viernes, 24 de febrero de 2017

La memoria



La memoria, en el fútbol, es un sueño etéreo que dura lo que aguanta el resultado. La memoria no tiene sonrisa ni perdón, no tiene agradecimiento y, sobre todo, no tiene paciencia. La memoria es traicionera porque generalmente nos sitúa en el lugar erróneo al que nos conduce la idealización, nos sitúa en el lugar equivocado y en el momento equivocado y desde ahí, cuando aún pensamos que somos los mejores sin saber asumir que no somos más que lo que realmente estamos capacitados para ser, tomamos la peor decisión posible porque la autoexigencia, al fin y al cabo, se nos vuelve en nuestra contra.

La destitución de Ranieri es una broma de mal gusto. Hay que bucear mucho en los ancestros de la historia del fútbol para encontrar una epopeya parecida a la que protagonizó el Leicester durante la temporada pasada. Ser campeón de la Premier cuando los pronósticos te situaban en la Championship es uno de esos milagros que, por falta de cotidianeidad, nos reconcilian con la vida y, sobre todo, con el fútbol. Cuando tu nivel real no es el previsto sino el provisto, es cuando nos saltan las alarmas y perdemos la memoria. A un punto del descenso y a un gol de la clasificación para octavos de final de la Champions League. Es posible que algunos, allá en su trono de vanidad, hubiesen esperado mucho más, pero el nivel del equipo es este y los milagros, por su condición de extraordinarios, raramente se repiten.

miércoles, 22 de febrero de 2017

¿A quien le gusta la perfección?

Los cantos al fútbol son odas de imprecisión y magia. Los partidos imperfectos, por estar cargados de errores, son los menos comunes pero los más divertidos, son los menos deseados por el entrenador pero los más añorados por el espectador neutral, ese sabelotodo de barra de bar y despacho lleno de pensamientos que gusta de redifundir opiniones con la soltura de quien conoce los secretos del juego.

Manchester City y Mónaco demostraron que el fútbol puede ser una locura, que la cordura, en ocasiones no está reñida con el espectáculo y que ir y venir puede tener maravillosas consecuencias de cara al espectador. Ocho goles y una veintena clara de ocasiones, un partido que pudo haber acabado mal para el City y que, sin embargo, terminó poniendo bajo las cuerdas a un Mónaco que dibujó media hora de fútbol precioso en casa de su rival. En pleno Etihad, con todos sus millones desparramados por el campo y con toda la táctica de Guardiola intentando impedir el desastre que estuvo a punto de acaecerle.

Pero si el fútbol es hermoso por muchos detalles, uno de ellos es porque siempre ofrece una oportunidad para la redención. Ningún otro deporte en el mundo da oportunidades igual a quien está jugando mal. Todos tienen su momento y a todos su rival se le puede terminar acogotando. Le pudo ocurrir lo mismo al Atlético en Leverkusen, dominador implacable durante setenta minutos y sufriendo como un perro abandonado durante los últimos veinte. Algo así pudo ocurrirle al Mónaco, que debió marcharse de Manchester pensando qué diablos habían hecho mal para merecer un castigo semejante. Y es que cuando los grandes jugadores se ponen el traje de superhéroe, es muy difícil contener su aliento feroz. Silva, Agüero, Sané y Sterling se juntaron, no solo para amortiguar el golpe, sino para poner en la mesa un mandamiento implausible en esta competición; vas a tener que hacer las cosas mucho mejor si quieres ganarme.

Y como el Mónaco no podía hacerlo mejor porque ya lo había hecho todo de manera maravillosa, no le quedó otra que acogotarse atrás y esperar a que el temporal no le llevase por delante. Y lo que se llevó a casa fue un mal resultado y la esperanza de un buen rato que le hace soñar con una remontada que tendrá que ganarse por derecho. El fútbol a tumba abierta no es perfecto pero ¿A quién le gusta la perfección?