viernes, 26 de mayo de 2017

El equipo por encima del método

La capacidad para asombrar es el recurso exclusivo de los que cuentan con la capacidad de generar
magia. El talento, el trabajo y, sobre todo, el genio, son elementos diferenciadores a la hora de distinguir a los muy buenos de los mejores. Existen en el mundo un ramillete de grandes equipos pero solamente uno, el Real Madrid, ha conseguido alcanzar, a base de inversión y cierta dosis de trabajo, esa excelencia irredenta que lo ha convertido en el mejor equipo del mundo. Un Dream Team en toda la extensión de la palabra contra el que nadie puede competir fuera del campo pero que, en el mismo, sigue ganando batallas gracias a sus dosis de talento y, por qué no, un poquito de suerte.

Y es que, más allá, de la búsqueda infinita, es posible que no exista el equipo pluscuamperfecto. Es por ello que la Juve, próximo rival del Madrid en su camino hacia la leyenda infinita, cuente con el derecho propio, adquirido gracias a un bloque sólido y un ramillete de títulos, a soñar con lo muchos creen considerar como imposible. Porque, aunque en el cuerpo a cuerpo, es posible que los italianos salgan perdiendo, es el valor de la estrategia y la táctica donde puede jugar su carta ganadora.

La Juve ya no es el típico equipo italiano al uso porque, más allá de los tópicos, ya casi no existen los equipos italianos al uso. Desde que el país refundó su fútbol, sus instituciones y su estilo, en Italia se juega un fútbol más divertido y más extemporáneo. Es cierto que muchos equipos carecen de ese rigor táctico que les caracterizó en el pasado, pero este fútbol sin corsés es mucho más lícito y, sobre todo, está sirviendo para que el Calcio vaya creciendo exponencialmente en materia competitiva. Son muchos los que piensan que la Juventus se está paseando en su campeonato año tras año, pero más allá de logro, pervive un trabajo intenso con el que el equipo bianconero sobrevive en lo más alto salvando trampas y quebrantando emboscadas.

Y es aquí donde sobresale la figura de Massimiliano Allegri. Tras la marcha de Conte, muchos temieron al vacío y a la desazón. Pero lo que hizo la directiva juventina fue mover ficha de la manera más inteligente. Para ponderar la figura de Allegri, hace falta viajar unos años atrás en el tiempo. El trece de diciembre de 2011 un Milan en pleno proceso de autodestrucción deportiva, visitaba el Camp Nou para dirimir un duelo, en principio desigual, ante el mejor equipo del planeta. Aquel Barça, liderado por Xavi y coronado por Messi, era una máquina casi perfecta que ganaba por confección y por convicción. Lo que encontró aquel día, ante un equipo venido a menos, fue una tela de araña que terminó por ahogarle. No fue la primera vez que aquel Barça se atragantó ante el Milan en aquella temporada. En el segundo partido del grupo, el Barça tuvo que tirar de arrestos para levantar un partido que se le había puesto a cara de perro y en el cruce de cuartos de final, necesitó de dos penaltis para derribar el muro que había diseñado Allegri. De alguna manera, y sin que el mundo casi no se hubiese dado cuenta, el entrenador italiano había conseguido el antídoto para detener al mejor equipo de la última década. Si Mourinho logró aquella liga fue porque, más allá del método, contaba con los jugadores ideales para conseguirlo.

Es posible que la Juve eche de menos algunos aspectos del método Conte. Es posible que el ex futbolista del equipo sea tipo más metódico y experto en el trabajo anímico, pero nadie puede poner en duda el valor estratégico de Allegri. Un tipo que estudia cada enfrentamiento como una partida de ajedrez y que sitúa sus piezas en el tablero de una manera casi perfecta. El hombre que ha conseguido que el equipo sobreviva a la marcha de sus tres centrocampistas emblema; Pirlo, Vidal y Pogba, y haya sabido recomponer el sistema con jugadores tan dispares como Pjanic, Khedira y Cuadrado. Algo que habla de la versatilidad de su trabajo; el equipo por encima del método y los jugadores por encima de las necesidades. La mala noticia para el Real Madrid es que ya sabe que tendrá que jugar muy bien para ganar la final. La funesta para la Juve es que ya sabe que cuando el Madrid de Zidane ha buscado la excelencia, generalmente la ha encontrado.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Y entonces el Atleti dijo no

