jueves, 16 de abril de 2015

Abocados a la magia

La optimización de recursos es el trabajo magistral que suelen ejecutar los grandes gestores. Los mejores visionarios han sabido adaptarse a la situación y manejar el equipo humano en base a lo que este le podía aportar, dejando en su segundo plano, lo que él podía aportar al grupo. De esta manera, y priorizando sobre los puntos fuertes, hubo grandes equipos que se formaron en torno a un par de estrellas y nueve cartesianos u otros que, desde un perfil más bajo, supieron mantenerse en la élite gracias al trabajo y una fe capaz de mover montañas.

Tomando como perspectiva el éxito grupal, no existe mejor ejemplo en el fútbol actual que el Atlético del Cholo Simeone. Sin ningún futbolista que destaque sobremanera sobre los demás y con jugadores de notable o notable alto en todas las posiciones, el Atlético ha sabido inventarse como equipo a partir del trabajo y la intensidad. Todos para uno y uno para todos. Once mosqueteros con sable en los dientes que pelean cada centímetro de césped como si en la misión se jugasen la propia vida.

Tomando como ejemplo algún caso menos pasional pero igualmente o más efectivo, podemos hablar del Nápoles de los ochenta, un equipo donde diez jugadores proponían y Maradona disponía. O su gran rival en la década, la Juventus de Trapattoni, donde un grupo de excelentes jugadores tenían claro que debían ocupar un segundo plano para que el francés Platini brillase por encima del resto. Algo semejante a lo que le ocurre al Real Madrid actual; contando con la que posiblemente sea la mejor plantilla de su historia, en muchas ocasiones queda supeditado al brutal rendimiento goleador de Cristiano Ronaldo.

El Barça ha vivido, en su pasado más reciente, épocas de fútbol excelso. Desde que Rijkaard y Ronaldinho resucitaron un cadáver con trazas de hundirse en un pozo sin fondo, el equipo, agarrado a las premisas de la posesión y la presión en campo contrario, ha vivido sus particulares días de vino y rosas con triunfos sonados y recordados porque por una vez no solamente importó el qué sino el cómo.

La decadencia del mejor Barça se precipitó por las decisiones técnicas, por la desgracia y por los años. Nada hacía presagiar la caída cuando Guardiola dijo adiós cansado de su exposición ante la excelencia. Se tenía por cierto que él era el gran artífice del milagro del mejor Barça de la historia, pero el equipo quedaba en manos de su mano derecha. Quedaban, pues, los cimientos y la continuidad del discurso. Nada podía salir mal. Pero salió mal.

Salió mal porque se cruzó la desgracia en forma de enfermedad. Tito Vilanova se vio obligado a dar un paso atrás y el equipo, pese a ganar una liga de cien puntos, empezó a descoserse viéndose desprovisto de un patrón guía. Se reintentó con Martino, pero en el rosarino no creyeron ni sus propios preceptores. Así pues, y con la sensación de que se había tirado un año en el camino a pesar de que el equipo peleó los títulos hasta el mes de mayo, se reintentó una huída mirando hacia atrás y se contrató a Luis Enrique con la esperanza de que el asturiano regresase al cuatro, tres, tres, a la presión alta y al tiki taka fulgurante.

El problema que encontró Luis Enrique es que a los pilares del Barça de Guardiola les alcanzó la edad y las lesiones. El que quizá haya sido el trío de centrocampistas más excelso de la historia del fútbol, ha sufrido las consecuencias del desgaste al que somete la élite y las exigencias. Busquets es esclavo de un pubis que le incapacita para gobernar el juego defensivo, a Iniesta se le ve el cartón en cuanto su limitación física se ha hecho evidente con el paso de los años y Xavi, el jugador que lo cambió todo, es un tipo de treinta y cuatro años que aún brilla como complemento pero al que le falta oxígeno para repetir la excelencia que le convirtió en el dueño de los partidos.

Así pues ¿Qué le queda a Luis Enrique? La pregunta, a bote pronto, parece de perogrullo en cuanto hablamos de uno de los equipos con mayor presupuesto del mundo. Aún así, es necesaria analizado lo anterior y la respuesta es sencilla observando el presente. Le queda la magia.

