martes, 30 de diciembre de 2008

El año de las luces

Durante años anduvimos perdidos en el laberinto de nuestros propios sueños. Dada nuestra condición de pesimistas, perdimos más tiempo analizando el problema que buscando una solución. Cuando tuvimos la solución fuimos poco precisos a lahora de pronosticar porque, una vez más, nos sentíamos dueños de nuestro fracaso mucho antes de que este llegara. Como la autoflagelación va diseñada a medida con nuestro carácter, nos pusimos, una vez más, la venda antes que la herida y nos preparamos para recitar todas nuestras plegarias. Cuando llegó el éxtasis, nos pilló tan desprevenidos que aún hoy, meses después del apogeo, no terminamos de ser conscientes de que aquello que vimos fue un ejercicio de fútbol tan puro que solamente el tiempo se encargará de beatificar como un equipo de leyenda.

Termina el año de las luces. El que se encargó de iluminar nuestro presente y marcar, por fin, los designios de nuestro futuro. Desde este dos mil ocho, hacia adelante, sabremos, esta vez sí, como debemos jugar, cual es el estilo correcto y por qué el mundo, por una vez, se ha parado y ha vuelto la cabeza para seguir nuestro ejemplo. Fue el año de la Eurocopa, de Cristiano Ronaldo, del renacido que moría de desidia y del resucitado que apagaba sus cenizas. Barça y Madrid, Madrid y Barça, siempre como un columpio de vaivenes en el que dos niños se empeñan en alcanzar la misma altura y solamente el que está abajo puede contemplar cuán alto puede volar su enemigo.

Como tendemos más a relamernos que a desquitarnos, sería inútil hacerle este escueto resumen al año sin incidir en lo que fue oro y se convirtió en tierra y en la ecuación viceversa que da sentido a las teorías de vasos comunicantes que convierten al fútbol en el más prodigioso deporte del planeta. Quizá, allá, por el horizonte, nadie alcance a recordar a dónde fueron a parar aquellas palabras de consejo dictadas por los hombres fuertes del vestuario madridista y que le recomendaban a Ramón Calderón no romper el equipo que se había convertido en campeón. Que las palabras fuesen más consejo o miedo a perder el sitio no pudo quedar patente, más en el error de incidir en el cumplimiento a rajatabla del mismo, Calderón y sus adláteres se dejaron en verano todos los deberes sin hacer y aquella carta ganadora por la que apostó todo el mundo terminó siendo un maldito farol que les condenó al más absoluto de los ridículos. Donde estaba Schuster ahora está Juande y desde el mismo patíbulo al que subieron al alemán, tendrá que manejar el manchego una nave con más vías de escape que aquel Titanic que se hundió en el ártico y se mitificó en el cine.

Precisamente es Juande uno de esos condenados por el poco valor de la memoria y el exceso énfasis en la mitificación y desmitificación de especies. Primero mago de los banquillos y después condenado al cadalso del fracaso, tuvo tiempo de expiar sus culpas y sentarse de nuevo en el banquillo del Bernabéu para volver a empezar su leyenda. Decisiones así se comparan más con actos de fe que con actos de convencimiento; aunque en el fondo, entrenar al Madrid y buen puñado de euros son dos razones más que suficientes para convencer a cualquiera. Y quien le dejó el puesto ni supo estar ni supo irse y, ni mucho menos, supo convencer a los más crédulo que, quizá tenían razón cuando, a principios de verano, le señalaban como el hombre que devolvería al Madrid la tan añorada excelencia.

El mayor problema derivado de esa misma excelancia es, para los blancos, que desde hace más de dos décadas, aquella ha tendido a sentarse más veces en la mesa del enemigo. Como el enemigo, blaugrana y estilista, fue diseñado desde el vértigo, suele desconfiar a veces del peligro de las alturas y, cuando cae, lo hace con tanto estrépito que sus ruinas quedan esparcidas por todos los estratos sociales de Cataluña. Como recomponerse le cuesta tan poco como volver a poner en marcha el mecanismo preconcebido de su plan, no debe resultar extraño que, en poco más de un año, hemos pasado de ver a un equipo calamitoso a volver a ver al mejor equipo del mundo. Todo es cuestión de mover las fichas adecuadas, cambiar alguna pieza por otra y mantener el mismo plan de ataque y el mismo tablero de combate.

Un año, como los demás, lleno de vencedores, vencidos y guerreros de vieja escuela con firmes promesas de regreso a la élite. El año en el que el Manchester United volvió a ganarlo todo, el año en el que el Inter de Milan empezó a cerrar su particular caja de Pandora, el año en el que la Premier se convirtió en santo y seña del fútbol más enérgico jamás visto, el año en el que el Atleti, la Juve y el Liverpool quisieron decir que los viejos rockeros nunca mueren. El año del santo Casillas parando penaltis que nos llevaron a la gloria, el año del gol de un niño Torres que se hizo mayor junto a las verdes praderas alpinas, el año que consagró a Xavi como el centrocampista perfecto, el año que diseñó en Cristiano Ronaldo el prototipo de futbolista perfecto y el año que nos presentó a Messi como el verdadero artista del futuro.

