martes, 8 de septiembre de 2009

El tren descarrilado

No podría iniciar esta nueva etiqueta sobre fiascos de nuestro fútbol sin acordarme de lo mal que lo llevan haciendo los giles desde que, en 1987, engañaron a la parroquia rojiblanca para quitarles un club que siempre había sido suyo.

Entre los muchos malos fichajes que engrosan el currículum de estos veintidós años de oscuridad, resalta el de aquel tipo que nos vendieron como un goleador implacable y se marchó por la puerta de atrás como un tronco de cuidado. Y es que para dominar el arte del delanterocentrismo se necesita mucho más que un cuerpo grandote y un mínimo de instinto.

Adolfo Valencia, al que llamaban “El Tren” por arrasar allá donde pasara, llegó al Atleti rebotado de un Bayern de Munich que, entre incrédulo y recochineante, se frotaría las manos ante el negocio que supuso desprenderse de un lastre y encima recibir dinero a cambio. Aconsejado por el “maestro” Maturana, no tardó en hacerse un hueco en la delantera titular rojiblanca dejando en el banco a hombres como Manolo o Kiko. No le duró mucho el enchufe, en cuanto “El Pancho” voló del Manzanares volaron sus sueños de triunfo. Los de la hinchada rojiblanca ya habían volado nada más verle moverse en sus primeros minutos como titular.

Y es que Valencia además de no tener técnica en el disparo era un tipo insulso que ni aportaba en el juego ni aparecía en desmarques para la definición. Memorable, por no decir bochornosa, fue aquella aparición pública de Gil tras la deshonrosa derrota en las Gaunas gritándole a los micrófonos: “Al negro le corto el cuello. Me cago en la madre que parió al negro”.

Al final salvó el cuello pero no su contrato. Regresó a Colombia y desde allí inició un peregrinaje que le llevó al olvido. Lamentablemente aún hay algunos que no le hemos podido olvidar.

jueves, 3 de septiembre de 2009

El rey de copas

En el viejo Buenos Aires, en la confluencia de las calles Victoria y Perú, había una tienda llamada “A la ciudad de Londres”. Con más de cincuenta empleados y muchas ganas de matar el tiempo, los dueños decidieron crear un equipo de fútbol al que bautizaron como “Maipú Banfield”.

Pero eran muchos los empleados que pagaban sus cuotas y solamente unos pocos los que podían jugar el partido de cada domingo. Por ello, y encabezados por el responsable de zapatería, Rosendo Degiorgi, un grupo de empleados se reunieron en secreto en un local del barrio de Avellaneda. Como único tema a tratar se aprobó la escisión del Maipú y la creación de un nuevo equipo totalmente independiente. Como era de suponer, lo llamaron “Independiente de Avellaneda”. Degiorgi, una de las estrellas del equipo, fue nombrado primer presidente y el equipo se estrenó en la tercera división con una humillante derrota por veintiún goles a uno frente a Atlanta.

Por aquel entonces ya existía otro equipo en cuyo nombre llevaba el apellido del barrio de Avellaneda. Se llamaba Racing y con el tiempo lo apodaron como “La academia”. Como todo buen rival, no tardó en sacar chistes a cargo de aquella humillante goleada ante Atlanta y, como el primer choque entre ambos estaba a punto de celebrarse, las vísperas del mismo amanecieron con los murales pintados y los orgullos ensalzados. Junto al campo de juego de Independiente apareció una pintada que rezaba “40-0”, en alusión al resultado que debía darse en el siguiente partido. Pero no fue así. Independiente, que había alegado jugar sin su portero titular el primer partido ante Atlanta, ganó por tres a dos el primer clásico y firmó la primera página de una rivalidad tan ancestral como apasionante.

A medida que el equipo fue ganando en popularidad, la directiva se fue viendo en la obligación de encontrar un nuevo terreno donde albergar sus partidos. Se eligió el campo de “La Crucecita” y, para estrenar el mismo, se concertó un amistoso que terminó en empate a cero frente a Bristol de Montevideo. Como bien se puede imaginar, no fue el resultado lo que hizo que el partido pasase a la historia sino el color de la indumentaria del equipo local. Por vez primera, y ya para siempre, Independiente visitó de rojo gracias a que el presidente Langone se había quedado prendado del equipo inglés Notthingham Forest en su reciente gira por Sudamérica.

