jueves, 11 de mayo de 2023

Tití

La leyenda dice que para ser considerado como el mejor, hay que ganarlo todo, los aduladores de la épica, sobreimpresionan en negrita los logros por encima de las virtudes y las copas por encima de los esfuerzos. Pero la historia está llena de tipos que no lo ganaron todo o que, incluso, ganaron hasta poco y el recuerdo les ha situado en lo más alto de los escalafones deportivos. Maradona no ganó la Copa de Europa y está en lo más alto del pedestal, Di Stéfano y Best jamás jugaron un mundial y son dos referentes únicos, Cruyff, que cambió el fútbol, no consiguió levantar la Copa del Mundo y el propio Ronaldo se retiró con la Champions como única asignatura pendiente.

Nadie osaría dudar de ellos como nadie osaría, ahora, dudar del potencial de Thierry Henry durante el primer lustro del siglo. Aquel Arsenal imperial se dio de tortas contra el mejor United de la historia y, aunque muchas veces salió perdedor, desde las llamas resurgió siempre la figura imponente de un francés de piernas largas y mirada desafiante que corría más rápido que nadie, cuerpeaba como el más fuerte, regateaba como el más hábil y marcaba goles como si no le costase trabajo.

Aquel Arsenal no ganó la Champions porque se estrelló una y otra vez contra muros infranqueables, pero Henry silenció el Bernabéu una noche de febrero que jamás se olvidará en el imaginario colectivo. Esa jugada pudo haber valido una carrera, pero el Barça coral de Rijkaard con Víctor Valdés en plan superhéroe, le cortó las alas y le dejó sin premio. Aquellos fracasos en Europa ponían el dedo señalando a su frente, pero él era el Rey de la Premier y, ciertamente, el mejor jugador del momento, porque aunaba clase, talento y abundancia. Suyos eran las mejores jugadas, los mejores pases, los mejores goles. Tanto abusó de los defensores ingleses que llegó a creerse invencible.

Henry, que tuvo que emigrar al Barça para poder ganarlo todo, dejó en el Arsenal la estela de un futbolista único, irrepetible y arrebatador. En Barcelona no fue ni la mitad de lo que había sido y, sin embargo, encajó como una pieza perfecta en el puzzle diseñado por Guardiola. Aquel último año como azulgrana le supuso toda la gloria, pero antes, bien con Francia, bien con el Arsenal, había dejado la verdadera impresión de ser un futbolista de auténtica leyenda.

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