miércoles, 28 de enero de 2009

El mejor equipo de la historia de la liga

Tras casi un año de votación, mediante una encuesta publicada en el margen derecho del blog, los asiduos, o no, a este espacio, han tenido la oportunidad de elegir al que, según ellos y a propuesta mía, es el mejor equipo de la historia de la liga. En principio, el ejercicio de elección constaba entre elegir a diez jugadores por puesto, elegidos por criterios de relevancia histórica. Sé que echasteis de menos a más de uno, pero al tratarse de un campeonato de más de setenta años de antigüedad, resultaba casi imposible dar cabida a todos los grandes jugadores que han disputado el torneo.

El equipo elegido, tras más de doscientos votos recibidos por puesto, fue el siguiente:

- Casillas: Los mejores jugadores aparecen siempre en momentos de dificultad. En una época en la que al Madrid le sobraban las excusas y le faltaban las victorias, el entrenador Guus Hiddink se vio en la obligación de hacer debutar a un juvenil imberbe de mirada tímida y modales descarados. Casillas recibió dos goles en su debut ante el Athletic y no tardó en regresar al segundo equipo. Sin embargo, su estela había quedado pintada en oro y brillantes. Como a las leyendas resulta fácil encontrarlas, poco después, el galés Toschack volvió a acordarse del joven portero. No sería su último mentor, pues el espaldarazo definitivo se lo dio Vicente del Bosque convirtiéndole en titular de un equipo que terminó ganando la Copa de Europa. Desde entonces todo fueron paradas y milagros. Excepto medio año de inquietante titularidad a la sombra de César y tras una nueva final de infartos y paradones, Casillas se convirtió en leyenda indiscutible. Desde entonces ganó cuatro ligas y se convirtió en hombre clave del Madrid. Cuentan los sabios que, desde Iríbar, ningún portero había sido capaz de ganar tantos puntos para su equipo.

- Sergio Ramos: Los tipos más fuertes siempre tienen un lugar privilegiado en el olimpo de los admirados. Cuando Ramos tenía diecisiete años ya jugaba como un tipo de treinta. Fuerte, atlético, rápido e intuitivo, en Ramos observamos las condiciones de los mejores defensas de la historia. Atrás dejó unos comienzos inconmensurables vistiendo la camiseta del Sevilla y, por delante, tiene la oportunidad única de convertirse en jugador referencia y capitán del Madrid durante la próxima década. En sus escarceos con lo extrafutbolístico encontramos la duda de un tipo indiferente con el compromiso, pero como sabe redimirse a menudo con la frialdad del ambicioso, en cada reto tomado en serio, encontramos un soldado de barba rala y cuchillo apretado sobre la mandíbula. Debe ser difícil tenerle como enemigo.

- Ayala: Las segundas oportunidades solamente son concedidas a los tipos que las merecen. Tras liderar a River y derretir de pasión las gradas de Nápoles, Roberto Fabián Ayala llegó a Milan para disputarle la hegemonía a la vieja línea formada por Maldini, Nesta y Costacurta. No lo consiguió. Con la amarga experiencia del fracaso y las ganas irreductibles del triunfo, aterrizó en Valencia para convertirse en mariscal de campo. Como ché, Ayala fue príncipe y guerrero. En una defensa cuya edad hacía chirriar sus engranajes, Ayala aportó criterio, fiereza y seguridad. Como todo ser competitivo sabía hacerse respetar en las dos áreas; en la suya, sabía pegar con discreción y apabullar a los rivales con su anticipación, y en la contraria, sabía saltar como un gamo y anotar decenas de goles gracias a sus cabezazos incontrolables. Suyo fue aquel gol certero que dio la liga en Málaga y suya fue la seguridad impenetrable que certificó una segunda liga conquistada en Sevilla. Cuando abandonó su hábitat, descendió a segunda con el Zaragoza, pero aún en los infiernos nadie pudo olvidar jamás el aporte irrefutable de un defensor pequeño que actuaba como un gigante.

- Hierro: Cuando jugaba en Valladolid estuvo apunto de fichar por el Atlético. Adelantarse a su eterno rival, fue una de las operaciones más hábiles de Ramón Mendoza. El malagueño Fernando Hierro aterrizó en un Madrid perfectamente engranado y, con los años, se vio obligado a capitanear constantes cambios de rumbo. Cabeza visible en éxitos y fracasos, Hierro rara vez escondió la cabeza a la hora de afrontar los retos. Se consagró mediáticamente como centrocampista, pero pasó de verdad a la historia como defensa central. Fue capitán y guía, férreo enemigo e impulsivo gladiador en ambas áreas. Jugó casi quinientos partidos, marcó más de cien goles y levantó en cinco ocasiones la copa de los campeones de liga. Tras su marcha, el Madrid no dejó de navegar y derivar. Siguió ganando, porque en su inercia reside su esencia, pero no volvió a encontrar un pilar tan fundamental como lo fue su presencia.

- Roberto Carlos: Rara vez un defensor resultó tan vital en el aspecto ofensivo para su equipo. Roberto Carlos se acostaba en el lado izquierdo, arrancaba como defensor lateral y tuvo siempre alma de delantero. Su principal virtud era la velocidad y su arma más mortífera era su disparo. Como al Madrid siempre le pusieron trabas, el equipo siempre encontró una vía de salvación en los disparos certeros de pequeño jugador brasileño. Llegó rebotado del Inter y se marchó a Turquía tras anotar un centenar de goles y ganar cuatro ligas. En el recuerdo queda la esencia de un jugador irrepetible, dueño absoluto de su carril y arma afilada para los equipos rivales. Cuando ganaba la línea de fondo, era para poner un centro de gol, cuando asomaba a la frontal, era para reventar la pelota en la red de la portería contraria.

