miércoles, 3 de agosto de 2011

Los otros goles de Iniesta

Nos ciegan tanto los flashes que tendemos a olvidar lo cotidiano. Los goles decisivos, esos que regalan gloria y aportan campeonatos, viven para siempre en el lado visible de nuestro recuerdo. Pero hay otros goles que, pese a la euforia del momento, tendemos a olvidar a medida que el tiempo dibuja sus fracasos o sus éxitos más allá de la línea del horizonte.

De Andrés Iniesta conocemos su excepcional interpretación del juego, su calidad a raudales y su mágica ubicuidad para aparecer en los momentos más oportunos. Como si de un Dios del fútbol se tratase (Carlos Martínez dixit), Iniesta apareció en dos momentos estelares para regalar dos explosiones colectivas inolvidables. El primero fue en Londres, bajo el cielo estrellado de un Stamford Bridge que ya relamía el sabor de la final de la Champions League; entonces, un zapatazo imposible besó la escuadra de Cech y los idólatras levantaron el nombre de Andrés hacia los altares. Y después fue en Johannesburgo, bajo el cielo plomizo de un Soccer City que ya se levantaba en ascuas en espera de la tanda de penaltis; entonces, un latigazo a bocajarro condenó a Holanda y situó a España en lugar más alto del olimpo.

Pero hubo otros goles. Antes de que la selección española fuese dueña y señora del fútbol mundial, hubo un tiempo en el que las dudas, las críticas y las palabras a destiempo convertían al equipo de todos en el equipo de nadie. Eran tiempos de sombra alargada y luces apagadas, tiempos en los que la eliminación en cuartos era consigna y la crítica desmesurada era caballo de batalla. En medio de esos lances, tras caer rebotados y esquilmados desde una noche alemana en la que Francia nos puso en nuestro sitio, España se jugó los cuartos, el futuro y el prestigo en dos duelos a vida o muerte ante una Islandia que, llegada del frío, había aprendido los designios de nuestro perpétuo fracaso.

En el primero de ellos, en Mallorca, la lluvia deslució un choque en el que España se enfrentó a un muro y chocó y chocó durante ochenta minutos. Diluviaba en el césped y no arreciaba el temporal en las gradas. La gente dudaba de Luis y Luis dudaba de sí mismo. No había huecos, no había espacios, no había un motivo para la esperanza. Hasta que Villa filtró un balón hacia el interior del área y Andrés Iniesta apareció donde se conjugan los hechizos y tocó el balón con su varita mágica para cruzarlo lejos del alcance de Arason. El gol supuso un alivio y la clasificación dejó de ponerse en duda. Habíamos perdido en Suecia y de dejarnos un punto en casa con Islandia, el camino por el infierno podría haber sido insoportable.



Y tras el choque de marzo llegó el de septiembre. Hacía dos días que Antonio Puerta había fallecido y toda España lloraba su tristeza. La selección viajó a Reikiavik muerta de miedo y comida por la pena. Tras el homenaje previo al jugador del Sevilla, llegó el gol de Islandia. Y tocó remar. Suecia se marchaba y Dinamarca se nos echaba encima justo antes de un duelo a vida o muerte en Aarhus. Corría el minuto ochenta y cinco y España seguía agonizando. Continuaba el uno a cero y Villa elevó un balón hacia el borde del área, Silva no llegó porque un defensor le hizo falta pero el árbitro obvió el lance porque el cuero llegó hacia Iniesta. Le bastó mover la cintura para tumbar al último central y pisar el área con ventaja. Se escurrió, pero aún así, desde el suelo, acarició el balón lo justo para introducirlo en la portería rival. Empate a uno y toda la vida por delante.



Después vino el maravillo partido en Dinamarca, la victoria ante Suecia en el Bernabéu y la clasificación final como primeros de grupo. Jugamos la Eurocopa, la ganamos y estrenamos el papel de favoritos para jugar el mundial y, de igual manera, ganarlo.

Ahora que hemos celebrado, lo hemos olvidado. Pero hubo un día en el que nadie creía en este equipo, hubo un día en el que Luis estuvo de cara al paredón y hubo un día en el que seguimos fustigando nuestras esperanzas. Durante ese tiempo hubo dos goles que aclararon el destino. Fueron de Iniesta, el mismo que tumbó a Holanda, aunque ahora casi nadie lo recuerde.

1 comentario:

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

recuerdo ambos goles, sobre todo, el primero. Sin ese tanto, incluso Luis Aragonés podría haber sido fulminado. Un abrazo.