Nuestro día a día, como meros consumidores de un espectáculo, es demasiado ajetreado, demasiado monótono durante demasiados minutos, como para detenernos en el análisis y como para entretenernos en la interacción. Cuando el trabajo no arrolla el cerebro y lo único que buscamos, cuando llegamos a casa, es una diferenciación que nos entretenga o un chispazo que nos emocione y es por ello que tendemos a valorar más el espectáculo por encima del entretenimiento, por más que, la conjunción perfecta es el resultado de ambas percepciones agarradas de la mano.
El verdadero valor de un futbolista se calcula en base al peso que tiene en el juego del equipo. Durante años estuvimos glosando la importancia de tipos como De Bruyne o Rubén Dias en el juego del Manchester City, pero no fue menos cierto que, sin ellos, aún a raudales, el equipo fue ganando partidos, títulos y respeto. Sin embargo, nadie se había detenido a analizar el supuesto que hubiese resultado de una lesión grave de Rodri.
Desde que Rodri se lesionó, no sólo es que el Manchester City haya dejado de ganar partidos, es que, los que gana, los hace desde la agonía y desde la desesperación. Un remate de Haaland, un disparo de Foden, una arrancada de Savinho... y es que los sky blues tienen mimbres de sobra para regalarte un mal día, pero solamente tiene una pieza que no tiene recambio.
Y es que, desde la monotonía que nos aporta la vida diaria, es muy difícil perder un minuto en pararse a analizar el juego de un tipo que lo hace todo más fácil. Se coloca, recibe y se la da al compañero mejor situado. Eso que parece tan fácil y que Cruyff definió como lo más difícil del mundo. Sin perder el eje del rectángulo, los jugadores del City siempre encontraban auxilio en un tipo que aprendió a guerrear en su año de Erasmus con Simeone y aprendió a competir a las órdenes de Pep Guardiola, quien moldeó, en él, a su imagen y semejanza con la diferencia de que aquel Guardiola de pie prodigioso era un futbolista estático y este Rodri de visión periférica es un futbolista dinámico.
De los tres partidos que el City había perdido de los últimos ochenta, en dos de ellos había habido un denominador común: la ausencia de Rodri Hernández. Con un dato así, es fácil calibrar la importancia de un tipo que encajó como un guante en las necesidades de Guardiola y que creció mucho más allá de la importancia para un club, convirtiéndose en el mejor centrocampista del mundo capaz de liderar, desde atrás hacia adelante, la resurección de una selección española campeona de Europa.
Hasta aquí es fácil saber porqué los analistas encargados de votar, le otorgaron el premio del Balón de Oro, pero si lo que realmente nos ocupa en el sofá es la emoción y la magia ¿Es normal la reacción del lado más onírico del espectador? Porque, si Rodri es la pieza clave del Manchester City ¿Qué hubiera sido del Madrid sin la aportación estelar de Vinicius?
Vinicius no vive de estadísticas, ni de controles orientados, ni de momentos de pausa. Vinicius desparrama su talento tirándose el balón en largo y retando a los laterales en una carrera imposible. Su escenificación, siempre sobreactuada, en los partidos grandes, fue la puesta de largo de un futbolista imparable cuando quiere serlo y de un tipo indetectable cuando se pega a la línea de cal. Fue el mismo que desarmó al City en el Bernabéu, el mismo que desesperó al Bayern en semifinales y el mismo que apuntilló al Dortmund en la final. Porque en todos los instantes, en todos los momentos, estuvo presente para hacerse valedor del título de jugador más decisivo del mundo.
Es entonces cuando llega la disputa de pie de calle, porque el fútbol, tal y como se juega, se hace de la manera que lo ejecuta Rodri, pero el fútbol, tal y como se sueña, es muy parecido a como lo hace Vinicius. Y es por ello que el Balón de Oro sirve para calibrar la importancia por encima de la esperanza. Ambos lo merecieron porque ambos son capitales, la pregunta es si la eficiencia es más importante que la eficacia o si vale más un suspiro que un aplauso.