- Guardiola: Hoy le vemos vestido de manera impecable y gesticulando abiertamente junto al banquillo del Fútbol Club Barcelona, pero no hace mucho era el eje central del mejor Barça que se recuerda. En un equipo que pasó a la historia con el sobrenombre de Dream Team, Guardiola era el guía y la estrella polar. Sus críticos siempre achacaron su ausencia de facultades para poner en duda su valía, pero en su principal virtud apagaba todas sus carencias; Pep veía siempre el pase correcto antes incluso de recibir el balón. En una época, la actual, dirigida en viajes por GPS de alta tecnología, recordamos a Guardiola como el primer gran radar del fútbol. Su lugar era la zona central del terreno de juego y su mirada lo abarcaba todo. Aprovechó la profundidad de Stoichkov, el desmarque letal de Romario y la capacidad asociativa de Laudrup para convertirse en su mejor socio. Y el Barcelona se aprovechó de su valía para conquistar seis ligas y convertirse en referente definitivo en el escaparate del fútbol mundial.

- Messi: Apenas ha cumplido la veintena y solamente ha ganado dos ligas y ya es considerando como uno de los grandes de la historia. A sus asombrados valedores no les falta la razón; Messi es una anguila con pies de pluma y piernas de acero capaz de dejar sentado a cuantos rivales se pongan en su camino. Nacido como delantero, el holandés Rijkaard supo sacar lo mejor de su jugo acostándole sobre el lado derecho. De allí no le ha movido nadie desde que debutó como azulgrana y difícilmente podrán quitarle el sitio durante la próxima década, porque en Messi se adivinan diez u doce años de gran fútbol y una carrera dibujada para uno de los mejores jugadores de la historia.

- Gento: Ningún otro jugador ha ganado tantas ligas como La Galerna del Cantábrico. Fichado desde el Racing de Santander para hacerse un hueco en el costado izquierdo del ataque madridista, Gento pasó pronto de promesa a realidad y de realidad a capitán legendario. Sobrevivió al mejor Madrid de Di Stéfano y se convirtió en guía espiritual de un Madrid ye-ye que heredó el espíritu de los campeones. Cuando se retiró no solo dejaba atrás la estela del mejor extremo izquierdo de la historia, sino también un palmarés insuperable coronado con dos records, hasta hoy, inalcanzables; el de seis copas de Europa y doce títulos de liga.

- Zidane: Si la poesía es la estética del sonido dentro del lenguaje, podríamos bautizar a Zidane como el mejor poema que jamás compuso el fútbol. Dotado de unas cualidades técnicas insuperables, Zidane vivió siempre en la cima de los asombros. En cada control, en cada regate, en cada detalle, dejaba el aroma de las mejores cosechas balompédicas. Fue bailarín e hipnotizador. No fue un gran definidor ni un tipo en el que poner los balones decisivos porque lo suyo, más que los goles era el juego. Destilaba fútbol y, como tal, pasó a la historia como un auténtico artista del balón. Jugó en el Madrid durante sus últimos años y solamente ganó una liga, pero por encima de todo dejó varios centenares de detalles que siguen y seguirán siendo inolvidables.

- Raúl: Comer sin angustia y devorar hasta la saciedad suele ser castigado por los más moralistas como un imperdonable pecado de gula. En este sentido, no podríamos encontrar en nuestra liga un pecador tan insaciable como Raúl. Pocas veces un futbolista tan discutiblemente tocado por la técnica, fue capaz de sacarle tanto partido a su inteligencia. Raúl entiende el fútbol como un juego de patio de colegio, donde el más listo se gana siempre el bocadillo y el beso de la más guapa de la clase. En su ímpetu devorador ha dejado más de doscientos goles, quinientos partidos y un total de seis títulos. Y sigue sumando, porque su hambre de gloria no tendrá jamás límite por más que los moralistas se propongan pararle los pies.

- Puskas: Llegó al Madrid pasado de kilos y de años y se marchó dejando la sensación de que jamás volvería a verse un delantero como él. Ante la negativa a su fichaje por parte de José Samitier, Santiago Bernabéu mandó al garete a su secretario técnico y cumplió el sueño de fichar al jugador que tanto le había asombrado durante sus antiguos viajes por Europa. Pese a adelgazar, nunca dejó la sensación de ser un gordito, pero, eso sí, siempre un gordito maravilloso. Anotó ciento cincuenta y cuatro goles en ciento ochenta partidos de liga, ganó cinco títulos y dejó para siempre el recuerdo de una pierna izquierda irrepetible. Un cañoncito insuperable. Imparable.

viernes, 23 de enero de 2009

El fútbol de Suca

A mí el fútbol me pone nervioso, me cambia el humor. No lo pudo evitar. El estar contento o irritado un fin de semana puede depender de si una pelota entra o se va fuera por un centímetro. Conozco gente a la que le gusta mucho el fútbol que asegura que no le da mayor importancia en su vida. Que no juegan ellos, dicen, y que cómo se van a cabrear por un partido si a ellos el fútbol no les da de comer. A algunos no les creo. Y a los que creo, a menudo les envidio. A mí también me gustaría disfrutar de una noche con independencia de lo que haya hecho mi equipo, pero no puedo, y me consta que no soy el único. Seguro que me entendéis.