Teniendo en cuenta sus limitaciones en la creación, Luis Enrique ha convertido el centro del campo en un lugar de tránsito. Ya no se mastican las jugadas a cámara lenta ni se cambia el sentido de la jugada pasando por la rueca de Xavi Hernández. Ahora la fórmula es mucho más sencilla; buscar el desmarque de los de arriba y dejar que estos resuelvan la papeleta.

Entre los de arriba está Neymar; el tipo que se ha acostado en la banda izquierda y vive de latigazos de ingenio. A su falta de continuidad suele responder con alguna diagonal certera o alguna conducción frenética. Vive del desmarque hacia afuera y eso le convierte en indetectable porque al jugar en punta hace trabajar al central y al lateral que guarda la zona. Ha marcado veintiocho goles y ha dado cinco asistencias, lo que significa haber participado en el veinticuatro por ciento de los goles del equipo durante la temporada.

Está Suárez; el añorado goleador al que le costó arrancarse las costuras. Acostumbrado a ser eje principal, hubo de adoptar el papel de secundario en un equipo en el que manda el número diez. Acorralado, en un principio, en un costado izquierdo que limitaba sus aptitudes asesinas, ha ido encontrándose poco a poco hasta convertirse en el futbolista que nos había mostrado en Amsterdam y Liverpool, un hombre voraz que fabrica goles desde la nada. Vive al límite del fuera de juego y tira desmarques por doquier hasta que encuentra la portería de frente. Cuando vive en racha es imparable. Ha marcado dieciocho goles y ha dado trece asistencias, lo que significa haber participado en el veintidós por ciento de los goles del equipo durante la temporada.

Y está Messi.

Messi sigue siendo el mejor jugador del mundo, pese a que todos hayamos percibido un bajón en su rendimiento durante las dos últimas temporadas. El principal problema al que ha tenido que hacer frente Messi es el de tener que reinventarse. Cuando el Barça era una coral de centrocampismo, Messi era un tipo indetectable porque aparecía para aclarar la jugada y desaparecía para buscar el espacio. Ahí, con Xavi e Iniesta por detrás y Pedro como socio en el costado, Messi era una arma de destrucción masiva. El problema es que ese Barça se apagó y a Messi le obligaron a reconstruir su juego. De repente, sin socios por detrás, no encontró el espacio, lo que le obligó a afrontar la jugada, una y otra vez, contra un bosque de piernas. Las lesiones y los problemas personales, hicieron mella en su rendimiento, y aunque su aporte de goles seguía siendo notable, en el mundial se observó la caída del mito al que todo el mundo había prometido encumbrar en lo más alto.

El nacimiento de este nuevo Barça rupturista de ida y vuelta, transiciones rápidas ha obligado a Messi a convertirse en un mediocentro en la banda derecha. Desde allí recibe, casi siempre, sin espacios, y se ve obligado a inventar una jugada con un muro por delante. Además de goleador, se ha convertido en un pasador excelso y milimétricos son sus pases al segundo palo que, generalmente, suele agradecer Neymar. Como, además, es un hombre voraz y sabe jugar al fútbol, suele buscar el desmarque en diagonal para aparecer allí donde todos le esperan salvo los defensas contrarios. Sus cifras siguen dando miedo. Durante esta temporada ha anotado cuarenta y cinco goles y ha repartido veintitrés asistencias, lo que supone una contribución estadística del cuarenta y nueve por ciento total de los goles del equipo. Lean dos veces esta barbaridad para ser conscientes de que la mitad de los goles del Barcelona durante la temporada llevan, directa o indirectamente, el sello de Lio Messi. Como para no tenerle por imprescindible.

Así es este Barça de Luis Enrique. Menos deslumbrante en el aspecto técnico, más demoledor en el aspecto ofensivo. Un arma de doble filo que juega a su favor en los partidos descontrolados y juega en su contra en los partidos de ferreo control. En el último mes le hemos visto resolver un clásico por pegada y dejarse dos puntos en Sevilla por defecto de pausa. La posesion sigue a favor en las estadísticas pero ya no es utilizada como arma destructiva. Antes, los rivales caian por inercia. Ahora caen por contundencia. Es un Barça que depende de la inspiración de su trío de delanteros. Luis Enrique ha sabido optimizar sus recursos dejando atrás principios y rotaciones absurdas. Es equipo abocado a la magia.