Un
 muerto. Una vida al río. Sensaciones encontradas: indignación, asco y 
dolor. Después, vergüenza. El partido que no se debió jugar, se jugó, 
porque unos no lograron contactar con otros que, a su vez, no 
persuadieron a otros para frenar un sainete de manicomio. La Mejor Liga 
del Mundo. Primero sangre, luego goles. Sin anestesia. Las voces de la 
mediocridad resonaron. “No tiene nada que ver con el fútbol”. Bochorno. 
“Eso ha pasado lejos del estadio”. A doscientos metros, cinismo. “No soy
 quien para disolver el Frente Atlético”. Brazos cruzados. Si la 
mediocridad fuese una unidad de medida, Gil y Cerezo serían los 
campeones del mundo de la especialidad. Pasó lejos, apostillan, como si 
sólo importase lo que sucede desde la puerta, como si no tuviesen 
obligación de negarse a jugar, como si estuviesen atados de pies y manos
 para reaccionar, como si no tuviesen la sospecha de que alguno de esos 
asesinos entró al estadio, con las manos llenas de sangre, pudiendo 
disfrutar de su ¿equipo? y después volver a casa, porque sus actos han 
vuelto a quedar impunes. 
"Se
 juntan ultras del Rayo con ultras del Deportivo para pegarse con ultras
 del Atlético de Madrid. Eso no es fútbol". Claro que no, es waterpolo y
 doma clásica. “Siempre hay algún hijo de puta entre cuatro mil”. Quién 
sabe qué recuento hubo en mayo de 2005, cuando un grupo de tipos con 
pasamontañas entró en las instalaciones del club, sin oposición alguna, 
parando un entrenamiento para “persuadir” a la plantilla del Atlético. 
Han pasado casi diez años desde aquello, pero ya saben, no tiene nada 
que ver con el fútbol. Habría bastado con impedir que fascistas y 
neonazis se agrupen exhibiendo colores que ofenden a una afición 
ejemplar. Gentes que, durante el encuentro, abroncaron y repudiaron al 
sector violento, porque sí quieren al Atlético. “No tiene nada que ver 
con el fútbol”. Es Cerezo, al que la prensa de este país hoy afea, pero 
al que le ríe los chistes, masajea y nunca recuerda la apropiación 
indebida del club, como cooperador necesario del finado Jesús Gil. “Yo 
no soy quien para disolver el Frente”. Es Gil Marín, el hombre que sí 
fue quien para ser condenado por estafar a su propio club y seguir 
dirigiéndolo, con el aplauso de los medios de (in) comunicación. Si no 
son nadie para expulsar del club a quien le avergüenza, cabe preguntarse
 qué demonios pintan ahí. ¿Quién les criticaría por expulsar a los 
violentos del estadio? Por primera vez en veinticinco años, les 
aplaudirían. 
“No
 tiene nada que ver con el fútbol”, dicen, mientras el resto de 
aficionados, que pagan su abono religiosamente y se han ganado el afecto
 de otras aficiones, tienen que soportar la humillación de ser señalados
 por los que llevan años riéndose de los muertos (Juanito, Puerta) y 
gritando que Aitor Zabaleta (asesinado en los aledaños del Calderón) era
 de la ETA. Gil, Cerezo y los radicales que siguen teniendo acceso al 
estadio por la inacción del club, tienen algo en común: entraron en el 
Atlético, pero el Atlético jamás entrará en ellos. Lo que sucedió no fue
 un accidente, ni un incidente aislado. No se puede tolerar ni un minuto
 más el brazo armado neonazi, fascista o comunista que, envuelto en los 
colores del fútbol, delinque y asesina a capricho. Los que dan palizas y
 asesinan, fuera del fútbol. Y quienes se inhiben y se lavan las manos, 
también. Gandhi dijo aquello de "ojo por ojo y todos acabaremos ciegos".
 El fútbol no puede seguir vendiendo cupones y dando bastonazos. Tiene 
que reaccionar. Necesita abrir los ojos. Ni un muerto más. 
Publicado en Eurosport 
1 comentario:
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