martes, 31 de mayo de 2011

El líder perfecto

Generalmente identificamos como líder a ese tipo capaz de aglutinar una manada a su alrededor con el oficio de su palabra y dirigirlos hacia una misión concreta sin que ni siquiera puedan preguntarse si merece la pena el objetivo. Cuando la recompensa es satisfactoria, todos son capaces de alabar la labor de su director de orquesta, y si no lo es, de tan comprometidos como están con su causa, son capaces de volver a saltar el puente con tal de demostrar al mundo que hasta la teoría de la gravedad puede tener un resquicio por donde atacarla.

Existen líderes capaces de generar guerreros, de convertir tipos apacibles en auténticos mercenarios de una causa, son tipos maquiavélicos pero eficaces porque, aunque elijan el camino más empedrado, al final terminan alcanzando la meta sin pararse a contar cuántos cadáveres dejaron tras sus pasos. Son príncipes de maquiavelo dispuestos a alcanzar una meta y arrancar, en su faena, un puñado de olés selectos; solamente cabrán en su proyecto aquellos hombres que estén con él, los que no crean su credo bien pueden morir en el intento o bien pueden abandonar la nave como las ratas que pronostican el naufragio.
Pero hay otros líderes más carismáticos, más pulcros en su objetivo, más estéticos en su palabra; son maestros del estilo, computadoras del sentimiento, perfeccionistas de la enseñanza. Cuando Guardiola llegó al Barcelona se encontró con un muy buen equipo en miras de mejora. No era fácil convencerles porque el grupo ya lo había ganado todo, porque estaban en la parte baja de la espiral anímica y porque las estrellas del equipo se habían convertido en divas de vestuario. La gestión de líder pasó por limpiar la casa y hacer mejores a los buenos. Con Ronaldinho y Deco fuera de onda y Eto'o advertido para la siguiente baza, Guardiola supo sacar provecho de un esquema definido, de un estilo de juego implantado veinte años atrás y de una cantera que era un vivero de las mejores especies.

En 2008, Puyol, Xavi e Iniesta eran tres grandes jugadores que habían liderado la victoria de España en la Eurocopa de Austria y Suiza. Guardiola les convirtió en algo más. Puyol dejó de ser un defensa racial para convertirse en el macho alfa de la manada, Xavi dejó de ser un buen pegapases para convertirse en el aglutinador de todo e Iniesta dejó de ser un jugador indefinido para convertirse en el mejor conductor eléctrico del equipo; cuando faltaba chispa, bastaba una arrancada de Andrés para desconectar al rival (como en el gol de Eto'o en la final de Champios de 2009).

Y luego estaba Messi. Antes de Guardiola, Messi era un tipo hábil con el balón, con una culebra en la cintura y un chicle en cada pie. Arrancaba desde el extremo para dibujar diagonales, desequilibrar al lateral rival y rematar goles al segundo palo. Con Guardiola, Messi se convirtió en el mejor jugador del mundo; un futbolista total que abandonó la banda para convertirse en centrocampista y goleador, en obrero y artista, en genio y figura. No es únicamente tarea del líder la de convertir a su grupo en competitivo, la principal misión es la de convertirles en lo mejor que pueden llegar a ser.

Este Xavi, este Iniesta y este Messi, esta santísima trinidad, no existiría sin Guardiola, igual que no existiría el rigor táctico de Busquets, ni la inteligencia emocional de Pedro, ni la omnipresencia de Piqué, ni la intución divina de Valdés ¿Quién ha sido capaz de convertir a un centrocampista aguerrido, como Mascherano, en un defensor central de inteligencia italiana? ¿Quién ha sido capaz de hacer de un atleta sin condiciones técnicas, como Abidal, un purasangre de competitividad insaciable? Todo es obra de Guardiola, el líder perfecto.

lunes, 30 de mayo de 2011

Extremos

Durante los últimos años, los que amamos a la selección española como un pedacito de nuestro propio corazón, hemos podido disfrutar de un equipo de magníficos centrocampistas liderado por tres creadores de magia infinita: Xavi Hernández, Xabi Alonso y Andrés Iniesta han dotado a España de una identidad, de un prestigio y de un tipo de jugador que ha querido instalarse en nuestro fútbol como una marca con denominación de origen.