En ocasiones me pregunto por la facilidad que tiene la gente para rescatar su primer recuerdo de algo en concreto. En este caso, el primer recuerdo de fútbol. Yo no lo tengo tan claro. Se reparte entre el rojinegro del Milan, y el rojiblanco. Rojiblanco del Atleti, claro, pero también el blanco del Madrid. Porque a mí me gusta que pierda el Madrid, no lo escondo. Por eso entre mis primeros recuerdos está aquel 5-0 que sufrió en San Siro. Ahora miro en internet y veo que fue un 19 de abril de 1989. 5 añitos tenía. Dicen que era capaz de repetir de carrerilla los goles del Milan: "Ancelotti, Rijkaard, Gullit, Van Basten y Donadoni", repetía ante la insistencia de mi familia y vecinos, a los que les hacía gracia que un niño dijera esos nombres. Por supuesto, ni imaginaba que estaba ante un equipo histórico, pero había goleado al Madrid, y mi padre, mi hermano, mi tio, estaban felices.

Con más nitidez recuerdo un partido que se jugó un mes después. Sólo un mes después, pero lo recuerdo mucho mejor. Quizá sea ese mi primer verdadero recuerdo. Era un derbi madrileño, en el Calderón. El Atleti ganaba 2-0 a la media hora y los dos goles los había marcado Baltazar. A mí aquel nombre me sonaba a la felicidad absoluta. Era un rey mago (mi preferido) y además el goleador del Atleti. Por momentos, quería llamarme Baltazar. La alegría del 2-0 dio paso a un cabreo en aumento, sobre todo por parte de mi hermano. Butragueño empató a dos en el 72' (el primero del Madrid lo había marcado Schuster) y tres minutos después Losada puso el 2-3. Nos habían remontado y aún quedaba un cuarto de hora. Recuerdo a Pablo abandonando el salón, enfurecido, avergonzado. Y en esas, a cinco minutos para el final, el Atleti tiene una falta a favor en la frontal. Las palabras de mi padre creo que no se me olvidarán: "Tranquilo, que esto va a ser gol", dijo. Además, tiraba Baltazar. Pablo creo que ya estaba en la habitación de al lado, sin querer saber nada del asunto. Fue gol, claro. Cómo no iba a ser gol, si lanzaba Baltazar. Quizá el primero que canté de verdad en mi vida. 3-3. No era gran cosa después del 2-0, pero sí lo era tras el 2-3. Y para mí fue más aún. Había un brasileño con nombre de rey mago al que yo creía capaz de cualquier cosa, y encima mi padre adivinaba los goles del Atleti. ¿Cómo iba a ser de otro equipo?

Soy más de Maradona que de Pelé, más de Ronaldo que de Zidane, más de Agüero que de Torres, más de Baggio que de Del Piero, más de Michel que de Beckham, más de Futre que de Cristiano Ronaldo, más de Xavi, Iniesta y Cesc que de Lampard, Gerrard y Hargreaves, más de Rijkaard que de Capello y más del Atleti que de España.




P.D. Tras el apodo de "Suca", aparece el nombre de Manuel, aficionado enfermizo al fútbol, amante de la estética del balompié y cómplice de muchos de mis mejores momentos. Licenciado en periodismo, durante varias horas al día ejerce como redactor en la página web de un conocido diario deportivo. El resto de su vida, entre otras cosas, ha ejercido como mi hermano pequeño, por lo que me resulta imposible evitar una sonrisa cada vez que releo sus palabras, puesto que cada uno de sus recuerdos, por haberlos compartido, son también los míos.

martes, 20 de enero de 2009

El equipo de 2008

Después de un mes de votación en una de las encuestas presentadas en el margen derecho del blog, los visitantes, lectores y seguidores del mismo, se pusieron de acuerdo para elegir, por mayoría, el siguiente equipo como el ideal del pasado año 2008. Conviene cerciorarse de que en el mismo aparecen los cinco últimos finalistas por el Balón de Oro y que solamente Kaká no aparece de los cinco candidatos al premio FIFA World Placer.

- Casillas: Todo personaje histórico requiere una biografía distinguida por un punto de inflexión. Hasta este verano, reconocíamos en Iker Casillas a un portero de reflejos inauditos, corazón de león y tentáculos de pulpo. Pero hasta los más puristas le pedían un instante de redención. Y lo tuvo. Tener enfrente a Buffon y mirarle a los ojos para aceptar el reto, fue como revivir un duelo legendario entre Wyatt Earp y Billy Clanton. A ver quien sale vivo de ésta. Ganó Casillas, que detuvo dos penaltis y pasó España, que espantó todos sus males. El último tramo hacia el título no requirió más milagros, pero cuando todos coreamos con Iker el grito del campeón supimos que, esta vez sí, aquella copa estaba siendo alzada por el mejor portero del mundo.

- Sergio Ramos: Cierto día, Luis Aragonés salió a la palestra para decirle al mundo que Ramos solamente haría carrera desde el lateral derecho y los caníbales de la desinformación salieron para roerle otro trocito de alma. Más allá de que el sevillano tenga condiciones de sobra hasta para jugar en el centro del campo, no deja de ser menos cierto que, desde el costado derecho de la defensa, ayudó al Madrid a ganar una segunda liga consecutiva e impuso su capacidad atlética para cerrarle el paso a los enemigos y llevarse esa gran alegría colectiva que situó a España en el centro de todos los mapamundis.

- Pepe: Cuando la noticia de su fichaje por el Madrid saltó a los titulares del mundo, hasta los más cuerdos se echaron las manos a la cabeza. Su alto precio y su escasa experiencia en ligas verdaderamente competitivas le situaban en la picota de los posibles fracasos. Pero es difícil fracasar cuando se tienen condiciones tan estupendas para ejercer en el puesto de central. Es fuerte para anticipar, rápido para cruzar y atlético para saltar. Salvo algunos despistes que suelen condenar su fiabilidad, en Pepe se adivinan actuaciones suficientes como para ejercer el mando de la defensa del Madrid durante el próximo lustro.

