viernes, 21 de julio de 2023

Pichichis: José Eulogio Gárate

Un vasco de Buenos Aires, un Pichichi compartido, una final de Copa perdida y un final de carrera a las órdenes de quien fue su amigo. Toda una carrera marcada por la elegancia, por la victoria más sufrida y por la derrota más cruel. Un tipo que supo ganarse el respeto de un país y la idolatría de una afición que aún lo enmarca como uno de los mejores jugadores de su historia.

Aquella final de Copa contra el Madrid en el setenta y cinco aún escuece en los tipos que fundaron un club ganador. Se jugó en el Calderón, al abrigo de una afición entregada y un equipo que sabía conjugar el verbo ganar. Apenas había pasado un año de la derrota más dura en Bruselas y, sin embargo, el equipo seguía queriendo competir. Ya eran campeones del mundo pero les faltaba refrendar su gloria ganándole una final a su máximo rival. Pero no pudo ser. Se anularon dos goles a Irureta, se intentó hasta el final y una parada de Miguel Ángel a Salcedo terminó por decantar una balanza que parecía tendida de antemano. Gárate marcó su penalti, como no podía ser de otra manera, y demostró al mundo que se podía jugar al fútbol con un esmoquin y unos zapatos de charol.

La vida de José Eulogio Gárate es la vida de un tipo contrarreloj que alcanza siempre los lugares justos en los momentos oportunos. Aquella derrota ante el Madrid fue una más, total, él ya se había enfrentado a los mejores y los habían competido como ninguno. El Ajax de Cruyff y el Bayern de Beckenbauer, dos auténticos ogros europeos que ganaron al Atleti sudando tinta y obligándose a ser excelsos. Pero no todo fueron derrotas para aquel Atleti que, probablemente, vivió los mejores días de su historia. El tipo que llegó para sustituir al ídolo máximo Mendonça y que fue curtido en los campos de entrenamiento por Jorge Griffa, había abandonado el Indauchu de la segunda división para dar un salto mortal hacia una élite que, sinceramente, no terminaba de esperarle.

Porque el chico, a instancias de su padre, quería ser ingeniero antes que futbolista. Pero resulta que fichó por el Eibar a modo de prueba y terminó siendo el máximo goleador de la tercera división española. Tenía diecinueve años y se había matriculado en la Facultad de Ingeniería Industrial de Bilbao, por lo que fue sondeado por los equipos de la capital vasca hasta terminar fichando por el Indauchu, entonces en segunda división. Fue una carrera fulgurante, pero muy costosa. Como apenas podía entrenar, porque debía ir a la facultad, los partidos se le hacían largos y terminaba siempre sustituído. No obstante, era tan bueno que siempre terminaba jugando. Y es que el fútbol, para él, era un sendero hacia la diversión ya que lo jugaba por placer, como lo había hecho desde niño en el patio del colegio.

Con el Eibar jugó dos fases de ascenso a Segunda División, un hito sin precedentes para un club tan humilde. Siempre respetuoso con los rivales, su forma de jugar, elegante y milimétrica, le valió el apodo de El Ingeniero del Área y es que más allá de los estudios, Gárate también sabía calcular a la perfección la valía de un regate y la técnica necesaria para anotar un gol. Como aquella postal inolvidable en su último gran gol con el Atleti, en un cabezazo icónico contra el Zaragoza para levantar su segunda Copa del Rey.

Y es que siempre lo tuvo claro; ingeniero primero y futbolista después. Por ello fichó por el Atleti, porque en Madrid había una Facultad de Ingeniería que en San Sebastián no existía. Y es que su preferencia era fichar por un equipo de la zona, pero ante la negativa del Athletic al considerarlo un futbolista extranjero, debido a su nacimiento en Argentina, tuvo que marcharse a la capital para convertirse en ídolo y leyenda.

Desde allí se convirtió en el nueve de referencia del seleccionador Kubala, quien le llegó a convocar hasta en dieciocho ocasiones en las que anotó cinco goles. No fue una gran época para selección española, pero Gárate, que al fin consiguió ser español en 1966 gracias a una gestión pericial del Atlético de Madrid, pudo vestir de rojo y seguir con la estela de un goleador de arte y estilo. En total jugó doscientos cuarenta y partidos en la liga española, en los que anotó ciento nueve goles; una cifra nada desdeñable en una época en la que las defensas eran férreas y los esfuerzos mucho menos generosos.

En el Atlético de Madrid jugó dos años a las órdenes de Max Merkel, más conocido como Míster Látigo. El austriaco, que se había ganado fama de duro en Sevilla, exprimió a los futbolistas del Atlético hasta la extenuación. Y uno de los que más lo notó fue Gárate, que nunca había tenido una buena base física y terminó la temporada como un tiro. En aquella 1972-73, el Atlético campeonó con un último gol de Gárate ante el Deportivo de la Coruña delante de una masa enfervorecida que ya le amaba por hecho y por derecho.

Aunque los tres trofeos Pichichi que logró fueron todos compartidos, tuvo mucho mérito, el de la temporada 1968-69, que compartió con Amancio después de haber podido jugar tan sólo una veintena de partidos durante la temporada debido a unas molestias musculares que le mantuvieron durante varias semanas en el dique seco. Y es que Gárate era un tipo hábil pero físicamente débil. Todo un buenazo que jamás respondía a las intimidaciones y, mucho menos a las agresiones. De ello dio fe su compañero, el eterno suplente San Román, quien un día, en mitad de un partido saltó al terreno para defender a su delantero e increparle en plan consejero "¡Macho, devuélvele alguna que al final te mata!" "¿Y si le hago daño?", respondió el bueno de José Eulogio. Y es que él era corazón viviente y caballero andante. Un tipo sin igual.

