lunes, 25 de noviembre de 2019

La última visita al Vicente Calderón - Por Alberto R. Barbero

Déjame que te cuente...
Esta mañana, antes de venir a la redacción, escuché en la radio (bendita radio) que este fin de semana comienza a desviarse la circulación en tu entorno como paso previo a la demolición de la última tribuna que se mantiene en pie, la más cercana al río, la que, en todo lo alto, acogía a los medios de comunicación.
Y, no sabría explicarte el motivo, me ha surgido la necesidad de verte. Llevaba tiempo sin hacerlo, porque la vida no me dirige por ahí, pero tampoco sentía especial preocupación. Hasta hoy. Así que, en vez de coger el camino habitual a la redacción, he bajado por la A-5 (de toda la vida carretera de Extremadura), me he metido en los indescriptibles túneles de la M-30, he cogido la salida 16 (Ermita del Santo) y, aparcando en lo que era fondo norte, entre un montón de autobuses que no sé qué pintaban ahí, me he plantado ante lo que queda de ti.

Impresiona, las cosas como son. La obra, los obreros, el movimiento, los escombros... Más allá de que efectivamente haya carriles preparados en lo que fue terreno de juego, circulación de automóviles para sustituir la circulación de balón, el hecho de que se mantenga en pie esa tribuna alimentaba hasta ahora la ilusión de que seguías ahí, cual fénix dispuesto a renacer. Pero no: caerá también, como sólo puede caer lo material. Será entonces cuando apenas nos quede lo que no lo es. Los sentimientos, los recuerdos, la memoria. Fueron tantos años...
He sacado unas imágenes incluso. MARCA tiene su propio material, el de los compañeros fotógrafos, pero me apetece ilustrar estas líneas con la evidente impericia que tengo móvil en mano. Mientras caminaba pensaba en el paseo desde Príncipe Pío o desde Puerta de Toledo, en la tortilla de Marcial, en las fabadas del Campiello, en las cervezas en el Treze... en los necesarios ritos que acompañaban al fútbol, en los deliciosos secretos que llegamos a compartir los que pasábamos buena parte de nuestra vida cerca de ti. Porque no se trataba sólo de los partidos en el caso de los plumillas: entrenamientos, ruedas de prensa, guardias... horas y horas en la antigua cafetería, la que estaba al lado del palco, cuando aún se podía rascar algo, cuando aún se podía llamar periodismo a lo que hacíamos.
He vuelto al coche, he comprobado que incluso en el navegador parecías difuminarte (la tecnología también tiene corazón) y he puesto rumbo al periódico como si nada. Como si fuera a volver a verte. En la radio (bendita radio) contaban que un pueblo que aún conservaba cabina telefónica se quedó sin ella esta misma semana. Definitivamente son otros tiempos. Ya conté en su día que el descampado que acogió mis primeras patadas a un balón es ahora un Hipercor. El domingo estaremos en el Wanda Metropolitano para hacer la crónica del Atlético-Espanyol. Es lo que hay.
En fin, Vicente. Que te vienes abajo y nosotros contigo. Antes de que nos dejes, en todo caso, permite que vuelva a darte las gracias. Por todo. Por tanto. Y descansa en paz si es que te dejan. Hasta siempre, Calderón.

Publicado en Marca.com

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Hurricane

Nunca está de más la actualidad, nunca una noticia no ha dado pie a un comentario, a un recuerdo, a un análisis. Nunca en su historia, el Tottenham había jugado una final de la Copa de Europa. Pocas veces, en su historia, un club ha destituido a su entrenador cinco meses después de rozar el cielo. Pero las circunstancias mandan y cuando las circunstancias se apellidan "resultado" no hay paciencia ni mediación. A rey muerto, rey puesto y seguir compitiendo en la ruleta de la suerte.

José Mourinho hereda un equipo de espíritu contragolpeador y corazón intenso. Su fe inquebrantable se puso a prueba de fuego el día que el Ajax anotó dos goles en su estadio y se las creía totalmente felices. Fue entonces cuando surgió el alma guerrera de un equipo al que Pochettino había enseñado a no rendirse. Si ahora se ha rendido ha sido más por la resaca tras la borrachera que por la aceptación de la realidad. La plantilla se ha reforzado y apenas ha perdido efectivos. Si alguien quiere rescatar la nave ha de poner de nuevo, rumbo a Ítaca con un Ulises al mando. Ese no es otro que Harry Kane.

