jueves, 28 de abril de 2011

¿Por qué?

Por segunda vez en un mes, y después de el "Tiqui-taca en el patatal", los dos diarios deportivos, antes madrileños, hoy madridistas, coinciden en su portada con un quejido con el que quieren poner su particular venda ante el mal resultado. "¿Por qué?". Se preguntan "¿Por qué?" y no sé exactamente a qué se refieren ¿Por qué hace esa entrada Pepe a ochenta metros de su portería? ¿Por qué se da más importancia a la táctica de Mou en rueda de prensa y no a su táctica en el campo de juego? ¿Por qué no sale Messi en portada? ¿Por qué el Madrid, hasta la expulsión, solamente había pisado el área del Barça en jugadas a balón parado y sólo contabilizaba un tiro a puerta? ¿Por qué Xavi es tan bueno? ¿Por qué Mourinho pide tres delanteros y no pone a ninguno? ¿Por qué se pone a un violinista, como Ozil, a tocar la zambomba? ¿Por qué no sabemos nada del pisotón de Marcelo a Pedro? ¿Por qué ahora el madridismo se conforma con tan poco después de haber visto tanto? ¿Por qué sólo cuentan una parte de la verdad? Porque contar toda la verdad no vende. Es así de triste.

miércoles, 20 de abril de 2011

El mejor partido del mundo

Somos muchos, yo por delante del resto, los que nos quejamos amargamente del sentido bipolar que ha tomado nuestra liga. Hasta hace unos años, si bien eran los mismos los que terminaban repartiéndose los títulos, siempre había algún equipo con ganas de incordiar que animaba el cotarro hasta el último minuto. Desde el noventa y seis hasta el dos mil cuatro, Atlético, Depor y Valencia ganaron ligas intercaladas y hace menos de un lustro fue el Sevilla quien se atrevió a disputársela a los grandes hasta la última jornada. Eran años de campeones con setenta u ochenta puntos, de visitas incómodas a Mestalla, de derrotas cantadas en Riazor, de escarmientos instructivos en Balaídos o en San Mamés. Tiempos en los que un Madrid - Barça seguía siendo el mejor partido de la liga pero no el partido definitivo.

Otros, más orgullosos del brillo de la fachada que del polvo del desván, presumen del lujo que supone para nuestro campeonato el contar con tipos como Messi y Ronaldo, como Casillas y Valdés, como Alves y Marcelo, como Iniesta y Xabi Alonso. Para estos, el deslucimiento de la liga es el precio que hay que pagar para poder disfrutar de los dos mejores equipos del mundo. En este punto de razonamiento, podemos dar la razón a quien presume por más que nos pese a quienes añoramos, y es que el de esta noche será, una vez más, el mejor partido del mundo.

El Madrid puede ganar al Barça, claro que puede hacerlo. Cuenta con la mejor plantilla del planeta, con un equipo compensado que comienza en el mejor portero del mundo y termina en una bomba de racimo llamada Cristiano Ronaldo que es capaz de arrasar un área plagada de defensas. Entre medias, los blancos pueden presumir de contar con dos campeones del mundo y con jóvenes hambrientos de fútbol y con pies de seda dispuestos a asaltar el trono de los mejores futbolistas del circo futbolístico. Marcelo es un tipo listo que ha explorado sus límites y ha escondidos sus defectos para hacerse importante en la banda izquierda, Di María es un rayo vertical que incide en diagonal cada vez que el Madrid ejecuta un contraataque y Ozil es un pequeño genio que juega a dos toques y filtra el balón con la precisión de un cirujano. Si ellos abundan en ataque, si Cristiano encuentra el ángel y si Xabi y Pepe saben conjugar el robo y la distribución ¿Cómo no va a poder ganar el Madrid? El qué es importante, pero quizá no tanto como el cómo. Para un club que abre la puerta de su sala de trofeos y se le desparraman las copas, el ganar de cualquier manera no debería ser tomado en cuenta como seña de identidad de cara a compromisos futuros porque sería dar la espalda a la memoria, engordar el palmarés, morir de gula y disfrutar el pan de hoy para volver a pasar hambre el día de mañana. A cada madridista que pregunto por el mejor equipo que han visto, todos se remontan a ciento siete goles, un fútbol de escándalo, remontadas previas y gloria de un lustro inolvidable; La Quinta del Buitre. Aquel equipo murió en Europa, durante cinco años consecutivos, siendo valiente, y sin embargo nadie ha podido olvidarlo. Por algo será.