- Vidic: El central serbio del Manchester se convirtió en el gran descubrimiento competitivo de la pasada temporada. Competitivo como pocos y fuerte como el que más, en él afloran las características del central clásico de toda la vida. Su buena colocación corrige las urgencias surgidas por los despistes de sus compañeros y su fortaleza le convierte en el tipo más duro en las áreas de Old Trafford.

- Zhirkov: Hasta hace pocos años, los laterales eran tipos rápidos y flacuchos que, gracias a una excelente condición física, eran capaces de subir y bajar la banda sin cesar durante un centenar de veces a lo largo del partido. Cuando se impuso la moda de poner a defender en la banda a tipos con aspecto de gorila y planta de defensa central, los equipos perdieron un efectivo en ataque y los extremos hubieron de ingeniárselas aún más para encontrar el espacio y el apoyo. Por eso, cuando vemos a laterales clásicos, como Zhirkov, que buscan sin cesar la línea de fondo de la defensa rival, no podemos evitar esbozar una sonrisa y complacernos a nosotros mismos por saber que el fútbol de siempre no dejará de tener últimos mohicanos que nos hagan disfrutar en cualquier partido.

- Cristiano Ronaldo: Si hace un par de años alguien me preguntaba por el jugador portugués, yo solía responder que era un jugador que hacía cosas maravillosas en lugares innecesarios. Como todo hombre tiene la capacidad para aprender y Ronaldo tiene el talento para jugar al fútbol, le bastó una evolución, un equipo en creciente estado de ánimo y el lugar exacto para encontrar los espacios. Desde la banda, Ronaldo sabe crecer de manera descomunal, bien pegándose a la cal para iniciar una carrera imparable, bien para cruzarse por el medio y culminar en un remate certero cualquier buena combinación de sus compañeros. Aún hay quien le exige un gran partido ante un gran rival, pero si obviamos su gran gol de cabeza en la última final de la Champions, podemos recurrir a sus números incontestables y a las grandes tardes de entretenimiento que nos proporcionó a los aficionados. Por ello le otorgaron el Balón de Oro y por ello le consideraron como el mejor jugador del mundo.

- Xavi: El desierto de la ignorancia es tan largo, que no basta con hacer un buen puñado de partidos para convencer a los incrédulos. A Xavi le ha costado convencer mucho más que a otros que corren en doble y juega la mitad. El fútbol más sencillo y, a la vez, más efectivo del mundo, solamente se genera en los pies de quien sabe jugarlo. Hace poco me preguntaros si se podía jugar al fútbol mejor de lo que lo hace Xavi. Yo sé que no y tanto Rijkaard como Luis Aragonés lo supieron y en la seguridad de su apuesta se encontraron con dos equipos campeones. Guardiola también tiene claro quien es su eje. Un tipo con mirada tímida y cuerpo de timorato. No os dejéis engañar, en su cabeza reside todo el conocimiento y en sus pies vive todo el talento.

- Cesc: Durante muchos años tuvo que vivir a la sombra de sus predecesores en el Barça para hacerse un hueco de verdad en el once inicial de la selección española. Aunque aún no lo haya conseguido, todos sabemos que sin las últimas pinceladas de Cesc Fábregas, España no hubiese alcanzado sus grandes cuotas de resultado durante el pasado verano. En el Arsenal, en cambio, su contribución al juego es esencial. Con Cesc, los gunners son un equipo eléctrico, que encuentran el socio perfecto en cada una de las combinaciones. Sin Cesc, el Arsenal es un equipo plano, sin eje sobre el que girar y sin un espejo en el que mirarse. Su juego es tan sencillo que hasta asombra comprenderlo.

- Ribery: El joven extremo francés se ha convertido, por derecho propio, en el arma principal del Bayern Munich y de la selección francesa. Aunque durante la pasada Eurocopa obtuviese más amargura de la deseada, fueron sus grandes actuaciones en la Busdesliga las que le catapultaron al olimpo de los grandes futbolistas de la actualidad. Rápido, eléctrico, hábil y buen llegador, al Bayern le falta una pierna cuando siente su ausencia. Cuando juega, sin embargo, siente la comodidad del niño que sale a jugar al parque con una pistola más grande que la de sus amigos.

- Messi: Pese a una primera parte de la temporada marcada por las dudas de su equipo y las lesiones que amargaron su proyección, el verano le dio la oportunidad a Messi para regenerarse como campeón olímpico. Una vez de vuelta a casa, Guardiola le dijo bien claro que él era el mejor jugador del mundo y él no hizo otra cosa sino creérselo. Aprendió a manejar los espacios y a desenvolverse ante marcajes férreos. Si recibe en estático, sabe encontrar al compañero que le devolverá el balón en carrera. Si recibe en movimiento, más vale invocar a los santos porque en su galopada hacia el área suele dejar un reguero de cadáveres por el camino y suele terminar la jugada celebrando un gol con los brazos mirando hacia el cielo.

