martes, 10 de junio de 2014

D10S

Para llegar a valorar la dimesión de un hombre es necesario hacer inventario de todos sus logros. Con los deportistas, ascendidos a héroes en una época en la que el gol es el alivio de los ciudadanos, basta con saber qué consecuciones son las que se pueden escribir con letras mayúsculas. En el caso de Maradona, el niño enclenque que pateó a gol en todos los campos de tierra de Buenos Aires, las mayúsculas se usan para rememorar todas y cada una de sus victorias. Porque aún escupiendo el césped de la derrota, todo en Maradona fue tan épico que no se le conocen derrotas más acá de la raya de cal. La vida, tan traicionera con los humanos como legendaria para los héroes, le dio todos los golpes que supo esquivar a los más férreos defensores. Cuando salía del campo se dejaba cazar por los Bérgomis de turnos, por los Scireas del área chica y por los Baresis de bar de mala muerte. Era allí donde se dejaba las miserias, donde el profeta de San Paolo se hizo carne, donde el pelusa de Villa Fiorito se convirtió en mortal.

Pero la inmortalidad vivió para siempre en su zurda. Seda mágica, guante celestial, prosa imaginativa. La zurda de Dios dibujó goles por la escuadra, centros imposibles, regates inverosímiles. Verle conducir el balón era ver a Ulises regresando a Ítaca; todo pasión, valor incontrolado, un capitán en tierra hostil esquivando el sonido de las sirenas. Un zigzag de ensueño dibujado en un cuadro vocal de Víctor Hugo Morales. Barrilete Cósmico. La pelota cosida al pie y cientos de botas impotentes tratando de cazar a la presa. Un ídolo en la revolución del sur; un mesías napolitano que declaró la guerra a los tiranos del norte. Y, como Perseo en un arrebato de furia, consiguió cortar la cabeza de la Medusa y enseñarla al mundo como trofeo. Normal que no le olviden. Normal que le idolatren.

Como idolatran su ya desgastada figura allende los mares, en la Argentina que le parió y a la Argentina a la que devolvió la gloria en un verano Mexicano. Pudo ser gloria doble de una noche romana del noventa, pero el rocoso muro alemán y un mal árbitro le privaron del lugar de privilegio en los altares del fútbol. Allí, dicen, habita Pelé, ébano brasileño que situó al Santos en el mapa y convirtió el fútbol en samba. Allí, dicen quienes le adoran, solamente habita un dios pagano a quien han de rendir pleitesía cada treinta de octubre. El Diez planea en el recuerdo y la iglesia maradoniana, vestida de celeste y blanco para la ocasión, reza su particular padrenuestro. Solamente él, en lo dimensial y en lo sobredimensional, podría ser capaz de atravesar los límites de lo cotidiano. Su fútbol era de oro. Su calidad inigualable.

Maradona no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero, tiene el don celestial de pegar muy bien al balón, es un guerrero. Versos inolvidables, ritmo pop, bailes esféricos, goles de la más bella factura. En una villa nació, fue deseo de Dios, crecer y sobrevivir a la humilde expresión. Enfrentar la adversidad con afán de ganarse a cada paso la vida. La gente le sigue cantando, la trece le sigue añorando y un país con el puño apretado sigue gritando por Argentina. Le dimos gracias a Dios por el fútbol, por Maradona y por las lágrimas. Si hablamos de los mejores futbolistas de la historia debíamos empezar por él. El único. D10S.