martes, 28 de junio de 2011

El estilo

Fueron muchos los años en los que se anduvo discutiendo sobre los fracasos, las lágrimas y la desazón. Fueron muchos los diagnósticos y ninguna la receta que fuese capaz de curar a un enfermo que, realmente, nunca había sabido comportarse como un paciente de élite. Cuando se miraba hacia adelante no nos proponíamos un ejercico de reflexión pensando que, quizá, tras nuestros pasos había más de una respuesta; creíamos que lo podíamos ganar todo y, sin embargo, nunca habíamos ganado nada.

Los eruditos de lo clásico, apelaban al orgullo a la hora de buscar un finiquito más feliz para nuestra expectativas, aquello de los cojones, la furia y el correr, eran términos manidos a los que se recurría cada vez que faltaba una explicación coherente. Lo que todos sabíamos y por lo que nadie se atrevía a apostar, era que a España le faltaba un estilo, debía empezar por generar un molde y, a raíz de ahí, intentar sacar todos los bollos del horno sin quemarse.

Ahora que lo ganamos todo parece que el camino ha sido mucho más fácil de lo que nos prometieron. No fue así, durante años perdimos el tiempo discutiendo con nosotros mismos y sufriendo en silencio soñando con lo que creíamos que nunca iba a llegar. Una vez que alcanzamos el estilo, somos conscientes de que lo que tenemos es un tesoro que no debemos perder; son muchos los que pagan por vernos, son más los que tratan de imitarnos y son muy pocos los que lo consiguen. Para ser como nosotros necesitan la ilusión por la pelota, centrocampistas de primer nivel y mucha paciencia. Resulta curioso comprobar como, lo que antes nos faltaba y nos separaba, ahora nos sobra; tenemos paciencia para generar, para descolocar, para desquiciar y para marcar. Desde luego, la tenemos para ganar, y desde esa línea de salida han arrancado los jugadores de la selección sub-21 para proclamarse campeones de Europa.

Uno ve jugar a Thiago y reconoce en sus gestos la magia constructiva de aquellos tipos de los que un día Cruyff quiso que poblaran la Masía, uno ve a Javi Martínez y reconoce el aire marcial de aquellos centrocampistas que poblan toda la parcela ancha con solo una mirada, uno ve a Montoya y a Didac y reconoce a aquellos laterales de vieja escuela en cuya cintura sobreviven los sueños del delantero que algún día soñaron con llegar a ser, uno ve a Botía y reconoce el espíritu libre del central que vive en paz consigo mismo cada vez que saca jugada la pelota, uno ve a Mata y a Muniáin y reconoce al diablo tormentoso que busca la pierna del defensa rival para retarle a una partida a cara o cruz.

En estos chicos de hoy se reflejarán nuestros sueños de mañana. Donde antes no había nada ahora tenemos más de lo que podíamos haber soñado; decir Xavi, Iniesta, Alonso o Silva es decir fútbol con letras mayúsculas. Posiblemente, el día de mañana, decir Thiago Alcántar, Javi Martínez o Ander Herrera también sea evocar el fútbol en su máxima expresión. Ellos ya saben cómo se debe jugar.

miércoles, 22 de junio de 2011

Balones de oro: Luis Suárez

Como ocurrió con tantos otros grandes genios del fútbol, los comienzos de Luis Suárez estuvieron ligados a una calle empedrada y una pelota de trapo. Cambiar el trapo por el oro le costó veinticinco años y le valió miles de elogios. Fue pionero en todo; primer español en ganar el Balón de Oro, primer español en fichar por un equipo italiano y primera gran estrella nacional en conquistar un título con la selección. Pese a los fiascos de Chile en 1962 e Inglaterra en 1966, la vida de Luis Suárez estará siempre ligada a aquel veintiuno de junio de 1964, cuando el país tiró a la basura algunos de sus complejos y la selección rompió el molde con un título que, con los años, se convirtió en una losa insuperable. Pero como todo gran futbolista español a lo largo de la historia, no solamente de la selección ha vivido su prestigio; en su carrera levantó trece grandes títulos entre los que se encuentran las ligas españolas e italiana, la Copa de Europa y la Copa Intercontinental.

Siendo jugador del Deportivo La Coruña, con dieciocho años, conoce al hombre que le cambiará la vida por completo. Se jugaban las últimas jornadas y el equipo coruñés se marchaba a segunda división, fue entonces cuando apareció el hombre milagro, el primer gran psicólogo del fútbol, un tipo directo, provocador y aguerrido, un loco del fútbol. Se llamaba Helenio Herrera e hizo de Suárez un futbolista diferente. Por ello, cuando Herrera, al que apodaban "El mago", fichó por el Barcelona, pidió de manera expresa el fichaje de aquel joven coruñés que jugaba distinto y miraba el fútbol por encima de compañeros y rivales. Con la azulgrana sobre la piel, Luis Suárez se convirtió en el primer gran organizador de una escuela que no ha cesado de fabricar cerebros desde entonces. El suyo era un fútbol de altas miras, pausado, preciso, agresivo cuando hacía falta y sublime en los penúltimos lances. Allí jugó durante seis temporadas antes de convertirse en leyenda del Inter de Milan y mucho antes de colgar las botas en la Sampdoria como un tipo inolvidable.