En 1911, seis años después de su fundación, el equipo sube a Primera por primera y última vez en su historia; desde entonces es el único equipo, junto a Boca y River, que no ha descendido de categoría hasta el día de hoy. La segunda década del siglo sirve como periodo de adaptación a la élite e Independiente tiene que vivir a la sombra de un gran Racing que lo gana todo. Y es en 1922, con la llegada al equipo de Manuel Seoane, cuando comienzan a vislumbrarse los primeros atisbos de grandeza.

La inolvidable ala izquierda formada por Seoane y Orsi conduce a Independiente a su primer campeonato. Son años de imparable crecimiento y de cambios. En 1923 un incendio destruye el campo de “La Crucecita” y el equipo debe trasladarse a las calles de Alsina y Cordero a un nuevo estadio que el tiempo terminaría bautizando como “La doble visera”. Fue en 1928 cuando Independiente inaugura el primer estadio de hormigón armado de toda Sudamérica. Jamás se movería de allí.

Orsi ya había volado a Italia y el periodista Hugo Marini, asombrado por el juego desplegado, había bautizado al equipo como “Los Diablos rojos de Avellaneda”. Fue en los últimos años del amauterismo, cuando Ravaschino y Seoane ya se habían consagrado y cuando jugadores, directivos, periodistas y seguidores pedían un paso hacia adelante. Entonces llegó el profesionalismo y a Independiente llegó un delantero llamado Antonio Sastre. Él fue, junto a Arsenio Erico y Vicente De la Mata, quien hizo olvidar la marcha de Seoane y puso a Independiente en el podio de todos los records. Aquella delantera sumó quinientos cincuenta y seis goles para los rojos y el equipo salió campeón en 1938 y 1939 anotando doscientos dieciocho goles en dos años.

Solo un año después, Independiente se quedó a las puertas del campeonato pero le quedó el consuelo de una aplastante victoria por siete goles a cero frente a Racing. Fue un consuelo mayor de lo esperado pues el equipo tuvo que esperar ocho años para volver a festejar. Por entonces ya no estaba el infalible Erico y al cerebro Mario Fernández lo había sustituido el gran Ernesto Grillo.

Él fue el líder de la mágica delantera que, en los años cincuenta, maravilló al mundo. En 1953, la selección Argentina forma equipo para varios amistosos y el seleccionador decide poner en punta a Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz; los cinco delanteros de Independiente. Con ellos, la albiceleste gana por vez primera a Inglaterra en el Monumental y, poco después, en una gira por España logra doblegar por un gol a cero a la selección anfitriona y se da un festín en el estadio de Chamartín derrotando por cero goles a seis al Real Madrid.

Son años de pocos títulos pero muy buen fútbol. Los hinchas, apasionados con su equipo, abarrotan el estadio de “El rojo” fijando un record histórico el día quince de agosto de 1954, cuando sesenta y dos mil personas se citaron en las gradas para ver ganar a su equipo por tres goles a uno frente a Boca Juniors.

Llegan los años sesenta y el fútbol argentino siente la fiebre de la internacionalización. Los equipos punteros contratan jugadores extranjeros por doquier y a Independiente llegan una cuadrilla de uruguayos liderados por el arquero Toriani y los jugadores de campo Silveira, Rolán y Vázquez. Con ellos, Independiente vuelve a celebrar el campeonato, poco a poco, va formando un equipo de gran talla a nivel internacional.

En 1964, el Santos de Brasil, liderado por Pelé, rompe una racha de treinta y siete partidos sin perder derrotando a Independiente por un doloroso cinco a uno. Fue sólo el principio de un duelo a tres partidos cuya revancha tuvo lugar unos meses más tarde cuando ambos equipos se citaron para la semifinal de la Copa Libertadores. El Santos, esta vez sin Pelé, cayó eliminado e Independiente accedió a su primera final de un torneo que, con los años, terminaría por consagrarlo como el mejor equipo de Sudamérica. Fue en 1964 y 1965 cuando Independiente ganó sus dos primeras Libertadores y cuando perdió sus dos primeras citas en la Copa Intercontinental ante el inexpugnable Inter de Helenio Herrera.

