miércoles, 16 de agosto de 2017

La edad de los excesos

Los 90 fueron los años de la alegría y del todo vale. Ningún país tan dispar como Italia pudo haber sido la cuna perfecta del blanqueo y la especulación. Ante la llamada del dinero fácil, grandes empresas surgidas de la nada se convirtieron en imperios todopoderosos y que mejor lugar común que el fútbol para marcar músculo y repartir felicidad. 

A la sombra de la improbable Parmalat, creció un equipo que, de la noche a la mañana pasó de pequeño a gigante. En aquel Parma jugaban campeones del mundo, grandes promesas y firmes candidatos al balón de oro. Todo era felicidad durante el año aunque en el momento decisivo el equipo no terminase de dar el paso definitivo. Con un par de Uefas y una Recopa en su palmarés, el Parma, como outsider imperfecto, no terminaba de dar el paso definitivo en el Scudetto, siempre por detrás de la Juventus o el Milan de turno. 

Algo parecido le ocurriría a Hernán Crespo. Técnico, veloz, coordinado y trabajador como pocos, se veía siempre relegado por el eficiente Batistuta en el corazón de los argentinos. Por todo ello, cada enfrentamiento ante un gigante significaba, para Parma en general, y para Crespo en particular, un momento idóneo para la reivindicación. Nada podía hacer más felices a los parmesanos que ver como una contra desarbolaba al mejor equipo del mundo y como su delantero estrella, Valdanito Crespo, rompía en añicos la cintura del gran Ciro Ferrara.

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