- Torres: Muchos aficionados, yo el primero, dudamos de la capacidad de Fernando Torres para hacerse con los mandos en el área atacante de Anfield Road. Durante su estancia en el Atlético, dejó en el césped todo su corazón y sus ganas de avanzar, pero en su ímpetu por evolucionar dejó muchos más errores que aciertos. El cambio que necesitaba era tan sencillo como tener alguien a su lado que le indicase como debía jugar. Cuánto más se acerca a la portería contraria, más crédito le puede aportar a sus capacidades. Benítez le enseñó a olvidarse de la creación del juego y le mandó a jugar con la línea defensiva del equipo rival. Por ello, cada pase interior encuentra el mejor desmarque y cada remate es más certero porque encuentra al portero siempre de cara, sin nadie alrededor. En el Atleti nunca pudo jugar así y por ello no pudo batir nunca las cifras de sus antecesores. En el Liverpool es hombre record e ídolo de masas. En España, será siempre el chico del Atleti que una tarde de junio marcó el gol que nos hizo campeones de Europa.

jueves, 15 de enero de 2009

El eficaz encanto de la discrección

Contra la locura mediática del juego y la prisa insomne del aficionado, convencido por los medios de que para llegar a la victoria no hay mejor camino que la fuerza y no hay mejor recurso que la velocidad, existen personas de juicio sensato que saben nadar como los salmones e iluminan sus decisiones tras la sombra de los agoreros. Ante la necesidad, virtud, y en la virtud aparece la paciencia. Cuando a Guardiola le dieron las riendas del equipo de su vida intentó aprenderse de carrerilla hasta el número de pie de cada uno de sus futbolistas. Cuando los expertos prevaricadores suplicaron por un peón de reinas, Pep ya sabía lo que tenía en casa. Barrer para adentro no es fácil, mucho menos lo es saber recoger el polvo desprendido por la propia idiosincrasia.

El día que Guardiola puso a Busquets por vez primera como titular, los más aguerridos intentaron señalar la osadía como un error de cálculo y un exceso de confianza. Los más nostálgicos nos retraíamos unos años atrás y nos acordábamos de un portero de idéntico apellido, buenas maneras con los pies y desastrosas actuaciones con las manos. Había que verle. Y le vimos.

Existen jugadores que rompen las barreras del asombro calzados en su propia inercia competitiva. Los hay que intentan correr más de lo que pueden para ver si así pueden convertirse en cómplices de la grada, hay otros que siempre intentan un último regate de más para ver si así pueden conseguir brotar el orgullo en el pecho de sus padres, y los hay que intentan en cada acercamiento el gol imposible porque piensan que de sonar la flauta, fútbol y futuro serán dos vocablos que viajen en su mochila durante el resto de su vida.

Pero los hay muchos más prudentes. Hay futbolistas que saben que el juego gira en torno a un balón, que en dos toques se pueden espantar más problemas de los necesarios, que en la buena colocación reside el secreto del buen centrocampista y que jugar al fútbol significa aparecer y desaparecer según lo indique la jugada.

Habrá aún quien dude de la valía del joven Busquets porque aún no le ha visto realizar un regate. Habrá otros que denuncien su poca aportación de cara a gol. Otro dirán que no es rápido y que corre menos de lo estipulado. Da igual. Guardiola sabe lo que tiene y los que entendemos el fútbol como un juego sabemos que en la arriesgada apuesta por Busquets existen más probabilidades de acierto de las que piensan los agoreros.

lunes, 12 de enero de 2009

Cobardes

Resulta que durante semanas anduvimos poniendo el grito en el cielo, salvaguardando nuestra honestidad y reivindicándonos como una afición ejemplar ante los ojos del mundo. Le desnudamos los argumentos a Platini y nos alegramos del ridículo que terminaron haciendo, tanto el monsieur del balón como el pataleante Pape Diouf. Nos enfadó la sanción, pero como el cuento terminó con un puñado de perdices en nuestra cocina, terminamos regocijándonos de que, en el fondo, todos sabían que teníamos razón.

Y la seguimos teniendo, al menos en lo que a aquel menester se refiere, que, ajeno a otras circunstancias, nos siguen presentando como un conjunto de fieles inmortales que cada domingo lloran sus penas, soñando con el día en el que riamos nuestras alegrías. Y no lo conseguiremos, ni a nuestros ojos, ni a los del mundo, cuando la primera imagen que recuerde nuestra existencia, presente a un grupo de energúmenos, escondidos entre el cobarde recurso de la mayoría, lanzando bolas de nieve al portero del equipo rival.

Resulta que, parte de nuestros seguidores, además de animadores incansables, también se han colgado la etiqueta de moralistas de la patria. Como si de un tribunal inquisitorio se tratase, se sienten capaces de medir el nivel de antiespañolismo de cada jugador rival en función del escudo que tenga bordado en su camiseta. Si aceptamos que a todos los vascos se les mida por el mismo rasero, no debemos escandalizarnos cuando los energúmenos del bando contrario, cometan la barbaridad de etiquetar al resto de españoles como rancios guardianes de Dios y de la patria. Si dejamos que los partidos de fútbol se conviertan en un mitin y que los radicales presuman de inconstitucionalidad con total impunidad, no tardara en llegar el día en el que nos volvamos a encontrar con la misma tragedia que un día nos paró el corazón a todos. La cobardía facilita el recurso de reir las gracias y el silencio facilita el acto de quien se siente dueño de un deporte y de cientos de vidas ajenas. Si no entendemos que, más allá de la detestable violencia, su reivindicación tiene más tintes sentimentales de los que creemos, y si ellos no entienden que nuestra principal reivindicación reside en el deseo de vivir en paz, nos seguiremos catalogando sin evadir la ignorancia y nos seguiremos englobando sin desgranar almas y corazones.

El segundo nivel de cobardía está presidido por la espalda ratonera de quien permite altercados en su propia casa. Durante la moción de censura que puso a Joan Laporta entre la espada y la pared durante los primeros días del pasado verano, la prensa, más proclive a escandalizarse con las derrotas que a disimular sus propios lametazos en la victoria, únicamente quiso otorgar una única moratoria al presidente azulgrana; pasando de puntillas por la decisión que le obligó a contratar escolta y rendirle cuentas al miedo, argumentaron su valor con aquello de “lo único bueno que hizo fue sacar a los radicales del Camp Nou”. Como si fuese poco. Pancartas antipatria y declaraciones innecesarias aparte, Laporta tuvo la suficiente capacidad cognoscitiva para localizar el quiste que hace supurar a cada club y mandó a la mierda a quien más lo merecía.