Todo se había puesto de cara. El ambiente, el marcador, la fe y hasta la congoja del rival. Los platos estaban puestos sobre la mesa, solamente faltaba degustar el banquete y entonces, como un chiquillo que se aburre de su juguete favorito, el Atleti dijo que no, que cambiaba de juego y que, además, no le apetecía sentarse a cenar. Y entonces regaló el balón, y traspasó la fe a su rival, y apareció Isco, y se acabaron los sueños. Por un momento, sólo por un momento, más de un...o nos vimos de pie en lo más alto de una cima llena de sueños. Nos han vuelto a eliminar. Si tiras de lógica, es sensato reconocer que ha sido hasta lo más lógico; son mejores, tienes más recursos, más poder y más pegada. Pero más allá de reconocimientos y felicitaciones, joder, qué bonito ha sido soñar aunque solo haya sido durante un rato. Qué bonito es sentirse orgulloso de tu equipo de fútbol aun cuando no ha conseguido el objetivo. Muchos buscan ganar. Es lógico. Es hermoso y gratificante. Es hasta extasiante. Pero más allá del logro final, somos muchos los que pedimos a nuestro equipo que no caiga, que siga en pie y que compita. El gol se compra con dinero y las copas se ganan con talento, pero el orgullo tiene un precio tan barato que a veces hasta causa sonrojo perderlo. Nos han vuelto a apear del camino y sin embargo lo sigo manteniendo. Hemos sido eliminados y sin embargo me voy a la cama sin una lágrima.

martes, 9 de mayo de 2017

La quintaesencia

La energía tiende a fluir. Se sostiene sobre la naturaleza y sin lógica alguna se va desparramando por el cosmos de tal manera que nos permite sobrevivir agarrados a su condición desprogramada. La materia, más allá de las causalidades, se distingue por su condición alimentadora. Tierra, agua, fuego y aire. Hubo quien quiso descubrir un quinto elemento, una quinta forma de materia que, convertida en energía, sería capaz de responder a muchas de las preguntas sobre el universo.

Cuando Kevin Keegan abandonó Liverpool, todos los que habían contemplado, gozosos, el ascenso imparable del equipo, quedaron desolados. Se marchaba el principal motor, el hombre que convertía en oro los contragolpes y el pilar sobre el que se sustentaban las aceleraciones finales. Un alquimista impaciente que decidió marcharse a Alemania para dar un empuje a un fútbol que amenazaba con conquistarlo todo una vez más. Pero más allá de la materia, perduraba la energía. Desde Glasgow, como un gaitero celta ávido de güisqui y cerveza de malta, llegó el tipo que cambiaría para siempre el rumbo del club.

Kenny Dalglish no sólo era rápido y hábil, sino que era listo. El Liverpool perdió un referente en ataque pero ganó un delantero con alma de centrocampista. Combinaba con frenesí en el centro del campo, peleaba cada pelota como si fuese el último premio del mundo y dibujaba definiciones magistrales en cada aparición en el área. Suyo fue el gol que le dio al equipo la primera Copa de Europa. Suyos fueron siendo los goles que fueron encumbrando al Liverpool como el mejor equipo del mundo y de sus botas nació la energía necesaria para convertir a los reds en una tormenta perfecta de tierra, agua, fuego y aire. Más allá de los elementos, la gente se agarraba el tipo que les hizo soñar en grande porque suya fue la gran responsabilidad de liderar a un grupo de grandes futbolistas. Neal, Kennedy, Souness, Rush, Case y Highway le buscaban porque él era la materia oscura sobre la que gravitaba aquel universo. La quintaesencia.


lunes, 8 de mayo de 2017

El pie derecho de Dios

Para jugar bien al fútbol hay que contar con varias e imprescindibles cualidades. A los mejores se les exige a medida que van aportando soluciones sencillas ante problemas complejos. Los buenos de verdad saben pensar y jugar y hay muchos que con algún buen recurso ejecutado a la perfección son capaces de hacerse un hueco en la élite. Un buen pie, una visión periférica y el esfuerzo denodado de quien no se siente inferior al resto fueron recursos más que suficientes para convertir a David Beckham en un estupendo jugador de fútbol. Muchos, con esa tácita memoria que nos convierte a veces en esclavos de nuestras mentiras, quieren recordar a Beckham como el futbolista que servía goles desde la banda y clavaba en las escuadras los lanzamientos de falta, pero realmente el icono inglés del siglo XXI fue mucho más que un tipo con un buen pie. Sabía recorrer el campo de punta a punta ofreciendo esfuerzo y solidaridad. Sabía jugar siempre con el compañero mejor colocado y, sobre todo, sabía encontrar el espacio ideal en las inmediaciones de la portería contraria.