Pero no siempre fue así. Durante años, tanto Xavi como Xabi, con Guti en la recámara de los defenestrados, hubieron de vivir a la sombra de tipos más fajadores como Albelda, Baraja o Iván Helguera. Aquella era una España de pequeños ratos que buscaba su continuidad en las líneas de cal; Vicente y Joaquín se presentaban ante el mundo como la nota de distinción y, mientras ellos buscaban abrir la lata, el equipo se partía por la mitad.

Es por ello que ahora se convierte en prácticamente imposible el realizar un proceso de regresión. A esta España de hoy que ya encontró su lugar le resultará difícil regresar a tiempos en los que se soñaba más de lo que se conseguía, aunque para ello hay dos tipos en edad juvenil que están dispuestos a tirar la puerta, abrir la boca de los aficionados y proclamar de nuevo aquella máxima tan holandesa que decía que para divertir al espectador hacen falta un buen par de extremos.

Jesé Rodríguez es un chico canario que desborda hasta a su sombra, que inventa sueños sobre el césped y que se ha convertido en un deseo de sonrisa para los aficionados del Real Madrid. Jesé, que no siempre juega como extremo aunque auna condiciones sobradas para ello, gusta de volcarse hacia la banda para buscar el desequilibrio; cuando lo hace hacia dentro busca vacunar al portero contrario con uno de sus terribles disparos, cuando lo hace hacia fuera busca un lugar en la línea de fondo desde el que regalar un gol a un compañero. Tanto confía en su pierna derecha que apenas se atreve a utilizar la izquierda, se siente tan fuerte que cada vez que recibe el balón utiliza el cuerpo para volcar adversarios, encontrar el espacio y arrancar en ventaja hacia el área contraria. El chico atrevido que deslumbró en el Huracán de Gran Canaria firmó hace poco hasta el año 2014 con el Real Madrid, el club que le captó cuando era un cadete, el club que lleva tiempo devorando futbolistas de su factoría y que algún debe reencontrar el mirlo blanco que le devuelva la identidad. Quizá sea Jesé.

Gerard Deulofeu también es diestro aunque a él le gusta jugar siempre a pierna cambiada; como maneja la izquerda con la soltura de un malabarista, su abanico de recursos le permite ser tan imprevisible como para causar pavor a los defensas rivales. Deulofeu se dio a conocer en el torneo internacional alevín de Arona en las navidades de 2006, allí, los espectadores, al otro lado de la tele, pudieron descubrir a un niño imprevisible de apellido impronunciable ¿Quién era ese rubito del Barça que los volvía a todos locos? Su nombre era Gerard y su uno contra uno era demoledor. Con el tiempo ha ganado entereza y sabiduría, ha mantenido su descaro y no ha perdido un ápice de su verticalidad. En él, el Barcelona ha encontrado el eslabón perdido entre la sapiencia de Xavi y la magia inalcanzable de Messi; a Deulofeu, el tiempo puede convertirle en el hábil inesperado, el invitado sorpresa capaz de resolver duelos a cara o cruz. Para asegurarse ese as bajo la manga, el Barça le ha renovado hasta 2014 y Guardiola le ha recitado cantos de sirena al oído convocándole con el primer equipo en un par de ocasiones. Quizá no tardemos demasiado en descubrir las verdades de este chico tan atrevido que se ha convertido en la referencia de una Masía en sus horas más altas.

Son el futuro de un país que ahora sueña con razón, de dos equipos que ahora disfrutan la patente de corso que les ha concedido la historia, de miles de aficionados que quieren seguir disfrutando de una cantera inagotable y que ya ha dado sus frutos en forma de éxtasis nacional. Dos extremos que llamarán a la puerta de la España de los jugones, de ellos depende el derribarla y que les dejen pasar.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Old Firm

A finales del siglo XIX, miles de irlandeses, hartos del hambre, la pobreza y la escasez, abandonaron su isla en busca de una oportunidad y recalaron en la creciente Glasgow. Esta, ciudad industrial en incipiente crecimiento, acogía inmigrantes y trabajadores para sus fábricas. La colonia de irlandeses llegó a crecer tanto que el fútbol, un deporte emergente y una fiesta para las masas, no podía quedar ajeno a sus deseos. A la sombra del equipo de los astilleros nacido en 1873 y bautizado como Rangers, nació un equipo de católicos que hacía honor a los celtas que habían habitado el territorio irlandés; lo bautizaron como Celtic y no tardó en generar un gran masa social.