Los cantos de sirena no han hecho sucumbir a un tipo que nació goleador por planta y se hizo jugador por aprendizaje. Conocía el arte del remate casi desde cuna, pero para llegar a convertirse en punta de lanza de todo un país, necesitaba de alguien que le enseñase a administrar los esfuerzos y a aprovechar su corpulencia. Kane ahora sabe jugar al desmarque cuando su equipo ataca en estático y, sobre todo, sabe ser el primer punto de apoyo cuando su equipo sale en velocidad. Su juego de espaldas está tan perfeccionado que han bastado trabajo y fe para poner en marcha los mecanismos. El delantero siempre busca socios y, cuando los encuentra, si es bueno de verdad, se encarga por sí solo de ganar partidos.

Si alguien ha hecho algo por el Tottenham, durante los último años, han sido Mauricio Pochettino desde el banquillo y Harry Kane desde el césped. Cuando el argentino llegó, el equipo era un mar de dudas y un grupo acomplejado. Si algo les enseñó fue a competir, si en algo confió fue en la academia del club. Allí había un tipo rubio, espigado y pasado de peso que anotaba goles como churros. Conocido el misterio del gol, había que trabajar el físico y el juego. Cuando aprendió a jugar y se acostumbró a marcar, el equipo empezó a crecer. Tanto que hoy nadie podría imaginarse un Tottenham sin ambos. Fuera Pochettino de la ecuación, ahora es cuando nadie es capaz de imaginarse un Tottenham sin Kane.


lunes, 18 de noviembre de 2019

La bomba inteligente

El tres de junio de 1997, un año antes del comienzo del mundial que habría de celebrarse en Francia, el país anfitrión del mismo y Brasil se enfrentaban en el partido inaugural de un campeonato extraoficial ideado por la FIFA y que, con el tiempo, terminaría conociéndose como Copa Confederaciones. Cuando corría el minuto veintidós del mismo, el lateral izquierdo brasileño, Roberto Carlos, seis a la espalda, coloca el balón a más de treinta metros de la portería después de que el árbitro cobrase una falta sobre Romario. La carrerilla previa le lleva hasta el círculo central, corre a pasos cortos, muy rápidos, casi saltando sobre el césped y le pega con el exterior de una manera que terminaría definiendo su estilo como futbolista. Visto desde atrás, parece que la pelota va a buscar el banderín de córner, cuando, de repente, hace una curva de afuera hacia adentro dejando a Barthez como una estatua y entrando violentamente en las redes, a media altura y pegado al palo. Lo llamaron la bomba inteligente.

Roberto Carlos ha sido, probablemente, el mejor lateral ofensivo de la historia. Dotado de un tren inferior espectacular, el brasileño era un superdotado a la hora de correr y una fiera a la hora de pegarle a la pelota. Sus internadas y, sobre todo, sus disparos desde media distancia, desatascaron muchos partidos tanto en el Real Madrid como en la selección brasileña.

Y eso que llegó al Madrid rebotado del calcio y colmado de dudas después de su rendimiento en el Inter de Milán. Pero, entrenador tras entrenador, supieron sacar de él todo su fútbol hasta convertirse en un futbolista capital dentro de una plantilla que ganó tres Copas de Europa y otras tantas ligas españolas. Con Brasil, sin embargo, se le estuvo negando la gloria del mundial hasta que, en 2002, Scolari encontró a su mejor generación en su mejor momento.

Después de jugar aquel mundialito extraoficial que terminó ganando Inglaterra, Brasil volvió a presentarse en Francia para demostrar su condición de mejor selección del mundo. Se pudo haber ganado, pero Ronaldo cayó en una convulsión, Roberto Carlos, su compañero de habitación, cayó por la impresión y Brasil no compareció en la final. Ni uno ni otro habían podido demostrar al mundo que eran los futbolistas más desequilibrantes del mundo en su puesto. Por ello, aquella cita de Japón y Corea era su segunda y gran oportunidad.

Brasil fue la mejor selección del campeonato y cada una de sus estrellas se guardó su momento de gloria. Rivaldo ajustició los octavos, de Ronaldinho fueron los cuartos, dejándose Ronaldo la gloria para los grandes momentos. Pero hubo un partido en la fase de grupos en el que Roberto Carlos pudo dejar, en la historia de los mundiales, su impronta de pegador impune. Fue una falta lejana frente a China, una carrerilla larga, pasitos cortos, casi saltitos y una manera impresionante de romper la pelota. Un obús que quebró al portero Chino, que abrió un partido, que condujo a una goleada y que supuso la carta de presentación de un equipo que había llegado a Oriente para ganar y sólo ganar.


viernes, 8 de noviembre de 2019

El VAR está de paso - por Alejandro Mendo (Publicado en Diarios de Fútbol)