El Barça también puede ganar al Madrid, claroo que puede hacerlo. Los carteles de favorito no se regalan, se ganan. Y el Barça ha ganado sus últimas batallas con un fútbol primoroso, convirtiendo cada jugada en arte y cada gol en el momento más plausible de cada partido. En su debe quizá sobrevuelen las dudas de un Pinto que aún no ha atacado una empresa como esta y las de una defensa desquebrajada por la falta de su capitán. En el haber permanecen tantas cosas que sería casi imposible enumerarlas completamente; rigor táctico, talento descomunal, presión asfixiante, un baile en cada jugada de ataque y, por encima del resto, Lío Messi, un semidiós vestido de corto que juega al fútbol en la completa extensión de su palabra; visita el centro del campo, recibe, arranca, dribla, combina, abre el juego, pisa el área, vuelve a recibir y marca. Y todo lo hace tan fácil que parece un niño ideando jugadas con sus juguetes de plástico. Y todo lo hace tan rápido que parece una pulga recorriendo el lomo de un perro desde el hocico hasta el rabo. Por detrás están Xavi e Iniesta, dos prestidigitadores del balón capaces de regalar un pase de gol en las circunstancias más imposibles, y Piqué, y Villa, y Busquets, y Pedro. Seguridad, gol, solvencia, descaro. Todos campeones del mundo, todos los mejores en su puesto ¿Cómo no va a poder ganar el Barça? Su ciclo irrepetible, sus bellos triunfos y sus jugadas plásticas están en la memoria de todo buen aficionado. Desde hace veinte años el equipo buscó una seña de identidad y la encontró en una forma de jugar heredada del gran Ajax de los años setenta. Allí estaba el gran Cruyff, el maestro inciador de todo, el que se enfrentó a los escépticos y fulminó las dudas. El Barça ha evolucionado; al juego abierto y pausado ha añadido más agresividad, más velocidad y es más letal que nunca. La mayoría dice que es el mejor equipo que han visto nunca. Por algo será.

Fue hace veintiún años cuando cambió una tendencia. Por aquel entonces el Madrid era la referencia, un equipo exquisito con un once plagado de canteranos, más el genial Gordillo y dos extranjeros que eran la creme de la creme de la liga. El Barça, en cambio, era un equipo a la deriva que cambiaba de entrenador cada temporada, que no confiaba en la cantera y que en cada declaración dejaba una pataleta que hacía público su sentimiento de inferioridad. Jugaron en Valencia una final de Copa, Cruyff lloró en la previa y la prensa dibujó un doblete para el Madrid. Hubo fútbol, hubo emoción y hubo sorpresa.

Desde entonces muchas cosas han cambiado. Ahora el Barça es la referencia, un equipo exquisito plagado de canteranos, más el letal Villa y un lateral derecho que se come la banda en cada partido. El Madrid, en cambio, se ha ido convirtiendo en un equipo al a deriva que cambia de entrenador cada temporada, que no confía en la cantera y que en cada declaración deja una pataleta que hace público su sentimiento de inferioridad. Hoy jugarán en Valencia una final de Copa, Mourinho ha llorado en la previa y la prensa dibuja un doblete para el Barcelona. Habrá fútbol y habrá emoción ¿Habrá sorpresa? Sólamente el Madrid puede cambiar la tendencia. Veintiún años después.

lunes, 18 de abril de 2011

El reto de Nadal

Los que hemos seguido los grandes torneos de Tenis durante los últimos años sabemos, y entendemos, que Federer es el mejor jugador que jamás ha pisado una pista. Nadie se mueve mejor sobre el rectángulo, nadie maneja mejor los tiempos, nadie golpea con tanta precisión, nadie utiliza el saque como él cuando realmente lo necesita, nadie gana con tanta elegancia sin apenas derramar una gota de sudor. Juega con la facilidad de un maestro, con la libertad de un niño y con la competitividad de un número uno. Sin embargo, en su horizonte siempre ha aparecido una bala de cañón que no ha podido evitar, una mosca cojonera que no ha podido aniquilar, un rival que le ha machacado la cabeza hasta hacerle llorar.

