lunes, 25 de octubre de 2010

La Peña Atlética de mi barrio

La Peña Atlética de mi barrio lleva unos días encendiendo el frío de su nostalgia. Se encuentra huérfana de padre, añora aquellas tardes de autocar aclamando a un tipo de bigote y busca en el baúl de los viejos recuerdos un par de fotos con el que desempolvar el olvido.

La Peña Atlética de mi barrio se encuentra en un bar de los de caña dominguera, partido vespertino y celebración con calimocho. A la Peña Atlética de mi barrio bajábamos los niños en busca de un autógrafo, de una Fanta de naranja o de un puñado de chapas con el que confeccionar nuestros mejores equipos. En los míos nunca faltaban los colores rojo y blanco y el número cuatro de aquel tipo alto al que dábamos la mano un par de veces al año.

La Peña Atlética de mi barrio está a media vuelta de manzana desde el portal donde viven mis padres. Allí crecí soñando ser futbolista y allí tuve que conformarme con ver los sueños pasar de largo mientras aprendía a emocionarme con los partidos del equipo que había aprendido a amar. También fue allí, en mi barrio y en su Peña Atlética, donde conocí al capitan de ese equipo, al baluarte de un grito que hoy suena más apagado de ayer, al tipo que decían que doblaba espinillas y se partía la cabeza por defender sus colores.

A la Peña Atlética de mi barrio le falta hoy el apellido. A todos nos falta un tipo y todos nos aferramos al recuerdo. Ha pasado un cuarto de siglo desde que estreché su mano por vez primera, han pasado dos semanas desde que se marchó con el himno del Atleti sonando en su alma. La Peña Atlética Arteche, mi barrio y todos los atléticos jamás le olvidaremos. Él era parte de nuestra religión.

martes, 19 de octubre de 2010

Suscribiendo a Larry Bird

Hace unos años, un periodista, acalorado ante las espectaculares actuaciones del jugador alemán de los Dallas Mavericks, y en un afán desmedido por la comparación destemplada, preguntó al gran Larry Bird por el juego de Dirk Nowitzki. El rubio ex jugador de los Celtics, probablemente el mejor alero de toda la historia de la NBA, respondió sin tapujos: "Es más alto que yo, es más ágil que yo, es más fuerte que yo y tira mejor que yo. Pero es peor jugador que yo".

Todo ello sin borrar la sonrisa de ganador bajo su hoy casi imperceptible bigote rubio, todo ello sin mentir, todo ello sin hacer sentir al espectador que aquellas palabras estaban cargadas de la realidad más sensata.

Desde hace meses viene sobrevolando una absurda teoría que dice que Gonzalo Higuaín no sirve para jugar en el Real Madrid. La base de esta tesis se sustenta en que el delantero argentino aún no le ha marcado un gol realmente importante a nadie. Puede que sea cierto, pero ni en los años en los que jugó escorado a la derecha ni en los que lo hace escoltado por el huracán Ronaldo, ninguno de sus compañeros de ataque ha logrado completar esta reprochada misión. Higuaín, por ejemplo, le ha marcado al Barça los mismo goles en los mismos partidos que Cristiano Ronaldo, es decir, cero.

No sirve la comparación para minusvalorar a un Ronaldo que significa tres cuartas partes del oxígeno atacante de un equipo cada vez más fabricado para él, sirve el símil para dejar de enjuiciar a un tipo que sabe moverse en las inmediaciones del área como el mejor depredador de la selva. Como el león que busca su gacela, Higuaín flota entre los defensas sin hacer ningún ruido, casi en silencio, casi sin buscar el balón. Su participación en la elaboración es testimonial, pero es cuando menos se le espera cuando más aparece. Su capacidad para encontrar unos contra uno ante el meta rival es casi incomparable en el fútbol actual. Puede que falle más de las que tenga y puede que, más que eso, haya fallado las más cruciales, más su instinto de goleador y su capacidad para leer a las defensas rivales son apenas existentes en un fútbol de delanteros voraces como es el actual. Es un jugador imperceptible, es un tipo imprescindible.

