. Un equipo de laterales verticales y repliegue sensato con la idea primordial de salir disparados hacia arriba buscando el apoyo del tipo que aclare el juego en uno o dos toques. De Bruyne encuentra el espacio como pocos porque piensa rápido y corre sin dejar de mirar el desmarque de sus compañeros. Regatea fácil porque tiene una culebra en la cintura y pone el balón donde quiere porque tiene un guante en el pie. Sin duda, es una de las mejores noticias de esta Premier tan disputada. Los genios, durante un tiempo, son capaces de dormir dentro de su lámpara, pero cuando sabes frotar el metal, saben regresar al mundo de los vivos y, cuando lo hacen, es para hacer realidad nuestros mejores deseos.

lunes, 28 de mayo de 2018

Sobrevivir a Cristiano

La pole position no se gana sólo con suerte. Hacen falta constancia y esfuerzo y, sobre todo, hace falta mucho talento. Este Real Madrid de hoy es el fruto de años de maduración a la sombra del mejor Barça. Cuando miraban como ellos se comían el mundo y se repartían las copas, se miraban a los ojos y supieron que, aprendiendo a perder, quizán también serían capaces de aprender a ganar.

Durante un tiempo se agarraron a los goles de Cristiano y a los impulsos eléctricos, pero este ciclo ganador se explica desde otras perspectivas menos conceptuales. Mientras dirimíamos las diferencias entre dos futbolistas generacionales, nos dimos cuenta de que la verdaderas dificultades residían en lo que acontecía alrededor. Mientras el Barça no pudo sobreponerse a actuaciones limitadas de Messi, el Madrid sobrevivió a partidos malos de Cristiano; lo que aclaraba una cosa por encima de las demás: más allá de las estrellas, existía el equipo.

El Madrid ha juntado un grupo capaz de creer, capaz de resistir, capaz de deslumbrar y, como se ha comprobado, capaz de ganar. Por ello, por interponer el grupo por encima de la individualidad, ha sabido sobreponerse a la inopia de Ronaldo en los tres últimos partidos. Sus actuaciones en semifinales y la final fueron más testimoniales que presenciales y, sin embargo, el Madrid terminó ganando porque ha cuajado un equipo superlativo; un portero milagroso, dos laterales acongojadores, dos centrales solventes, tres medios de talento y tres tipos arriba que arrasan por donde pisan. El fútbol, más allá de las estrellas, es de quien sabe jugarlo. Bien lo sabe este Madrid y bien lo sabía aquel Barça que, a diferencia de este, no respiraba únicamente de las intenciones de Messi sino que era una coral donde hasta los saques de banda sonaban a música celestial.