martes, 28 de julio de 2020

Fútbol

El fútbol, en la práctica, es tan sencillo de entender como complejo de interpretar; puede tratarse de una
sucesión de pases y regates con el fin de llevar la pelota hasta la portería contraria. En esencia, sin embargo, entran en juego otros factores, como la velocidad, la precisión o la fuerza física. Pero como un juego extrapolado a la vida, puede definirse como un juego de engaños y mentiras dirigidos para descubrir la verdad. Y allá, al final, no hay más verdad que el resultado y no hay más mentira que el conformismo. El verdadero triunfo es el que deja poso en el tiempo, ese que nos dice, cuando los relatos empañan los ojos del anciano, quien, verdaderamente, fue capaz de conseguir el hito de la inmortalidad.

Hay futbolistas que creen en el engaño, que juegan por delante de los demás porque siempre tienen el pase correcto en el momento correcto, porque, en el mayor de los apuros, saben que el balón debe viajar a sus pies y de allí saldrá una jugada mejorada. Porque el fútbol, tan sencillo de entender y tan complejo de interpretar, necesita jugadores que lo entiendan como lo ha hecho Santi Cazorla durante toda su carrera.

Castigado por las lesiones durante tres años de castigo, Cazorla perdió su madurez postrado en una silla de ruedas y soñando con un regreso que no llegaba. El quirófano pudo haber acabado con el futbolista, pero jamás terminó con la persona, y desde la fortaleza mental se estableció unos plazos que fue cumpliendo estrictamente hasta regresar, de nuevo, al punto de retorno. El futbolista que regresó tenía todos los conocimientos impresos en la cabeza; había perdido velocidad, había perdido habilidad, había perdido chispa, pero no se le había olvidado jugar al fútbol.

El Cazorla de estas tres últimas temporadas ha sido un sabio con aires de maestro. Ha sido el hombre que ha tomado de la mano a sus compañeros y les ha enseñado el secreto mejor guardado del juego; la inteligencia sensorial. Cada control, cada balón al espacio, cada llegada al área, cada pase de gol eran parte del máster que, con un tobillo inutilizado y un cuerpo castigado por los golpes, se ha dado el gusto de ofrecerles a aquellos que han compartido césped junto a él. Porque el tipo que se va aún se siente futbolista y aún sabe que el juego puede ser una sucesión de pases y regates con el fin de llevar la pelota hasta la portería contraria, pero en el eterno debate entre el cómo y el cuándo, Cazorla ha apostado fuerte por cuidar los medios antes de conseguir el fin. En lo práctico, por hermoso, reside su legado.

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