Como si de un ejercicio de alabanza hacia el poder se tratase, los poderes fácticos andan empeñados en situar a Benzema por encima de Higuaín, por la simple condición de haber sido una apuesta personal del presidente del Madrid. El francés es un tipo de condiciones innatas, chispazos de emoción y sensaciones ilusionantes, pero es más que posible que algún día a Higuaín le pregunten por él y diga: "¿Benzema? Es más alto que yo, es más ágil que yo, es más fuerte que yo y tira mejor que yo. Pero es peor jugador que yo". Y yo lo suscribiría.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Ocupando los espacios

Siempre admiré de un centrocampista que supiese ocupar correctamente los espacios. No me refiero a la literal obediencia de un soldado de campo si no a la correcta utilización de las dos armas con las que cuenta un buen futbolista: la cabeza y los pies.

En la cabeza reside el fútbol y desde los pies se ejecutan todos los impulsos nerviosos que llegan desde el centro de transmisión de ideas. Aquí la veo, aquí te la pongo. Aquí me necesitas, aquí estoy.

Hace años que la cantera del Fútbol Club Barcelona apuesta por tipos dinámicos, de cabeza fría, fútbol inteligente y pies prodigiosos. Amigos de sus amigos que son capaces de prestar ayuda durante los noventa minutos del partido. Aquella escuela que empezó, discretamente, en Luis Milla, se glorificó en Guardiola y encontró su punto culminante en Xavi Hernández, nos muestra hoy a uno de esos tipos que, de solo verles jugar, apetece seguir a su equipo todos los días.

Thiago Alcántara es uno de esos futbolistas de ida y vuelta, inteligente, de sutil toque de balón, asociación intuitiva y mando en plaza que tantas buenas tardes le ha dado al fútbol español. Si el barcelonismo y, por extensión, el aficionado español tiene alguna inquietud en cuanto al sustituto de Xavi, no deben fijar únicamente sus miras en el fabuloso Cesc Fábregas. En el filial del Barça hay chico de tez morena que también sabe hacer del fútbol un arte.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cuando la Masía era un caserío y no una factoría

Hubo un tiempo, y no hace demasiado de ello, que la Masía no fabricaba productos de primer nivel. Si acaso, y en un intento más de reinventarse que de realmente aprovechar los recursos, de vez en cuando sus valedores viajaban a algún torneo y descubrían al que, para ellos, iba a ser la perla del futuro.

En estas circustancias llegó Samuel Okunowo al Fútbol Club Barcelona. Avalado por Quique Costas y Oriol Tort, Okunowo encontró aposento, comida y botas de fútbol en la casa de los canteranos azulgrana. Tenía diecisiete años, había ganado la Meridian Cup con Nigeria y llegaba para ser el sustituto del inefable Michael Reiziger. Palabras mayores.

No duró mucho su periplo aunque, para honor propio e historia impresa del club, quedará como el tipo que jugó como titular en el lateral derecho el día que el Barcelona celebró sus cien años de existencia. Galas de sábado noche que dirían los antiguos rememorando viejos programas de televisión.

Una vez que Van Gaal había sacado lustre a su currículum, Okunowo abandonó el Barça para recorrer el mundo sentado en la grupa de la ilusión. No fue mucho lo que dejó su estela. Doce partidos con el Benfica, media temporada en el Badajoz, dos partidos en el Ionikos griego y otros dos partidos en el Dínamo de Bucarest.

Pasaban los años y Okunowo se iba convirtiendo en nómada como aquellos corresponsales de prensa que saltan de un país a otro en busca de un bocado de actualidad. En Albania y en Ucrania se relamieron los labios imaginando en sus equipos a un ex futbolista del Barça. Nada menos que un ex futbolista. Eso es lo que habían fichado. Si es que acaso lo había sido en alguna ocasión.

Con más kilómetros que velocidad en sus piernas y con el saco de las ilusiones rotas se puso a prueba en el Bryne noruego primero y en el Vilanova del Lamí de la regional catalana después. En ninguno de los equipos pasó el periodo de adaptación. Así pues, volvió a cargar las maletas, tomó un nuevo avión y pensó que qué mejor manera que dignificar sus ahorros que invertirlos en bonitas playas paradisiacas.

Actualmente, y sin que se tengan nuevas noticias sobre su paradero, juega al fútbol en las Islas Malvinas y de vez en cuando recuerda lo que pudo haber sido y no fue. En aquellas tardes de verano también habían llegado al Barça tipos como Rustu, Rochemback o Zenden. Gracias para el fútbol que la Masí dejó de ser un caserío para convertirse en una factoría. Tras Okunowo llegó Carles Puyol, tras Rustu llegó Víctor Valdés, tras Rochemback llegó Xavi Hernández y tras Zenden llegó Andrés Iniesta. Casi siempre es preferible mirar lo que se tiene en casa antes que ir a buscar afuera.