Como contraprestación a este equipo católico, el Rangers, que en principio había nacido como apolítico y aconfesional llamó a sus filas a todos los protestantes de la ciudad. Fue así como comenzó una rivalidad que ya ha cumplido más de un siglo y que enfrenta dos maneras de vivir la religión (catolicismo - protestantismo) y dos maneras de vivir la política (republicanismo - lealismo). Un mar de reproches, varios centenares de muertes, miles de insultos y media docena de terribles anécdotas, la última de ellas con punto de partida en un karaoke y punto final en el escarnio público; fue en 1999 después de que el Rangers conquistase la Copa ante su rival y el presidente Donald Finley fuese grabado, en actitud descontrolada, entonando canciones ofensivas contra la comunidad católica. Se ponía fin, así, a la inmaculada carrera de un admirado abogado, y se ponía punto y seguido a una insana enemistad que se mantiene como un mal quiste a lo largo de los años.

Escocia siempre fue un país de héroes y villanos, de magia y oscuridad, de luz y muerte. Cuando evocamos batallas, liberaciones, honor y sangre, todos pensamos en Mel Gibson metido en la piel del legendario William Wallace. Un país al que le costó encontrar la paz, que consiguió su libertad y volvió a rendirse a la corona británica. Un país que sigue dudando entre los sueños de indepencia y la seguridad de la Unión. Como en fútbol, Escocia también es un país dividido. Fue en el año 1887 cuando el padre marista Walfred Kerns fundó el club Celtic para representar a la comunidad católica de los suburbios de Glasgow y fue en 1909 cuando nació una denominación de origen que ha puesto nombre y apellido a un derbi de casi cuatrocientos partidos.

Se jugaba la final de la Copa escocesa y el partido culminó en empate. Para poder derimir la contienda, ambos equipos hubieron de jugar un segundo partido de desempate que también terminó en tablas. Cuando el tercer partido llegaba a su fin y ambos equipos volvía a estar igualados se corrió el rumor de que ambas directivas habían acordado el empate con el fin de disputar un nuevo partido y así volver a repartirse la suculenta recaudación. El rumor desembocó en ira, la ira en protesta y la protesta en un campo de batalla. El césped fue invadido, los jugadores fueron evacuados y los presidentes fueron amenazados. Fue así como nació la denominación "Old Firm" (vieja empresa) para bautizar estos enfrentamientos como una oportunidad inigualable para el negocio.

El Old Firm de 1980 no pasó a la historia por su juego si no por su repercusión. En una escala de violencia incontrolable, ambas aficiones se enfrentaron en una batalla campal que dejó cientos de heridos en la calle y al gobierno británico en evidencia. Desde entonces se prohibió la venta de alcohol en cualquier recinto deportivo situado en suelo escocés. No se cortó el germen del odio, pero al menos se consiguió apaciguar la violencia en un par de grados.

Pero fue en 1987 cuando la rivalidad se transportó desde las gradas hacia el terreno de juego. En 1984 el Celtic fichó a un joven delantero del Watford llamado Maurice Johnston, tras tres temporadas y medio centenar de goles, el chico, que se había convertido en un ídolo, fue traspasado al Nantes donde no causó tanta sensación pese a anotar más de veinte goles en dos temporadas. Fue en 1989 cuando Jonhston, invadido por la nostalgia, decidió regresar a Escocia y aceptó una oferta del Rangers. Pese a que anteriormente ya habían sido varios los jugadores que habían vestido la camiseta de ambos equipos, aquel fichaje fue recibido como una puñalada por la afición del Celtic. Desde entonces, Johston pasó los dos peores años de su vida. Pese a que su rendimiento fue notable, la afición católica nunca le perdonó la traición y la afición del Rangers siempre le trató como un elemento extraño; fue insultado, vilipendiado, amenazado y discriminado. En 1991, al borde de la depresión, decidió abandonar Escocia e inició un periplo profesional que le llevó a conocer cuatro equipos, otros países y otras categorías. Tenía entonces veintiocho años y lo mejor de su carrera por delante, pero después de sufrir aquello jamás pudo volver a ser el mismo.

