viernes, 18 de diciembre de 2020

Plena confianza

Antonio Augusto Ribeiro Reis Júnior siempre había sido Juninho desde que, cuando era un chavalín, empezó a darle patadas a una pelota manchada de barro. Sucedió que, cuando se estaba consagrando en la liga brasileña, apareció otro jugador, menudo, eléctrico y veloz al que también llamaban Juninho. Desde entonces, el otro, el que terminó jugando en Inglaterra y España, fue conocido como "paulista" y el jugador de Recife, capital del estado de Pernambuco, fue conocido como "pernambucano".

Juninho Pernambucano fue gloria en Brasil antes de fichar por el mejor Olympique de Lyon de la historia. Campeón de América con Vasco da Gama, aterrizó en Brasil con la vitola de jugador elegante y la jerarquía de un tipo que había capitaneado una nave donde el fútbol pasaba por sus pies y los goles eran obra de Luizao y Donizete. Desde el principio dejó claro que lo suyo no era correr, pero que sabía cómo hacer correr a la pelota. Escoltado por titanes físicos como Diarra, Essien o Toulalan, Juninho, el ocho en la espalda, se erigió en piedra angular de un equipo que jugaba de memoria y ganaba por aplastamiento.

Pero si una cualidad hizo célebre a Juninho Pernambucano fueron sus lanzamientos de falta directa. Seguramente, en la historia del fútbol, no haya existido un jugador que haya manejado este arte con la soltura con la que él lo hizo. Su confianza era tal que no dudaba en tirar a puerta desde cualquier posición y su equipo respiraba aliviado cada vez que cobraba un lanzamiento a su favor pues sabía que Juninho sería capaz de abrir el partido. De esta guisa anotó magníficos goles contra los mejores equipos del continente, alcanzando su cénit en un partido atascado de la liga francesa cuando el Lyon no era capaz de asaltar el estadio de un peleón Ajaccio.

Corría el minuto sesenta de partido y el Lyon ganó una falta en las inmediaciones del centro del campo. La lógica hubiese dictado que el pateador podría la pelota en el área o, quizá en sus inmediaciones, para buscar una prolongación y un remate y fue por ello que allá acudieron los hombres más altos del equipo campeón de Francia. Pero con Juninho no imperaba la lógica. Dueño de un pie privilegiado y conocedor de los efectos de su golpeo, sin importarle un ápice la distancia, disparó directamente a puerta consiguiendo una folha seca impresionante.

Mientras el equipo celebraba efusivamente el gol y Juninho corría con la cara circunstancial de quien sabe que sólo ha hecho lo que sabe hacer, Porato, el portero del Ajaccio se levantaba incrédulo e intentaba analizar aquella trayectoria que creyó, por un momento tener controlada.

Aquel partido, como casi todos los de la época, terminó con victoria del Olympique de Lyon. El zapatazo de Juninho abrió un partido que sentenció Fred minutos después y que remató, ya en el descuento, un chaval de diecinueve años que acababa de saltar al campo y se llamaba Karim Benzema.


1 comentario:

Pakiza Realty dijo...
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