Cuando ya era todo un ídolo del Atleti, recordó el sueño de su infancia de triunfar de rojiblanco, pero mucho más al norte. En 1965, cuando era jugador del Indauchu y debido a su gran hacer, el Athletic quiso ficharlo, pero al no tener nacionalidad española hubo de quedarse con las ganas, pero de aquella experiencia ganó la lealtad de Ferdinand Daucik, entrenador glorioso de la época que lo había tenido a sus órdenes y dio detalles precisos a sus amigos de Madrid. De allí lo fichó el Atlético y de allí lo tomó en cuenta Kubala, cuñado de Daucik, que lo convirtió en su delantero titular de la selección española.

No obstante, su carrera como internacional no fue tan fructífera como lo fue como jugador del Atlético, con el que alcanzó la cifra de ciento treinta y cuatro goles y tuvo tardes gloriosas haciendo un estupendo trío de ataque junto a Luis e Irureta. Pero también tuvo tardes malas, como aquella final del setenta y cuatro en Heysel en la que tuvo que ver desde el suelo como Schwarzenbeck les robaba todos los sueños con un tiro lejano o aquella trampa turca ante el Göztepe en la que salieron eliminados en el tiempo de descuento después de sufrir todo tipo de trampas.

Pero las derrotas, por muy duras que sean, no pueden deslucir una hoja de servicios prácticamente impecable. Con el Atleti ganó tres ligas y dos copas y se convirtió en el tipo que todos querían ser; estudioso, educado, elegante y goleador. Un tipo que apenas celebraba los goles por respeto al contrario y que en el día de su despedida juntó a setenta mil personas en el Calderón para hacer corear su nombre y sus respetos. Aquel uno de junio del setenta y siete no se marchó un hombre sino que se despidió una leyenda.

Una leyenda que había comenzado once años antes, en un partido ante Las Palmas, cuando el chico llamado a suceder al gran Mendonça, debutó con la rojiblanca para hacer historia. Hasta que llegó aquel partido ante el Elche, vigésima jornada de la liga 1975-76, en la que una entrada salvaje del defensor Indio, contactó en la rodilla de Gárate haciéndole perder el equilibrio. Pese al dolor, el delantero se incorporó, anotó un gol y terminó el partido. Lo que no esperaba es lo que estaba por venir. Él, que había aguantado las tarascadas de tipos tan brutos como Aguirre Suárez, Benito o Migueli, tuvo que decir adios al fútbol después de una entrada de lo más desafortunada. El césped te había en los tacos de Indio, penetró en el tejido de la rodilla de Gárate provocando que una bacteria se fuese comiendo el hueso sin que ningún médico fuese capaz de dar un diagnóstico correcto ante tanto dolor. Cuando le dijeron que iba a perder la pierna dijo adiós al fútbol y tuvo miedo de decir adiós a la vida. Finalmente le salvaron la pierna gracias a un tratamiento adecuado, pero el fútbol ya había perdido a su delantero más elegante. El tipo de la postal a todo color con aquel último gol ante el Zaragoza el día que Heredia remató su rodilla, el tipo que sobrevivió a Glasgow, que terminó sus estudios de ingeniería, que eligió el Atleti para librarse de la mili y tiempo después supo que en cualquier otra vida hubiese seguido eligiendo el Atleti porque lo que encontró aquí no se lo hubiesen regalado ni los dioses de los sueños.

Gárate era un delantero atípico en la época porque, además de tener un gran remate de cabeza, era preciso con los pies; tiraba paredes, filtraba balones entre líneas y daba pases de gol. Junto a Leivinha formó un tándem exquisito que duró poco y tuvo que aguantar en sus carnes aquel afán de protagonismo que hacía de Guruceta el personaje más detestable del fútbol español cuando, en un derbi, y ante una leve protesta por una fuerte entrada de Benito, le enseñó la tarjeta roja para así poder presumir de haber expulsado al tipo más limpio del fútbol español. Y es que a Gárate le sobresaltaban hasta los insultos que escuchaba en el vestuario cuando sus compañeros de equipo se recogían y se disponían a compartir opiniones. A él no le salía insultar. Ni pegar, ni protestar. A él sólo le salía jugar de la manera más noble posible.

Aquella Copa Intercontinental ante Independiente le coronó como un tipo inigualable y, mientras daba la vuelta de honor en un estadio que no paraba de corear su nombre, recordó por un momento que una carambola de la vida le había llevado hasta allí. Su abuelo, teniente de alcalde en Eibar de la España republicana, hubo de huir a Argentina ante el miedo a ser fusilado. Debido a que sus padres marcharon allí para pasar una temporada con él, provocó que él naciese en el país del Río de la Plata, lo que hizo que, pese a ser vasco durante toda su vida, no pudiese fichar por el Athletic y que, por ello, pudo llegar al Atlético de Madrid. El efecto mariposa trae hechos extraordinarios y jugadores inolvidables. Gárate, sin duda, es el más extraordinario en la historia del Atleti.