Algunos culparon a Goicoecha de manera directa y a Clemente de manera indirecta. La relación del cuerpo técnico de la selección con el aficionado venía de más a menos y la prensa tampoco ayudaba en nada a la reconciliación. Aquel fue un fracaso demasiado sonado y demasiado mal aceptado por nuestro orgullo. Perdimos la oportunidad de ser finalistas ante un equipo en el que su máxima figura era un tal Walter Coyette al que algunos quizá recuerden por su efímera estancia en el Leganés un par de años más tarde. Y, como desconsuelo, tampoco pudimos ser cuartos al perder la final de consolación ante una Portugal en la que Dani (ese que destrozó la vida de los atléticos en una tarde de abril) tiraba del carro con todos sus pros y sus contras.
Quizá fue la mala suerte en el momento más puntual. España fue el equipo más goleador del campeonato y el que mejor juego desplegó hasta que le llegó la hora de la verdad. La primera hora de partido ante Argentina fue muy buena, pero le faltó oficio para rematar. Ese oficio que con el tiempo hemos aprendido y que no es otra cosa que saber aprovechar el momento. España fue campeón cuatro años más tarde con un equipo con menos nombre y más empaque. Aquella fue la historia de tres tipos que mandaban en la portería, en el área y en el campo. Casillas, Marchena y Xavi. Tres campeones del mundo que ya habían aprendido a serlo. Aquella es otra historia y a ella recurriremos cuando llegue el momento.
1 comentario:
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