lunes, 11 de marzo de 2024

Lejos del ruido

Existen personalidades tan apabullantes que, en sí mismas, son capaces de aglutinar todos los conceptos derivados del resultado de sus operaciones. Si es el éxito quien llama a su puerta, entonces sacará pecho con un gallito erguido y proclamará su ego por encima del conjunto. Si, en cambio, es el fracaso quien viene a visitarle, entonces buscará entre la basura de los factores externos hasta encontrar ese motivo sobre el cual pueda cimentar su exculpación.

Los hombres ególatras raramente piden perdón y si lo hacen es para recordar que su figura vive siempre por encima de los hombres. Cuando implosionan, en cambio, es tanto el ruido que generan que resulta imposible mantenerse al margen e ignorar la presión que conlleva un discurso que, en general, va cayendo en desuso con el paso de los años. Suele ocurrir, además, que la onda expansiva es tan grande que, durante años va arrastrando a todo el que se cruce en su paso ignorando, a su vez, que la caída ha dado su primer paso hacia la involuntaria desgracia y que, si por un último momento, siguen en la picota es más porque la personalidad ha labrado un nombre en lugar de porque el presente reparta verdaderas cartas ganadoras.

La implosión de José Mourinho comenzó el día que aceptó volver a mirar a la cara a Josep Guardiola. Irritado por la perfecta conjunción de astros que suele acompañar a su némesis, firmó por el United con la promesa de volver a ser Ferguson sin darse cuenta de que jamás podría dejar de ser Mourinho. Aquella caída derivó en un fichaje por un equipo con menos aspiraciones como era el Tottenham y de aquel escarnio salió herido camino a Roma. Definitivamente, eran los equipos los que elegían al portugués y no el portugués quien elegía a los equipos a los que gustaba de hacer campeones.

Sucede en ciertos personajes que son incapaces de separar el ego de la realidad. El trabajo en Roma no fue tan malo si tenemos en cuenta los hechos; dos finales europeas con un triunfo y clasificaciones para Europa en todas la temporadas, pero la verdad decía que el equipo se estaba viciando de un discurso que, ni calaba, ni sabía interpretarse. Los sabios, cuando lo son de verdad, saben variar el discurso a medida que ven crecer el hilo de sus dificultades. Cuando el equipo comenzó a caer, Mourinho no dejó de tocar el violín; si había que hundirse, lo haría sin variar una sóla nota.

Apagado el concierto y liberado el caos, el silencio ha permitido a De Rossi, otrora leyenda y hoy apagafuegos, planificar el juego en base a sus piezas. Así, ha ido involucrando a los jugadores en una forma de jugar diametralmente distinta y los resultados están cantando bingo en las gradas del Olímpico. Dos buenas eliminatorias en Europa League y la sensación, en liga, de que el equipo va subiendo posiciones con la facilidad del escalador en los puertos de primera categoría.

De Rossi ha recuperado a Spinazzola para la profundidad, a Paredes para la jerarquía, a Aouar para la distribución, a Dybala para la magia y a Lukaku para el gol. El resto, piezas importantes de un engranaje que se va conformando como funcional, aportan su granito en un grupo que, lejos del ruido y los discursos antiguos, ha recuperado el ánimo, la velocidad, el hambre y, sobre todo, el fútbol. A veces un cambio de discurso es tan importante como asumir una derrota, porque en el pozo se encuentran los peores espíritus y los diablos interiores pueden hacerte saber cual es el camino correcto.