Rafa Nadal no tiene el drive de Federer, ni su saque, ni su volea, ni su facilidad para restar a las líneas, pero tiene el corazón más grande que jamás ha sobrevolado una cancha de tenis y una fuerza de voluntad capaz de derribar cualquier dique. En cada duelo contra el suizo corre el doble, la pega el doble de fuerte, le machaca por el revés, le asfixia, le juega al máximo nivel de exigencia y, casi siempre, le gana.

Los que hemos sorbido fútbol desde la cuna sabemos, y entendemos, que el Barça de Guardiola es el mejor equipo que jamás ha pisado un campo de fútbol. Nadie mueve mejor la pelota, nadie ocupa mejor los espacios, nadie desnuda al rival con tanta precisión, nadie marca tantos goles y nadie recibe menos, nadie gana con tanta soltura ni celebra victorias tan bellas. Juegan con la facilidad que desprende el genio de tipos criados para divertir, con la alegría de una pandilla de descampado, con la competitividad de quienes están dispuestos a hacer historia. No tienen rival en el horizonte, no tienen más retos por superar, aún no ha nacido quienes les hagan morder el polvo.

El Real Madrid tiene una plantilla descomunal pero renuncia al fútbol cuando se enfrenta al Barcelona, cree que no puede alcanzar su nivel y le regala la pelota, le da la espalda a la historia y confía su suerte a un contraataque o a una jugada a balón parado. En cada duelo contra el Barça corre el doble de lo que debería y toca el balón la mitad de lo que dictamina su deber histórico. Juega a la corazonada, a buscar que suene la flauta y a mandarle un mensaje a su rival: os queremos ganar, pero futbolísticamente nos sentimos inferiores. Últimamente celebran hasta los empates. Esa no es la finalidad del reto. Esa no es la mentalidad de Nadal.

miércoles, 13 de abril de 2011

La consagración de un niño

Todo futbolista tiene su momento especial, su punto de partida, su primera firma honorífica en la hoja de servicios. Para la majestuosidad del asombro no existe mejor escaparate que un mundial de fútbol y para un pueblo que lamía las heridas de su depresión, no hubo mejor mesías que un chavalín enclenque que, con diecisiete años recién cumplidos se propuso llamar la atención del mundo y regresó a Brasil como un héroe después de haber viajado hacia Europa siendo un semi desconocido.

Pero eran muchos los que confiaban en las habilidades del pequeño Edson. El niño, al que su familia llamaba Pelé, había llegado a Suecia en detrimento de Luizinho. En una decisión tan polémica como atrevida, Feola había optado por el atrevimiento del joven delantero del Santos antes que por la mala condición física de la gran estrella del Corinthians. El tiempo, y los brasileños, le dieron la razón. Aunque no fue fácil. Pelé sufrió una dura entrada en un amistoso días antes de viajar a Europa y comenzó el torneo, contra la voluntad de los capitanes, sentado en el banquillo de los suplentes.

El partido de semifinales contra Francia pondría en juego a los dos mejores equipos del torneo. Por un lado el conjunto galo, un grupo de hijos de inmigrantes del este de Europa que conjugaba la rapidez del fútbol báltico con el arrojo del fútbol latino. Por otro lado, Brasil, una explosión de técnica y talento al servicio del espectador. El ganador, como en tantas otras ocasiones, fue el fútbol, practicado de manera primorosa y elevado a categoría de arte gracias a una pandilla de locos atrevidos que se atrevieron a conjugar el verbo divertir.

El cinco a dos final no es más que anécdota si tenemos en cuenta la cantidad de ocasiones que se repartieron, la cantidad de regates que regalaron y la cantidad de filigranas que inventaron. A aquellas alturas del torneo, Pelé ya era titular y Solna se echaba a la calle para encontrar un lugar en el estadio Rasunda donde poder disfrutar de la calidad del joven que estaba maravillando al mundo. Su duelo con Jonquet, el mejor defensor francés duró apenas media hora, el tiempo que duró el elegante número diez francés en sentir crujir la rodilla y salir del campo a la pata coja. En aquella época aún no había derecho a realizar sustituciones y Francia hubo de aguantar, con diez hombres, el chaparrón de fútbol que se le vino encima.