Es de recibo recordar la moratoria, porque no hace mucho un conocido presidente, acudió a su asamblea escudado de sus ultras y nadie dijo nada más aparte de que la decisión había sido errónea. Es de recibo recordarlo, también, porque el mismo presidente que ayer volvió a presenciar a su equipo haciendo el ridículo, pasará de puntillas por la jocosa broma de parte de su afición y saldrá a la palestra para decir sus cuatro tonterías de rigor. Es de recibo recordarlo porque ayer mismo, aquellos pobrecitos a los que Laporta dejó en la calle, volvieron a retratarse dejando un nuevo reguero de sangre y almas rotas por cruzarse en el camino de un grupo de ciudadanos cuyo único pecado había sido el de nacer a seis mil kilómetros de España.

El tercer nivel de cobardía, esta vez a nivel particular y estrictamente deportivo, está representado por el infame palabrero Javier Aguirre. Como ese niño que no sabe manejar el Scalextric más caro del mercado, volvió a equivocar las piezas e ignoró, una vez más, el manual de instrucciones básico para entender el juego. En una auténtica lección de sensatez, Caparrós volvió a sacarle los colores. Y es que a este Atleti basta ponerle enfrente un poquito de orden y velocidad para volverle loco en todas sus líneas. Como las crónicas tienden más al populismo que al análisis, a los letristas les resulta mucho más fácil cargarle las culpas a la defensa que al resto del equipo, pero lo único cierto que uno ve cuando divisa un partido del Atleti es que los laterales siempre se ven en inferioridad, los extremos nunca reciben ayuda, los centrocampistas jamás aparecen en pantalla en el inicio de la jugada y los delanteros siempre se ven obligados a recibir de espaldas. Si para jugar al fútbol no se trabajan los conceptos más básicos del juego nos encontramos con un equipo que ni ataca, ni defiende, ni sabe hacerlo ni da la impresión de querer aprenderlo.

En último lugar aparece la prensa, tan cobardes como necesarios de cara al espectador, tan dados a la demagogia y al ocultismo que uno empieza a dudar de la valía de su profesión y tan escondidos en la mentira que resulta más productivo no creerles que hacerlo porque en cada noticia hay más notas de desilusión que de mera información. Aparte del buen puñado de buenos profesionales que, como en cada oficio, se dejan el alma y la pasión en cada artículo, cada crónica y titular quedan empañados por el recurso de la portada infame y la columna interesada. Ayer mismo, mientras escuchaba el final del partido, harto de tele, de derrota y de cerveza, los altavoces de mi transistor me hacían llegar un sonido de carrusel en el que parte de una afición, hastiada por el fracaso y demolida por la inoperancia, expresaba su único convencimiento con el desesperado grito de “Cerezo, vete ya”. Nada de eso ha existido. Como resulta más fácil mantener en el juego a quien baila el agua y defenestrar a quien encabeza el manual de los despropósitos, a los capos de la desinformación les rinde más titular lo que menos escucharon que lo que escucharon a plena voz. “Clamor en el Calderón: ¡Aguirre vete ya!”, prefiere titular el Marca. Muy bien, se irá el incapaz de Aguirre igual que antes lo hicieron Luis, Manzano, Ferrando y Bianchi. Pero seguirán los mismos de siempre, porque en el Atleti, el verdadero cáncer, jamás se sentó en el banquillo sino unos cuantos escalones más arriba.

viernes, 9 de enero de 2009

El diamante negro

Algún avispado periodista le vio disputar un remate y quedó impresionado con la soltura de su juego, le apodó “el hombre de goma” y trató de explicar lo que había visto sin alcanzar el verbo correcto en sus descripciones. Hubo otro que, años después, creyó contarle seis piernas. En cada acrobacia dejaba un gol y en cada golpe de balón dejaba el aroma de un poeta del fútbol. Delanteros mágicos hubo muchos en Brasil, pero sólo Leónidas da Silva fue el primero.

Leónidas fue el primer gran goleador brasileño de la era mundialista. Heredero de la popularidad del gran Artur Friedenreich, el joven delantero afinaba la puntería por instinto y anotaba por pura condición. En sus dos participaciones en campeonatos del mundo anotó ocho goles y se convirtió en el mayor ídolo de masas de un Brasil en una acuciante crisis de identidad.

En Brasil, fue campeón con todos los equipos en los que jugó y por ello, sigue siendo símbolo inmortal de Vasco, Botafogo, Flamengo y Sao Paulo. No había nadie más. Hasta la llegada de Ademir y Zizinho ningún otro futbolista se atrevió a hacerle sombra y, cuando estos llegaron, en su esencia dejaron más la impresión de haberse convertido en alumnos del gran Leónidas que en auténticos aspirantes a su cetro de genialidad.

En 1938, Brasil era un estado sumido en un continuo enfrentamiento regionalista. Como vía de escape a las consignas antipatria, el gobierno intentó reclamar la necesaria asistencia a la participación del equipo nacional en la copa del mundo que se celebraría en Francia. En una época en la que el marketing no existía ni como palabra, los mandatarios hicieron una llamada a la unión encargando objetos conmemorativos. La gente, sofocada por la miseria y la crisis constante, podía acceder por unas pocas monedas a los pequeñas figuras de plástico, colecciones de sellos o banderines fabricados para la ocasión. Como principal reclamo, un nombre. Como principal estrella, un hombre. Leónidas da Silva era genio, figura y delantero centro de un equipo que aún vestía de blanco y soñaba con conquistar el mundo a través de una pelota de cuero.