Existen pocas experiencias tan empobrecedoras para el bolsillo y a la vez tan enriquecedoras para el alma como irse de Erasmus. Aunque la comparación con la mili tenga algo de odiosa y algo de inexacta, reconozco que aquellos meses forjaron mi carácter —qué diablos significa si no esta expresión— y abastecieron de por vida mi anecdotario personal, por lo que para los nacidos alrededor de la segunda mitad de los 80 y primera de los 90 bien se puede considerar un servicio militar sin uniforme, como mucho con algún disfraz festivo y grotesco que en aquel tiempo parecía una buena idea.
En enero de 2006 me mudé a Sheffield arrastrando una maleta de un tamaño que ya no fabrican; como en cada ciudad en la que he vivido, antes de personarme siquiera en la universidad o de tener amigos estaba jugando un partido menos abrigao de lo que el clima del South Yorkshire sugería. Los futboleros traemos de serie la capacidad de socializar con potenciales compañeros; nos presentamos con humildad postiza —juego en un equipo pero no esperéis gran cosa— y garantizamos sincera e inmediata disponibilidad —¿esta tarde? No problem, ¿me podéis recomendar una tienda de deporte, que me he venido sin botas?— para que la rueda, o mejor dicho el balón, empiece a girar cuanto antes en nuestra nueva vida.
En los diez primeros minutos de juego aprendí más de la cultura inglesa que en un semestre académico. Descubrí el peso desproporcionado de la figura del capitán, que dictaba la alineación y un par de apuntes tácticos muy básicos antes de saltar al campo; me beneficié de la por entonces buena prensa del jugador español en las islas británicas (supongo que gracias a los Cesc, Reyes, Xabi Alonso o Luis García) y empecé como titular sin que nadie hubiera visto un vídeo de YouTube con mis skills; probé en mis carnes esa inconfundible physicality típica de la Premier, y es que no sólo sufría faltas (a mi entender latino) flagrantes que el árbitro ignoraba sino que además recibía improperios de los rivales que por suerte sólo alcanzaba a entender en parte. Fuckin’ diver, ¡a mí!
Al descanso ya había adquirido nivel comentarista de la BBC. El césped natural era y estaba rápido por definición, mejor dar un toque de menos que uno de más y si un adversario te presionaba por sorpresa tus compañeros te avisaban gritándote right/left shoulder!, expresión que me hizo comprobar un par de veces no tener algún insecto en el hombro antes de comprender su significado. Aquello era justo como en la tele: el ritmo era alto, la hierba muy verde, el jodido balón no salía nunca del campo para poder respirar, se abusaba del tackle incluso en zonas embarradas y no se protestaba al árbitro o se hacía para tus adentros, lo que me valió alguna yellow card durante aquellos meses cuando lo hice para mis afueras.
El manual para triunfar en el césped y pasarlo bien en el pub tenía las letras gordas. Si perdías el balón por intentar florituras, bronca del capitán y reprimenda de tu portero que ni veías entre la niebla; si fallabas una ocasión pero terminabas jugada evitando así una contra, aplauso general y unlucky boy! de algún compañero. Aprendí que allí había que escenificar el esfuerzo, que pareciera que ibas a mil por hora y de vez en cuando, eligiendo el momento con cuentagotas, sacar un caño de la chistera para trepar por la escalera social del frágil ecosistema universitario.
La vida en Sheffield era costosa, húmeda y sufrida pero a la vez intensa, divertida y simple como el fútbol británico. Me resulta por tanto natural intuir que el VAR no se hará viejo en las islas, donde el público exige que pasen muchas cosas y que pasen a gran velocidad y empieza ya a detestar profundamente esos frecuentes momentos de limbo a los que nos empujan las decisiones de escuadra y cartabón que se cuecen en un sospechoso monitor. La Premier League fue pionera al introducir un avance tecnológico sensato, objetivo y limpio como la goal-line technology, algo tan maravilloso como hacer vibrar (o no) el reloj del árbitro en tiempo real para dilucidar si el esférico ha traspasado por completo la línea de gol. ¿No bastaba con este bendito guiño del futuro?
En las últimas temporadas en Italia y España se ha experimentado un proceso similar de adaptación al VAR: tras semanas utilizando con frecuencia el nuevo juguete y corrigiendo sin titubeos las decisiones arbitrales (fase 1), se llega a un inevitable corporativismo mezclado con miedo a equivocarse en el que se abre un peligroso círculo vicioso de inacción (fase 2), haciendo que el instrumento sea a todas luces inútil y genere mayor controversia de la que causaba el ojo humano, que no era poca. ¿Sucederá este fenómeno tan Mediterráneo en Inglaterra? Está por ver.
Un indicador fiable son los minutos de descuento que se aplican en la Liga y en la Premier. Lo comenté hace tiempo en un tweet: la diferencia entre árbitros españoles e ingleses es sobre todo cultural. Mientras en Inglaterra quieren que sigan pasando cosas, en España se impone el virgencita, que me quede como estoy y el terror a cometer más fallos. 
Medio en broma medio en serio, en mi Erasmus provocaba a mis teammates asegurando que los británicos hacen todo lo posible por desmarcarse de las reglas vigentes en The Continent, como ellos dicen. Por llevar la contraria, vaya. La Premier League tiene ahora una oportunidad de oro para añadir la abolición del VAR a la lista de diferencias culturales con Europa: además de conducir on the wrong side o utilizar una moneda diferente, su liga puede convertirse de verdad en un producto único al eliminar la confusión y —sobre todo— suspensión de emociones que el VAR ha traído bajo el brazo.
Yo estuve allí únicamente de paso pero me atrevo a decir que el VAR no durará en las islas.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Ya no nos vale el VAR

