lunes, 18 de enero de 2021

Van Gol

El oficio de delantero, en Holanda, se había convertido, por algún motivo tradicional aferrado al juego, en una cuestión de estética por encima de la ética. De esta manera, tras aquel Rensenbrink que jugó a ensombrecer la estela imperturbable de Johan Cruyff, llegó un pequeño vacío que vino a llenar un joven cisne que, desde Utrecht, llegó al fútbol de élite para enseñarle al mundo que el oficio de goleador no estaba reñido con el de bailarín.

Tras Van Basten llegaron Bergkamp y Kluivert. Cada uno a su manera, jugaban con un toque de distinción que pregonaba un fútbol diferente vestido de naranja. Bergkamp lució su frac en los campos de Inglaterra y Kluivert tuvo momentos gloriosos en España. Ambos demostraron que el fútbol estaba abierto a cualquier evolución y que una posición tan clásica como la de ariete podía avocarse a un cambio de paradigma.

Fue cuando creíamos que Holanda había abandonado todo conato de clasicismo, cuando aparecieron tipos con el ceño fruncido, mirada asesina y disparo certero; Van Hooijdonk, Hasselbaink, Makaay y, por encima de todos, Ruud Van Nistelrooy, un tipo que hizo carrera del gol y convirtió su palmarés en un museo de las estadísticas.

Fueron trescientos cincuenta goles los que anotó como profesional y fueron muchos los aficionados que se rindieron a sus pies. Ganó la liga en Holanda, en Inglaterra y en España y, cuando creían que no le quedaba más fuelle, aún tuvo tiempo de dar una masterclass en Málaga y en Hamburgo, porque lo suyo no era dar concesiones a nadie. Como los buenos pistoleros, primero disparaba y luego preguntaba, no fuese a ser que a algún defensa voraz le diese por quitarle la merienda en mitad del área grande, justo el lugar donde se acrecentaba su apetito y se disparaban sus instintos.

Haciendo de la competitividad su oficio, de la anticipación un arte y del gol una manera de vivir, Van Nistelrooy sobrevivió a la jungla de feroces defensores gracias a su instinto y su hambre. Gracias al primero supo siempre como encontrar el espacio vacío y gracias al segundo supo siempre que detrás de un gol debía llegar otro, porque los grandes goleadores no se sacian con poco sino que necesitan de mucha sangre para sentirse, de verdad, los más deseados del planeta fútbol.

Van Gol, como le apodaron sus aduladores, que fueron muchos y ganados a pulso, fue un tipo de sonrisa enigmática y pocos amigos dentro del terreno de juego, porque cuando pisaba el verde no buscaba caer simpático ni estrechar lazos entre los rivales, sino que su único objetivo era la red de la portería rival. Con sus zapatazos al ángulo y sus cabezazos precisos, abanderó un cambio de paradigma en el fútbol holandés y dejó un hueco en el puesto de delantero centro que aún hoy, con una final de mundial más ganada y muchas expectativas por delante, la selección orange no ha sido capaz de llenar.


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