Hasta la lesión de Jonquet, el marcador reflejaba un igualado empate a uno. Había adelantado Vavá a Brasil en la primera jugada de ataque del partido tras parar con el pecho un magistral envío de Didí y fusilar a Abbes a media altura. El delantero del Vasco da Gama, que tras el mundial ficharía por el Atlético de Madrid, mantenía un precioso duelo con Fontaine en pos de dirimirse como mejor artillero del campeonato. Sin embargo, sus goles y sus actuaciones quedaron eclipsadas aquella tarde por el niño que había debutado como profesional apenas seis meses antes y que aquella tarde se consagró con un triplete que quedó grabado con letras de oro en los anales de la historia del fútbol.

Aquel equipo brasileño, para muchos el mejor Brasil de la historia por encima incluso del que maravillaría en México doce años más tarde, formó aquella tarde de semifinal con Gilmar, De Sordi, Orlando, Bellini, Nilton Santos, Zito, Didí, Garrincha, Pelé, Vavá y Zagallo. Francia, por su parte, para muchos considerada también como la mejor selección francesa nunca vista, por encima de los equipos liderados por Platini primero y Zidane después, jugó aquel partido con Abbes, Lerond, Jonquet, Penverne, Kaelber, Marcel, Wisnieski, Piantoni, Fontaine, Kopa y Vincent.

En el equipo francés, amén de su capitán Jonquet, alma máter del grupo, destacaban dos delanteros hábiles, incisivos y talentosos. Uno era Kopa, estrella en el Real Madrid de Di Stéfano y el gran artista de la generación. El otro era Fontaine, un tipo veloz, intuitivo y voraz ante el gol que raramente perdonaba en sus duelos contra el portero rival. Y fue precisamente Fontaine quien, aprovechando un genial servicio de Kopa, rompió la línea brasileña para driblar a Gilmar y anotar el empate a uno en el marcador. Habían transcurrido nueve minutos y el partido ya era lo más parecido a una montaña rusa.

De aquel maravilloso equipo carioca, inducidos por la táctica costumbrista de la época, la gente gustó de recitar de memoria una delantera formada por Garrincha, Pelé, Vavá, Didí y Zagallo. Lo que muchos no fueron capaces de descubrir es que aquel equipo había dado una vuelta de tuerca a la táctica y no jugaba con cinco si no con cuatro puntas. Uno de ellos, Didí, formaba línea, junto a Zito, en el centro de campo, lugar de operaciones desde el que podía abarcar cada milímetro y planificar cada segundo de la batalla. Didí era un organizador exquisito, de toque sutil, conducción elegante y llegada sorpresiva. Unas virtudes que puso en práctica en el minuto treinta y nueve de partido cuando aprovechó un balón suelto en el borde del área para controlar, mirar y soltar un zapatazo que se colaría por la escuadra de la portería de Abbes y que ponía fin a la magnífica función representada en el primer acto.

Poco más dejaron los brasileños lucirse al equipo galo. Más allá de la fantástica dupla formada por Kopa y Fontaine, la selección francesa contaba con un ala derecha mágica; Piantoni y Wisnieski eran acrobacia e ingenio, elegancia y velocidad, profundidad y talento. Uno era un pequeño diablo diablo del norte que anotaba goles sin piedad en el temido Stade Reims. El otro era un ídolo del Lens que gustaba ganar la línea de fondo y dar centros de gol como quien reparte caramelos en una fiesta de niños.

Aunque si en aquel partido había alguien acostrumbrado a ganar la línea de fondo y regalar goles como quien reparte caramelos en una fiesta de niños, ese era Manuel Francisco Dos Santos. Al joven extremo brasileño, corto de miras y largo de expectativas, le llamaban Garrincha porque decían que se parecía a un pájaro feo. Más que feo era un pájaro escurridizo; el once cosido en la espalda, las piernas arqueadas por un defecto de crecimiento, la columna torcida y los pies zambos. No había dificultad que pudiese con su talento, no había defensa que pudiese frenarle.

Garrincha, Pelé y Zito, la savia fresca de aquel equipo que llegaba a Suecia con la mochila repleta de expectativas, habían comenzado el torneo en el banquillo de los suplentes. "No puede ser", dijeron los capitanes Djalma y Nilton Santos después de empatar a cero contra Inglaterra, "Estos chicos tienen que jugar". Forzaron al gordo Feola y el entrenador sacrificó a Sani, Joel y Altafini para que los tres chicos jugasen como titulares. Y no le fue del todo mal; dos a cero contra la Unión Soviética, uno a cero frente a Gales y camino al título con parada en semifinales contra la impactante Francia. Una francia con diez jugadores que no pudo aguantar la fiebre competitiva de un equipo cuya cotización subía al alza tras cada partido.