Pese a nacer en Galicia, Luis Suárez se fue convirtiendo, con el tiempo, en un ciudadano italiano. Así le consideraban en Milán, donde aún conserva su residencia y donde aún es aclamado por la calle como una leyenda inmortal. Suárez es un italiano más porque hizo del Inter su casa, porque España, en su época, no le trató con el cariño que había merecido y porque tras cada esquina milanesa encontraba todo el calor necesario como para no echar de menos los orígenes. El paso definitivo, el momento decisivo en el que pasó de ser un buen jugador para convertirse en ídolo, sucedió en el bienio acaecido entre 1963 y 1965, fue entonces cuando lideró el doble doblete del Inter: Copa de Europa y Copa Intercontinental. Dos años ganándolo todo; el corazón, el alma y la garganta, dos años engrosando el palmarés de manera brillante, dos años coronados con la Eurocopa levantada en 1964.

Una vez hubo echado un vistazo hacia atrás, no le costó demasiado dejarse querer por la afición del Inter de Milán. Realmente, era la primera vez durante toda su carrera que una afición, en bloque, había coreado su nombre de manera unánime dándole, en una sola voz, miles de corazones entregados. En Coruña, cuando comenzaba a despuntar como un imberbe atrevido, las gradas del estadio de Riazor rezumaban con un runrún que no terminaba de agradecer aquel fútbol tan distinto al que practicaban el resto de jugadores. Y en Barcelona, cuando se hubo convertido en un fijo de las alineaciones y los más allegados comenzaban a halagar su gusto, hubo un sector que se revolvió contra él por considerar que era el principal culpable de que el rey León de Barcelona, Ladislao Kubala, no disputase todos los minutos que la gente consideraba que debía disfrutar. Kubala, que andaba más ofuscado con Helenio Herrera que con Suárez, comenzó a ser carne habitual de banquillo y la gente miraba hacia el campo señalando a aquel joven que era el favorito del entrenador. No compartían puesto, no compartían espacio en común, y sin embargo todos le señalaron como culpable. Fue por ello que la ciudad se dividió entre Kubalistas y Suaristas, fue por ello que Suárez tuvo que buscar un nuevo cobijo y fue por ello por lo que, cuando Helenio Herrera decidió dejar al Barcelona y a Kubala con sus deseos en el aire, el joven gallego, al que ya conocían como "el arquitecto", no se lo pensó dos veces a la hora de marchar tras el mago que tanto le había enseñado; aunque en Italia hubiese de cambiar su estilo de juego, aunque renunciase a llegar al área, aunque dejase atrás el país que le vio nacer.

Días después de la fatídica final de la Copa de Europa que enfrentó al Barcelona frente al Benfica en 1961 que ganaron los portugueses por tres goles a dos y que pasó a la historia como "la final de los postes", debido a los cuatro disparos que repelieron los palos de la portería de Costa Pereira, Luis Suárez fue presentado como nuevo jugador del Inter de Milán. En Italia, el fichaje fue recibido con un prudente entusiasmo puesto que en el país se recelaba de un jugador que jugaba con tanta elegancia y tanta disposición para el toque, pero Suárez fue una gloria para el Inter. Antes de llegar a Italia, "el arquitecto" había venido jugando como interior izquierda, armando el juego desde la mediapunta y filtrando pases a pierna cambiada. En Italia, Suárez retrasó su posición en un sistema que daba prioridad al contragolpe y, escudado por el infatigable Picchi, se dedicó a organizar el juego como uno de los primeros tuttocampistas del calcio. En 1964 se convirtió en el primer y hasta ahora único futbolista en ganar Copa de Europa y Eurocopa de naciones en el mismo año, sin embargo, no ganó el balón de oro de ese año, se lo habían dado en 1960, cuando lo había merecido Puskas y premiaron su excelente actuación en la liga española y la Copa de Ferias. Sea como fuere, el caso es que el tiempo le premió con lo que había merecido y aquel merecimiento se instaló en nuestro país como una barrera insuperable. Y es que desde entonces, ningún otro futbolista español, y los ha habido muy buenos, ha sido premiado con la máxima distinción individual del fútbol. Luis Suárez fue único y, hasta ahora, lo ha seguido siendo. Y ahí sigue, esperando un sucesor. Y ahí sigue, en la memoria de millones de españoles que le vieron conducir a un equipo vestido de rojo a su primer gran éxito y en la memoria de millones de italianos que se dejaron las palmas aplaudiendo sus cambios de dirección, sus centros en profundidad y sus disparos al ángulo desde fuera del área.