De todo esto, acontecimientos, situaciones y necesidades, apenas le quedaba constancia a Leónidas los días previos a su muerte. Un caluroso día de verano del año dos mil cuatro, mientras la humedad del ambiente calaba el ánimo de los presentes, Leónidas le cedió su último turno al Alzheimer y se dejó ganar una partida que llevaba años perdiendo. Había vivido noventa años y había jugado al fútbol casi treinta, siempre como una eminencia, como un ejemplo a imitar y como un ídolo de masas.

Una carrera que, profesionalmente, comenzó lejos de su tierra. Enrolado ya en las filas del modesto Bonsuesso y cuando intentaba dar por válidas las premisas que le presentaban como uno de los más firmes candidatos al futuro reinado del fútbol, se embarcó junto a sus compañeros en un viaje hacia Uruguay. Cruzar la frontera, calzarse las botas y empezar a embocar goles fueron todo uno. A lo lejos, un viejo dirigente de Peñarol, observaba pacientemente las acrobacias de aquel joven descarado. Un par de días después se acercó a línea de cal, le tendió una mano y le ofreció un contrato. Leónidas se quedó en Uruguay y, vistiendo la camiseta de Peñarol aprendió a vivir con los más grandes, a conocer las victorias más disputas y a competir. Cuando regresó a Brasil, se había convertido en un hombre de mirada segura, zancada precisa y remate vital. Y allí se quedó durante veinte años más. Y tanto se le adoró que, cuando cumplidos los treinta años, fichó por Sao Paulo, setenta y cuatro mil setenta y ocho espectadores rebosaron las gradas del estadio Pacaembú, cifrando un record de asistencia aún no superado.

A Leónidas se le atribuyen muchas inventivas y una innovación. Cuentan que fue el primer delantero en convertir el remate de chilena en arte ejecutoria. Las bicicletas, como eran conocidas en Brasil, llegaban cuando casi nadie lo esperaba, en un balón perdido, en un centro nacido para un cabezazo, en un rechace alborotado. Entonces aparecía la figura esbelta de Leónidas, espalda fornida, cabeza erguida y piernas de bailarín. La tijera, arriba y abajo, se ejecutaba de manera precisa, el golpeo era asombroso y el gol se convertía en la guinda perfecta del pastel. La gente, más asombrada que feliz, solía llevarse las manos a la cabeza segundos antes de celebrar alborozados lo que se había convertido en el gol más maravilloso que habían visto jamás.

Le contaron, aunque él ya no lo recordaba, que en el penúltimo partido de aquel mundial del treinta y ocho, el seleccionador brasileño tuvo la insensata idea de reservarle. En el ejercicio de su propia lógica, Ademar Pimhenta consultó su oráculo y la realidad le dijo que solamente en Leónidas da Silva residía en verdadero secreto del éxito. En el que debía ser partido previo a la final, Pimhenta fue claro y arriesgó su baza prescindiendo de su mejor naipe; “Leónidas, usted hoy no juega. Le quiero a tope para jugar la final y no puedo correr el riesgo de exponerle a la dureza italiana”. Dicho y hecho. Leónidas no jugó la semifinal e Italia destrozó las ilusiones de un equipo invicto. La derrota supo al mayor de los fracasos y Pimhenta tuvo que planificar con detalle su regreso a Brasil, donde le esperaban con la garganta afilada y los puños apretados. Por ello, en el partido por el tercer y cuarto puesto, Leónidas tuvo a bien limpiar el prestigio de su seleccionador y anotó el gol definitivo ante Checoslovaquia que colocaba a Brasil en el podio de honor del torneo. Total, cuatro partidos jugados y siete goles anotados. Para la estadística, un record a superar. Para la leyenda, el número de un jugador impagable.

Aquel mundial le convirtió en mito, sus goles y trofeos lo convirtieron en un Dios. Brasil se tiñó del color de la camiseta que Leónidas vestía para cada ocasión y en los comercios se convirtió en habitual ver impresa la cara del goleador. Su tez tostada le dio señas de identidad y el valor de sus acciones le convirtió en inversión segura. Fue por ello que la prensa, más dada al populismo que a la noticia, le apodó “El Diamante Negro” y en el sobrenombre se basaron los fabricantes de chocolate, tabaco y caramelos para lanzar una campaña comercial en nombre del ídolo de masas. Los jóvenes, apurados por la desgana e incentivados por los sueños de fortuna, acudían a los despachos de esquina y callejón para pedir una cajetilla de cigarros o una tableta de chocolate, ambos, claro está, de la marca “Diamante Negro”, no fuese que al comprar otro producto le estuviesen dando la espalda al lecho de sus ilusiones.

Leónidas jugó muchos partidos antes de colgar las botas. Marcó cientos de goles y levantó decenas de trofeos. En las calles, cada paso era agasajado de caricias y colmado de honores. Firmó autógrafos, regaló retratos y sonrió muchas más veces de las que pudo. Todo empezó aquella nublada tarde uruguaya cuando se enfrentó a Peñarol y terminó una cálida tarde brasileña cuando anotó sus últimos goles para Sao Paulo. Hubo cientos de partidos y cientos de detalles. Para el recuerdo y como cima de su imparable escalada, queda aquel partido donde se dio a conocer por siempre; el día en el que Francia les recibió con una tormenta infernal, el campo se convirtió en puro barro y los polacos, a los que tenía enfrente, se dedicaban a achicar balones e intentar vivir del rechace. Leónidas, pegado al barro y empapado hasta los huesos, recordó los antiguos partidos de su infancia y acudió a la banda para descalzarse. Dejó las botas junto a la banda y regresó al campo. Media hora después había anotado cuatro goles y dejado el aroma de un futbolista único. Aquel fue su primer milagro. Después vendrían muchos más. Como vendrían muchos buenos jugadores. Y es que delantero buenos en Brasil ha habido muchos, pero solamente Leónidas fue el primero.

lunes, 5 de enero de 2009

Esperanzas en el camino

El comienzo del año ha dejado tan bien especificada la candidatura más firme de cara al que será próximo campeón de liga, que las noticias se centran más en el vaiven de posiciones en la primera mitad de tabla que en la casi inexistente amenzada contra el Barça de cara a alterar su sistema nervioso en cuanto a postulaciones al título se refiere.