En el minuto cincuenta y dos, Nilton Santos, la enciclopedia de Botafogo, ganó la línea de fondo, centro raso al corazón del área chica y se encontró con las manos de Abbes. El portero francés, quizá más pendiente de donde poner el balón antes que de atajarlo, dejó el esférico suelto a los pies de Pelé quien no desperdició el regalo y hacía el tres a uno con la puerta vacía.

Fue entonces cuando comenzó el recital Garrincha. En el minuto sesenta y cuatro citó a Penverne, amagó, engañó y ganó el espacio suficiente para dejar el balón atrás. Allí apareció una vez más Pelé que, con el descaro que le proporcionaba su juventud, intentó un regate imposible elevando el balón por encima del rival. No lo consiguió, pero el rechace volvió a caer a sus pies y, desde el punto de penalti, batía a Abbes por cuarta vez y ponía la puntilla a una Francia completamente derrotada.

Pero aún hubo más. Diez minutos más tarde, Garrincha volvió a repetir jugada; te la enseño, te la escondo, me lanzo y me voy, volvió a retrasar el balón hacia la frontal y volvió a aparecer Pelé para completar su triplete con un disparo ajustado junto al palo.

Quedaban quince minutos y la función ya había terminado. Sin embargo, el incisivo Piantoni quiso dejar su sello de goleador implacable con una bonita jugada con arrancada desde la línea de tres cuartos y caño incluido que terminó en gol tras un preciso disparo desde el borde del área. Era el punto final a un inolvidable partido de fútbol, la obra perfectamente recreada para el lucimiento de un niño de diecisiete años que pasaría a ser leyenda, el primer paso hacia la eternidad, la segunda final para un país que había abandonado el color blanco para vestir de amarillo y el penúltimo suspiro de una generación de futbolistas franceses que se fueron perdiendo en el olvido y que dejaron el listón tan alto que al país le costó tres décadas firmar una resurrección. En Suecia comenzó un sueño, en Solna se disfrutó un gran partido y el mundo recuerda aquella tarde como una de las mejores sinfonías de la orquesta del fútbol.

lunes, 4 de abril de 2011

Construcciones El Flaco

No existen muchas más jugadas que inventar, muchos más pases imposibles por ingeniar y muchas más novedades con las que asombrar a la hora de liquidar una portería contraria. El fútbol, como juego, regresa siempre a sus orígenes de descampado o patio de colegio cuando el balón pasa por lo pies de aquellos que nacieron para fabricar. El talento, ese gen innato que vive en el alma del genio, es el único patrimonio cultural que conoce el fútbol verdadero; aquel que se creó con el fin de establecerse como un juego de equipo, como un entretenimiento para el espectador, como un deporte en el que construcción y destrucción eran dos conceptos unidos en el sistema pero no obligatoriamente añadidos a todo tipo de jugadores.

Aquellos que un día encontraron una pelota y supieron hacer algo distinto con ella fueron los elegidos para formar parte de la historia. A otros, la fortaleza física les dio para labrar una carrera admirable y un buen puñado de títulos, pero la memoria les apartó a un lugar secundario dentro del baúl de los recuerdos. A los artistas, a los que saben construir el fútbol y a los que ven con el cerebro antes que con el ojo, son a los que hay que proteger, son los que la gente quiere ver jugar.

Riazor volvió a comprobar ayer por la tarde que los viejos rockeros nunca mueren. Pueden presentar un estado físico deplorable, arrugas junto a los ojos y artritis en las manos, pero siempre serán capaces de reencontrar aquella nota que vista su guitarra de leyenda inmortal. El viejo rockero del vestuario coruñés es un tipo flaco, desgarbado y que nunca destacó por su velocidad. Cuando el físico no llega a la altura de los esquemas, es la mente quien dibuja el privilegio del buen constructor. Construcciones El Flaco, sociedad limitada, puso ayer en práctica las normas de los viejos manuales; talento, inteligencia y visión. Así se fabrica el fútbol. No hace falta correr para jugar, no hace falta ser muy listo para valorar lo mejor que se tiene. Valerón paso ayer su presupuesto y ahora es Lotina el que ha de decidir si quiere volver a empezar la casa por el tejado o contar con la ayuda de su mejor arquitecto. Es lo que tienen los viejos rockeros, que siempre tienen un momento de gloria guardado para sus mejores conciertos.