En el futuro está la vida y en nuestra vida seguirá estando el fútbol. Termina y año y empezará otro; con más de Casillas, más de Torres y más de Xavi para nuestro disfrute. Con más de Ronaldo y Messi para el disfrute general. Y con más apariciones, victorias y goles para alivio de este enfermo aficionado que hoy escribe estos párrafos y que, gracias a los futbolistas, encuentra cada semana una excusa perfecta para sentarse a escribir delante de su ordenador. Feliz año nuevo a todos.

martes, 16 de diciembre de 2008

Suerte de distracción

Existen dos maneras de afrontar la realidad; mirándole a los ojos al mundo o mirándose el propio ombligo buscando más excusas que soluciones. Desde la manera correcta se encuentra el aprendizaje necesario porque los errores, aunque amargos, no deben servir para olvidarlos sino para no repetirlos. Desde la manera errónea solamente buscaremos, consciente o inconscientemente, tropezar una y otra vez con la misma piedra porque creeremos que en la pérdida o en la ganancia no han existido más factores externos que la suerte o los propios designios del destino.

Tras el partido del sábado parece que todos han ganado o, al menos, que nadie ha perdido. Para el Barça, como ganador final, quedó la sensación de un equipo impreciso al que le resultaba imposible vivir sin la inspiración de sus hombres clave. Sin la salida de Márquez, la asociación de Xavi y el desborde de Messi, el equipo se encontró acomplejado y desquiciado. En su favor cuenta la auténtica verdad de los grandes equipos; quien sale a ganar, generalmente, termina ganando.

Para el Madrid, como perdedor moral, quedó la sensación de haber entregado el aliento y haber dejado bien alto el orgullo que representa su escudo. Parece que escudarse en las bajas y la baja forma psíquica, han servido de coartadas para defender su papel de víctima. Sin aprender de lecciones ajenas o dar rienda a su propia esencia de equipo indomable, se presentó en el Nou Camp con hechuras de equipo menor. No hace mucho, cuando sus estrellas brillaban en lo alto y las lesiones aún no habían hecho acto de presencia en forma de plaga infernal, una Juve mermada en efectivos y tocada por resultados recientes, les dio una soberana lección de dignidad, de hambre y de posición defensiva. Pero ya se sabe que, cuando se inventaron las excusas, se acabaron los errores.

Una tercera vía, más neutral y más dada a la lección simple y palabra fácil habla de la mano de Juande en el equipo blanco. Francamente, desconozco la influencia que puede ejercer un entrenador en una plantilla con tan sólo tres días de trabajo y el poder de autogestión de esta última a la hora de afrontar un compromiso de tamaño calibre. Aún en mi desconocimiento, no podría aplaudir decisiones tan primitivas como las de ordenar marcajes individuales o las de meter al equipo en el área propia, por más que así obtengas el mejor rendimiento de tipos como Cannavaro o Metzelder. Aplaudo, eso sí, la valiente decisión de apostar por un inexperto chaval a la hora de encallar en el absurdo territorio de negligencia fabricado por Abidal y la apuesta por Raúl como capitán en plaza ajena. De Guardiola, cuya inexperiencia parece haber quedado como punto de referencia a la hora de expresar la crítica, aplaudiré la decisión de meter a Busquets en el partido, al tiempo que sancionaré el tiempo que tardó en hacerlo. Con la última pieza del engranaje en el campo, el equipo encontró un tipo que tiraba paredes y desmarques en cada parcela del terreno, que no se encogió a la hora de meter la pierna y que provocó el penalti anterior al último y definitivo arreón.

Quedaron al descubierto los límites y las probabilidades de cara al futuro. Al Barça se le presenta un panorama paradisíaco donde solamente le sirve utilizar la cabeza y el talento para volver al lugar que representa su historia más reciente, y la intuición de que, de aquí en adelante, se encontrará con muchos planteamientos semejantes. En su capacidad para gestionarlos, se adivinará su verdadera concepción de campeón.

Al Madrid le queda trabajo y la sensación de que en peores se las ha visto. Parece que no salir goleado le dejó más contento que haber perdido injustamente ante el Sevilla. Puede que haya encontrado el camino y que Barcelona haya sido, como en otras ocasiones, su trampolín de despegue hacia el milagro. Pero si una cosa volvió a quedar clara es que, el que no se consuela es porque no quiere.