No son pocos los madridistas que conservan en formol, dentro de su memoria, aquella noche en Old Trafford en la que el Real Madrid, después de varios vaivenes, se reencontró consigo mismo en un partido en el que todo lo que tenía que salir bien le salió bien. Pero son pocos los que recuerdan que, regate de tacón de Redondo aparte, el auténtico golazo del partido lo anotó ese tipo de mirada fruncida, sonrisa perfecta y cabeza rapada que regresaba a Preston en cada cruce, levantaba los “oooh” en cada centro y seguía soñando con ser el mejor en cada disparo a portería.


miércoles, 3 de mayo de 2017

El chico que dio la puntilla

Las instantáneas eternas son aquellas que quedan reflejadas en la memoria colectiva. Son esas señas de identidad que definen a ciertas personas y detallan el sentimiento de ciertos personajes. Son esos momentos esotéricos a los que la gente se apunta y gusta de decir "yo estuve allí" porque muchas veces la historia es irrepetible y no da una segunda oportunidad de volver a sentirla.

Los gestos más icónicos, por conceptuales, son aquellos que pasan el tamiz del tiempo y se colectivizan en la liturgia. El primer conato de arrebato lo arrancó Piqué desde el sentimiento el día que levanto la mano al cielo y le dijo a la afición rival que sí, que lo habían vuelto a conseguir y habían vuelto a anotarle cinco goles que dolían como cinco puñales en el corazón del madridismo. Desde entonces hasta aquí, el Madrid aprendió a combatirle al Barça cerrándole los espacios y Piqué tuvo que buscar en las redes sociales su lugar común para deshojar las margaritas sentimentales. Pero de aquel día, más allá del baño memorable y la palma de la mano girando sobre una muñeca encendida, quedó la imagen de un chico en carrera frenética contra el córner celebrando lo que sería, a la postre, su última gran aparición a nivel internacional.

Jeffren Suárez era un niño de ascendencia venezolana que había aprendido a jugar al balón en un descampado de las Islas Canarias. Asombrados por su velocidad y su finísimo regate, los ojeadores de los grandes equipos de la liga no tardaron en tender sus redes pero finalmente fue el Barcelona quien pescó en río revuelto. En la Masía fue quemando etapas hasta asentarse como titular en el equipo filial. Fue entonces cuando le llegó la gran oportunidad. En un equipo cuyo mecanismo funcionaba con la precisión de un reloj suízo, la aparición de cualquier extremo rápido y con sentido del juego era acogida con cariño por el resto del plantel porque la consigna seguía siendo la misma. Los laterales apretaban, el mediocentro iniciaba y los interiores ponían la pelota en el lugar exacto. Alves, Xavi, Busquets, Iniesta y Abidal. Cinco tipos con cerebro de director y pies de artista que empujaban al equipo rival hasta ponerlo de espalda a su propia portería. Como un grupo condenado ante el pelotón de fusilamiento.

 La sublimación de aquel equipo se finalizó el día que le anotaron cinco goles a su máximo rival y consiguieron dejar a Mourinho con la boca cerrada y las ganas de vengarse bien sujetas en la solapa. Aquella noche, mientras el público jaleaba su entusiasmo ante el soberbio recital de fútbol, Guardiola dio entrada a Jeffren para hacerle partícipe de una fiesta con muy pocos precedentes. El chico, ansioso por agradar y ávido por sumarse al festín, encontró el área en un desmarque de ruptura y vació el quinto gol contra las mallas de un Casillas que, durante horas, hubo de quedarse cariacontecido mientras intentaba analizar los errores que le habían llevado a una de sus peores noches como guardameta.

Aquel estruendo en el Camp Nou fue silenciándose en la memoria de Jeffren a medida que tiempo fue siendo cruel carcelero de sus ilusiones. Buscó una salida para tomar empuje y creyó que en Lisboa todos le adorarían como la perla azulgrana que, realmente, jamás consiguió ser. Allí había vivido a la sombra de Pedro y aquí habría de vivir ante la sombra de su propio pasado. Terminó decepcionando tanto que buscó una cesión en el Valladolid y en Pucela volvió a visitar el fondo del pozo y soñando más con vivir que con triunfar del fútbol busca su penúltima salida en la segunda división belga. Los designios
son así de duros; un día estás en la punta del iceberg y cuando quieres despertar te has hundido con todos tus sueños. A Jeffren le quedará el regusto eterno de haberse sabido protagonista ante los ojos del mundo de una de las noches más mágicas en la historia reciente del fútbol.




martes, 2 de mayo de 2017

Volver a levantarse

El dolor se expresa con lágrimas, con fuego en la garganta, con un silencio frustrante, con un gesto de incoherencia, con una patada al aire, una caricia en el alma, una ensoñación interrumpida. La rabia se expresa sin argumentos, sin frenesí, sin raciocinio, sin silencios. La rabia es un gol en el último minuto, un fuera de juego no pitado, un penalti fallado, una expulsión innecesaria. El dolor no se agarra a nada porque busca una coartada y no encuentra más que la verdad. Toca volver a llorar, toca volver a ver esa asquerosa sonrisa de superioridad. Toca volver a asumir que no estuvimos a la altura. O asumir que quizá esta no es nuestra altura. Y toca, otra vez, volver a levantarse.