En el análisis aparece el razonamiento, la síntesis, sin embargo, está cargada de razones contrapuestas, porque, más allá de las verdades, viven los intereses y, junto a estos, perduran las situaciones que, en nuestra memoria, sólo toman una forma; aquella que nosotros queremos darla. Por ello, cuando intentan rebatirnos con argumentos, tiramos de ideario y cuando intentan convencernos con ideas, tiramos de frustración.

Fueron muchos los que anunciaron el fin de las injusticias cuando empezaron a hablar de la implantación del VAR. Son los mismos que hoy anuncian el apocalipsis del fútbol agarrados a las estadísticas y pretendiendo hacer creer lo que todo el mundo sabíamos de antemano; los equipos grandes se iban a ver más perjudicados porque las pantallas no mienten y suelen mostrar lo que realmente ha ocurrido.

Cuando la directiva del equipo que manda pone en marcha la maquinaria ya no hay quien pare la fuerza del relato. Nos hacen saber que sin las decisiones del VAR el equipo tendría seis puntos más. Bien analizado, lo que quieren decir es que con errores arbitrales el equipo iría primero. Y eso es lo que molesta, que la tecnología haya llegado para dejarles en bragas.

Pero como el análisis tiene una carga de razonamiento y en la síntesis aparecen las razones contrapuestas, es mejor jugar a poner en duda el invento antes de detenerse en la verdadera razón del cúmulo de errores en la interpretación. La guerra entre la Liga y la Federación la están pagando todos. Pero el todo, como conjunto vacío de propaganda, no existe, sino que existe el uno, grande y libre, como en la dictadura de lo interpuesto. Esos que hoy se quejan porque el invento les está saliendo rana serán los mismos que aplaudirán su aplicación el día que les favorezca. Y sino que tiren de hemeroteca. Atlético y Ajax en la misma semana del pasado mes de febrero.

El problema de la memoria es que sólo funciona a corto plazo y, generalmente, movida por intereres.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Desde Moncada con elegancia

Había un tipo tan elegante como competitivo. Jugaba de cierre, al que llamaban hombre libre, de tipo escoba que barría balones sueltos y los sacaba jugados como el mejor centrocampista. Tranco largo, pelo ensortijado, mirada periférica. Era un goleador inhabitual porque siempre ganaba los córners, porque siempre que entraba en el área contraria era para dejar cuenta de su munición.

Pero su punto de encuentro era el área propia. Allí encontraba el hábitat y desde allí hacía fluir el juego. Formó pareja con Arias, encontró sociedades con Saura y Subirats, se convirtió en el sentido del oído del murciélago valenciano, siempre intuyendo el peligro, siempre con la cabeza arriba, siempre con la aventura más audaz entre una ceja y la otra.

Cuando el Madrid recuperó el poder económico viajó a Valencia para traer al enemigo que les había hecho perder una liga con un cabezazo imponente. El Madrid creció y el Valencia menguó hasta ver sus huesos en la segunda división. En la Castellana se encontró con Maceda, el tipo que le había negado la internacionalidad durante los años anteriores y con Sanchís, el tipo que habría de negársela durante los años posteriores.

En Madrid engrosó su palmarés y encontró mucho respeto, pero jamás recuperó el cariño que había dejado en su tierra. Marchó a Burgos para jugar un último año y dejó que la cátedra la sentasen nuevos tipos con nuevas formas de ver el fútbol. La suya era manera periférica porque tenía el campo entero en su campo de visión. Salía desde atrás, tiraba paredes, se encontraba en la frontal y siempre encontraba la ventaja para poder decidir. Y en cada balón parado era el hombre del saco, porque nada daba más miedo que su frente dispuesta.

La historia suele ser más justa con aquellos tipos que alcanzaron la gloria en equipos de leyenda. Muchas veces creemos recordar a alguien sólo porque estuvo ahí en un momento puntual. Miguel Tendillo formó parte del Madrid de la Quinta del Buitre, pero antes de ello había formado parte de un Valencia colosal que, Kempes mediante, le había plantado cara a los equipos más poderosos de España.