jueves, 1 de septiembre de 2022

Cyborg

El fútbol cambió por completo cuando dejó de ser de los futbolistas y se convirtió en el coto privado de los entrenadores. No tuvo que cambiar necesariamente para mal, es sólo que donde había libertad comenzó a haber corsés y donde había ideas comenzaron a verse piernas. No todos los generales quieren soldados de infantería, los hay que siguen dando rienda suelta a la improvisación y al talento y los hay que estructuran cada movimiento llegando a predecir, incluso, lo que va a ocurrir en cada jugada. Sucede, sin embargo, que la genialidad, de manera definitiva, está exenta de matices y que al final, por más trazos que quieras tirar a lo largo de un mapa, llega el momento decisivo y la genialidad termina imponiéndose siempre a la planificación. Son esos momentos en los que te cruzas de brazos y te dispones a disfrutar de tu fracaso o a lamentarte por tu éxito.

Cuenta Valdano que un día le reprochó a Guardiola que le dijese que nada le producía mayor satisfacción que comprobar que el campo sucedía todo aquello que él había planeado ¿En qué lugar queda entonces, la libertad del futbolista? Le dijo entonces. Guardiola cree que sus futbolistas son libres, pero dentro de su corsé de juego. Y es que hoy en día, todos los entrenadores, incluido Guardiola, son esclavos de un estilo y rehenes de su propia ideología. Destaca el matiz de Guardiola porque es el adalid del fútbol ofensivo y el máximo referente del fútbol espectáculo a día de hoy, porque son muchos los que achacan a Mourinho o Simeone, su nula transigencia a la hora de negociar su estilo, pero es que, aunque sean completamente opuestos, hasta Guardiola y Klopp se ciñen a un guión que obliga al futbolista a guionizarse antes de expresarse y a regularizarse antes de administrarse.

El Manchester City es el mayor equipo de autor en la carrera de Guardiola. Libre de Messi y lejos del corsé alemán, Guardiola ha sabido expresar todo su ideario en un equipo construido por y para él por futbolistas comprados por y para él. Sólo él creyó en De Bruyne, Bernardo Silva o el propio Rodri. Él supo reconducir a Walker, a Mahrez o incluso a Sterling. Él reconvirtió a Cancelo, a Foden o a Gundogan. Y él consiguió que todos, absolutamente todos los jugadores del equipo participasen del juego como una colectividad automatizada.

El juego del City, que comienza en el centro del campo con su propia línea defensiva, se caracteriza por intensidad, vértigo y paciencia. De esta manera, el balón va circulando de un lado a otro hasta que un atacante consigue hacer un desmarque y un mediocampista consigue encontrar el espacio. Visto así, parece hasta fácil, pero requiere de un pie privilegiado y de una cabeza de rápido procesamiento. Y, sobre todo, de una capacidad de concentración lineal que obliga a estar pendiente del juego desde el portero hasta el delantero centro, convirtiéndose este, en la mayoría de las jugadas, en un punto de apoyo más en la elaboración del juego.

Mientras existió Agüero, Guardiola pudo sostener su estilo porque el argentino, además de golear, sabía anticiparse a los centrales y pivotar al tiempo que, seguidamente, se marchaba para buscar el desmarque de cara a gol. Se trataba de aprovechar la fortaleza de su tren inferior para tirarse unos metros atrás, ganar la jugada, servir de apoyo y volver a empezar. Como además respondía con goles, servía igual para un roto que para un descosido. Y es el que el gol, en definitiva, es el matiz que diferencia a los bueno de los muy buenos. Por ello, cuando Agüero se marchitó y apareció Gabriel Jesús, el equipo siguió funcionando como máquina pero echó de menos el cariz goleador, porque el brasileño era listo para jugar e inquieto a la hora de moverse, pero muchas veces llegaba tarde al centro o andaba desubicado en la aceleración.

Puestos a tener el mismo gol, convencido de que se podía ganar en el juego, Guardiola aprovechó la capacidad de desmarque de Gabriel Jesús para tirarlo a una banda poniendo a Foden en el centro del ataque con la condición de que se convirtiese en un mediocentro en el borde del área, mientras el brasileño no sólo aportaba desde el costado sino que podía tirar diagonales inesperadas hacia el punto de penalti. De esta manera el City jugó, probablemente, los mejores partidos de su historia, ya que aprovechaba todos los recursos de sus delanteros para conseguir que De Bruyne y Bernardo Silva brillasen por detrás y, con ellos, el equipo fuese el espejo perfecto de lo que buscaba su entrenador.

Y en estas llega Haaland. Llega porque el gol es oro y porque es la pieza más codiciada del mercado ¿Pero realmente vale la pena renunciar a una pieza del mecanismo por un puñado de goles? A día de hoy la respuesta es más que rotunda: sí. Con Haaland, Guardiola ha renunciado a su parte de elaboración impuesta ya que cuenta con un delantero que se abstrae por completo del juego. La mirada del noruego está siempre puesta en la portería rival y por ello está buscando, de manera constante, el desmarque que le deje sólo delante del portero. Le da igual que los medios no encuentren un apoyo constante en la zona de tres cuartos, que los extremos no tengan con quien tirar una pared en el balcón del área o que consiga viciar el juego del equipo dando una salida de balón en largo cuando la presión rival sea asfixiante. Le da igual porque conoce su físico y conoce sus condiciones. Haaland se impone por alto, por bajo y por velocidad. Es un cyborg del siglo XXI nacido y preparado para una tarea exclusiva: marcar goles. Y si los marca sin parar ¿Quién se atreve a reprocharle que no participa en el juego?

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