Al líder, como casi siempre que un equipo trata de imponer (e impone), su ley por encima del tratado equívoco del resto de aspirantes, le achacan ayudas, favores y demás ingratas gratitudes. Nadie consigue detener un segundo el tiempo para analizar cada detalle, cada situación y cada segundo precedente a un pase de gol. Más allá de un fuera de juego o un penalti más a favor, queda la sensación de un equipo que busca la victoria con tanta fé como capacidad y con tanta fortuna como trabajo.

Dejando de una vez a un lado la afirmación que concreta aquello de que no ganan los campeonatos los árbitros sino los equipos, queda la insatisfacción de oportunidad perdida de los perseguidores que dejaron escapar la jornada y la sensación de caza frustrada para aquellos que sumaron sus puntos y siguen sin añadir un tres de menos en su cuenta de la vieja.

Para el Madrid, que hoy se agarra a Robben como ayer se agarraba a Van Nistelrooy, le queda el alivio de saberse por encima de sus problemas. Como el enfermo que sale a la calle por vez primera tras varios días de convalencia en cama y comprueba que no existe nada más que incremente su contagio, el equipo vuelve a recuperar la confianza a pasos forzados, Casillas vuelve a recuperar su mejor faceta y la afición intenta volver a creer porque en la victoria reside el único aplauso del alma.

Para el Villarreal, caído en el nuevo cielo que intentan fabricar los blancos, el comienzo del año significó un nuevo paso atrás en su aspiración a confirmarse como candidato definitivo a las más altas cotas. El equipo vuelve a dar muestras de esa irregularidad que cada año le impide consagrarse de una vez por todas en el paraíso de las alturas. Como otros años, sintió el frío del Bernabéu en sus carnes y, aunque tuvo alguna opción para redimir sus dudas, terminó por entregar la cuchara y dejarse cortar en dos. Ni a la desesperada fue capaz de encontrar el camino del éxito.

También volvió a dudar el Sevilla, un equipo que, cuando debe dar un paso al frente, siente un ligero dolor en la espalda que le impide caminar con soltura. Pese a adelantarse y pese a enfrentarse a la fuerza de un equipo aún en camino de creer en sí mismo, terminó por dejarse un nuevo punto en casa y por confirmar los augurios de aquellos que piensan que para la grandeza solamente sirven los grandes propósitos y que no estar preparado para afrontarlos conlleva al fracaso por el camino del tiempo. A Jiménez le faltan tablas y le sobran pretextos y al Sevilla le sobran buenos jugadores pero le sigue faltando un patrón.

Luego están los dos pretendientes a las alturas que participaron el sábado en un concierto de aciertos y despropósitos. Al Valencia le queda la seguridad que, para los grandes retos, ha dejado a un rival en el camino, porque el Atlético, más sobrevalorado que reafirmado, vive en el alambre del miedo; es un equilibrista sin brillo y sin confianza que, tarde o temprano termina en la red siempre que una tarde de promesa repleta el aforo y las expectativas. De la última gran charlotada de Aguirre nos hemos enterado hoy cuando, conociendo la confianza de Guardiola en el más que probable éxito liguero y su muy probable clasificación para octavos de final en la Champions League, y dejando en casa a sus dos hombres en estado de gracia, Xavi y Eto'o, y a dos valladares, Puyol y Márquez, rechaza a la opción de dañar la línea de flotación enemiga dejando a Agüero en el banquillo y el sueño de la Copa, hoy por hoy, el más factible de los logros en liza, en el aire de las dudas sin disipar. Ni a un Barça confiado, ni a un Valencia sin zona central; Aguirre prefiere no jugar a nada y dejar que los minutos vayan dejando que los goles caigan del árbol por el propio peso de la lógica. Y es que el que juega con fuego e ignora el peligro, siempre se quema.

Y por último, queda un Dépor que, un año más, intenta rescatar los recuerdos de quien aseguró un día que en La Coruña vivía un grande y se había generado una ilusión sin precedente. Ocho años después de su mayor conquista y a casi siete de cumplirse el aniversario de su día más grande, vuelve a visitar la cabeza de la clasificación con la seguridad del niño que lleva la lección aprendida y con el temor del buzo que sabe que su equipo tiene menos oxígeno que el de sus compañeros de aventura. Más allá de los recursos y las aspiraciones, queda la sensación de un equipo trabajado y aferrado a la idea de un entrenador que suele vivir en el tren de los altibajos y que, como su equipo, gusta de alternar actuaciones vibrantes con otras empañadas por el miedo.

Una liga y unos equipos que le dan prestigio y honor. Varios estilos y un mismo objetivo perseguido por todos y solamente logrado por algunos. Resurrecciones y muertes, recuperaciones anímicas y caídas en picado hacia el pozo de la duda. Historias, goles y pronósticos. Un campeón casi decidido y la bonita probabilidad de una remontada sin dueño seguro. Una persecución por situarse en lo más alto del vagón de cola, del carrito que persigue el sueño de los más grandes. Muchos sueños y sólo unas pocas realidades. Sabemos como ha empezado el año, dentro de doce meses volveremos a reunirnos para recordar como ha terminado. Lo que todos esperamos es ser felices. Y que nuestro equipo gane.