lunes, 16 de abril de 2018

Una causa de respeto

Existe una necesidad de odio tan extendida que, ante el elogio más visible, dejamos que nos ciegue la ira y entendemos blanco donde hay un negro. La sociedad, más dada a la sentencia que al análisis, se va convirtiendo en un vertedero de malentendidos donde las palabras caen como de un saco roto al vacío de la incomprensión.

Las rivalidades mal entendidas derivan en una espiral de odio innecesaria. No hay nada insano en desear que pierda el enemigo, lo insano es desear el mal personal, el insulto gratuito y la educación forofa. Cuando alguien abre la boca para hablar de tu equipo, el primer ejercicio debe ser el de escuchar. Después analizar. Y por último, si la ofensa es evidente, responder con argumentos. Generalmente hacemos todo lo contrario y, como nos la cogemos con papel de fumar, basta ver que alguien nos cita para mandarlo al coso con los leones.

Hablaron los gurús y, aunque en sus palabras no había inflaciones ni consumismo mal entendido, muchos quisieron que subiera el pan. “Penalti claro”, “No es penalti”, “Me parece dudoso” ¿Dónde está el insulto? Vale que nos encontremos con una jugada polémica, con una situación crucial y con un momento crítico, que ya son muchas las ocasiones en las que la polémica se atañe contra alguno de los dos transatlánticos de nuestra liga, pero ¿A qué viene enfadarse cuando alguien no piensa lo mismo que tú?

No hace mucho, el Madrid caía en octavos como una fruta madura y el Barça vivía años de esplendor aprovechando la inercia de una camada insuperable. Untaban la Nocilla en su pan y se lo comían sin apenas necesidad de masticar. Los lunes en el trabajo eran incómodos, los viernes de víspera eran un compendio de esperanza y los domingos de partido eran una procesión de resignaciones. Y había que buscar una coartada. Villarato, lo llamaron. Curiosa manera de entender la ofensa actual. Tantos años acusando de robo al ajeno que, cuando hay una viga en el ojo propio es mejor ofenderse antes que analizar. Es mejor batallar que discutir. Es mejor patalear que dialogar. Los que hablaban de falsa humildad, de mear colonia y de la estúpida reinvención del fútbol, son los mismos que ahora gallardean ante la adversidad. Defensa de sus intereses lo llaman. Quizá es un problema empatía, quizá el problema, en general, es que nos han enseñado tan mal a perder que cuando podemos ganar no somos capaces de demostrar que ser el mejor es un motivo de orgullo sí, pero también una causa de respeto.

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