Pero ¿Cuándo comenzó realmente esta rivalidad tan extrema? El primer enfrentamiento entre ambos equipos data de 1888. Aquel día, el Celtic derrotó al Rangers por cinco goles a dos y no se recabaron incidentes reseñables. Fue en 1912 cuando llegó a Glasgow la compañía astillera "Harland and Wolf", un gigante del negocio que, entre sus directrices internas, constaba la de no contratar, bajo ningún concepto, a ningún trabajador católico. Dado que el Rangers había sido fundado por varias empresas navieras, aquel agravio corrió como la pólvora entre la comunidad católica y se acusó directamente a la afición del Rangers de ser anticatólica. La acusación, con el tiempo, fue tomando tintes reales al tiempo que toda la comunidad protestante iba, poco a poco, acercándose al equipo azul de la ciudad. Así, en cada derbi, los aficionados del Rangers comenzaron a poblar las gradas de banderas unionistas, al tiempo que los blanquiverdes del Celtic replicaban a sus rivales enarbolando cientos de banderas irlandesas.

En 1921 se proclama la independencia del estado libre de Irlanda, la noticia, por ávidamente esperada, corre como la pólvora por las calles de Glasgow provocando una algarabía incontrolable en la comunidad católica, descendientes, casi todos ellos de irlandeses que llegaron a Escocia en busca de fortuna. La zona protestante de la ciudad, en cambio, se tomó aquella noticia como una afrenta y las celebraciones como una tración al estado británico. Las rencillas no tardaron en desplazarse hacia los estadios de fútbol. Se recrudecía una rivalidad que tenía todos los visos de alargarse en el tiempo. Desde que ambos equipo se cruzaron por vez primera, han sido trescientos setenta y cinco enfrentamientos los disputados entre ellos, con ciento cuarenta y nueve victorias para el Rangers y ciento treinta y cuatro para el Celtic. Los azules han ganado cincuenta tres veces la Premier escocesa por cuarenta y dos de los franjiverdes, siendo tan abrumador su dominio que, desde 1985, cuando lo hiciera el Aberdeen, ningún otro club escocés ha conseguido levantar el título de campeón de liga.

Sectarismo, violencia, sangre, odio, crueldad, pero también fútbol. Desde 1937, el Celtic juega en Celtic Park, allí han deleitado a la grada tipos como Aitken, Crerand, Dalglish, Gemmel, Larsson, McStay, McGrory, Johnstone, Thompson y Tully. Desde 1899, grandes futbolistas como Ferguson, Gough McPherson, Cairns, Cunningham, Archibald, Gray, Greig, Jackson y McCoist han hecho disfrutar en Ibrox, hogar del Rangers. Fue allí, en 1971, cuando se produjo una de las mayores tragedias del fútbol británico. Se disputaba un derbi, el Rangers empató en el descuento, el enfrentamiento había sido enérgico en el césped y reprobable en las gradas, la afición protestante celebró el tanto con algarabía y una de las barreras metálicas que separaban las escalinatas cedió, hubo una avalancha de aficionados que iban cayendo unos encima de otros. Fue terrible. Era una época en la que el IRA recrudecía su escala de violencia y los británicos miraban con recelo a todo lo que oliese a irlandés. Por desgracia, no había lugar más propicio donde trasladar las frustraciones que un campo de fútbol y no había acontecimiento más representativo que un Rangers - Celtic. El duelo de Escocia, el duelo del Reino Unido, el derbi más antiguo del mundo, el Old Firm. Un lugar para el reencuentro, un lugar donde, en ocasiones, se juega mucho más que un partido de fútbol.