En 1966 la AFA crea el campeonato Nacional e Independiente es el primer campeón liderado por la inolvidable delantera formada por Bernao, Savoy, Artime, Yasalde y Tarabini. Cuatro años, hasta 1970, tuvo que esperar “El rojo” para festejar un nuevo título. Al Metropolitano de ese año le siguió el de 1971, y es a partir de ese momento cuando el equipo comienza su particular idilio con la Copa Libertadores y su maltrecho peregrinar por la competición doméstica. Así, a cada paso de gigante dado en la máxima competición sudamericana, le seguía un paso de cangrejo en los torneos nacionales.

Entre 1972 y 1975, Independiente gana cuatro Copas Intercontinentales y gana, para su historia, la aparición del mejor jugador que jamás vistió la casaca roja de “Los Diablos”; Ricardo Bochini. En 1973, en Roma, en un partido único por la Copa Intercontinental que se había celebrado en Italia por expreso deseo de la Juventus de Turín, “El Bocha” tiró una pared magistral con Bertoni y definió con sutileza ante el legendario Zoff. Nacía la leyenda de un jugador imborrable y de un equipo al que ya todos conocían como “El rey de copas”.

Hubo de esperar a 1984 para festejar el que sería séptimo y, hasta ahora, último, título de Independiente en la Libertadores. Antes, en 1983, el equipo había festejado doblemente la última jornada del campeonato. Por un lado, porque la victoria ante Racing le sirvió para quedar campeón, y por otro, porque con ella condenó a su eterno rival a la segunda división.

En 1984 el equipo seguía liderado por Bochini y pincelado por Burruchaga, Giusti y Clausen, tres tipos que, junto a “El Bocha”, serían campeones del mundo dos años después con la selección argentina. Cuatro mosqueteros que lideraron el que se llamó “Partido Perfecto” de Porto Alegre. Independiente salió a jugarle de cara al Gremio en el partido de ida de la final de la Copa Libertadores y, tan precisa fue su presión y su constancia que, con el cero a uno final, el público local tuvo que rendirse en una sonora ovación. La vuelta fue un cero a cero sin más historia y con un título más en las vitrinas. Un título que les condujo a Tokio para enfrentarse y ganar al Liverpool con aquel solitario gol de Percudani

Los siguientes títulos locales fueron el campeonato de 1989 y el clausura de 1994. Recordado especialmente este último por ser la primera vez que los dos equipos con aspiraciones al título se enfrentaban entre sí en la última jornada. A Huracán le valía el empate e Independiente necesitaba una victoria que logró gracias al gol de “El avioncito” Rambert. Aún recuerdan en Avellaneda la sociedad que este delantero, vendido a Italia por un buen puñado de dólares, formó con Gustavo López.

Pocos meses después, “El rojo” ganó la Supercopa Sudamericana y llevó con ello, a su palmarés, el único título que faltaba en sus vitrinas. A este título se sumó la Recopa Sudamericana de 1995 tras derrotar al Flamengo, en lo que significó el último título internacional de un equipo que, aquella tarde, terminó dando la vuelta de honor en el mismísimo estadio de Maracaná.

El nuevo siglo se encontró a un equipo roto por su historia y por sus propias urgencias. Agarrado a la esperanza que significaron futbolistas como Bruno Marioni, Esteban Cambiasso, Gabi Milito o Diego Forlán, tuvo que sacrificar sus sueños para ver como, en 2001, su gran rival Racing festejaba el campeonato después de treinta y cinco años. Fue una época de desidia que terminó el año siguiente cuando, con Américo Gallego en el banquillo, el equipo ganó el que, hasta hoy, es su último campeonato. Aquel gol de Pusineri ante Boca en el último minuto del penúltimo partido ha significado el último gran grito de alegría de una hinchada que un día animó al mejor equipo del mundo y hoy visita, cada domingo, la caída en picado de un rey sin copas.

Después llegó Agüero, su venta y la construcción del nuevo estadio. Llegarán más partidos, más esperanzas y más recuerdos, y para siempre quedará grabado en fuego la memoria de un equipo que nació en una tienda y que se resiste a morir en un barrio que sigue latiendo al ritmo del gol de dos equipos que siempre caminarán unidos pero jamás se darán la mano.