martes, 24 de abril de 2018

Victimismo

El victimismo suele ser el recurso de los débiles para poner una venda antes de sufrir la herida. El victimismo, históricamente, ha ido asociado a entidades menores que veían como la injusticia de los poderosos se ceñía sobre su campo vital. Para ello, como plañideras, solicitaban árnica, aire y piedad. Los impíos solían salir victoriosos porque aprovechaban la inercia de su fuerza y la gravedad que generaba el miedo del enemigo. Así hemos vivido durante siglos, con una clase baja sometida a los caprichos de los poderosos.

En el fútbol, como en la vida, también impera la tiranía de los poderosos, con la salvedad de que el fútbol, al contrario de las cosas serias de la vida, no pasa de ser una banalidad que pone en juego millones de esperanzas. En el laberinto de pasiones que ha generado el deporte rey, es fácil reconocer la fauna de los desesperados, en cuyos rostros somos capaces de reconocernos. Es lógico ver como los equipos pequeños se quejan del trato recibido, en un juego donde el mejor postor se lleva el trozo más grande del pastel, los débiles se ven abocados a un papel tan secundario que en ocasiones llegan a ser hasta ninguneados. Ninguna reivindicación está de más cuando se solicita más atención mediática, mayor poder económico y una pizca más de respeto hacia sus pretensiones. Sin embargo, el mecanismo chirría en demasía cuando es un equipo poderoso el que pone en marcha la maquinaria mediática en forma de estúpida e incomprensible queja.

Durante muchos años Real Madrid y Barcelona disputaron una carrera tan poco equidistante que llegó a ser considerada como inexistente. En aquella disputa, más territorial e ideológica que puramente futbolística, el Real Madrid era el equipo que lo ganaba todo y el Barcelona el equipo que se lamentaba siempre. En cada lance, en cada gol y en cada victoria blanca quedaba el poso de amargura de un club que se quejaba del entorno, del centralismo, del poder y de los árbitros. Se generó una leyenda negra que corrió de boca en boca y que terminó por considerar al Madrid como el equipo favorito del régimen y al Barça como el cabeza de turco perfecto contra el que perpetrar las fechorías.

La gran obra extrafutbolística de Cruyff fue la de paliar el victimismo histórico azulgrana. Una vez el equipo hubo adoptado un estilo, una personalidad y un carácter propios, las victorias fueron cayendo por el peso del talento y con ellas llegaron los recelos ajenos. Ocurrió algo que muchos nunca hubieron imaginado y es que los complejos tomaron billete de vuelta en el puente aéreo. El Real Madrid siguió siendo el equipo más poderoso, el más mediático y el que más recursos tenía y, sin embargo, dejó de ganarlo todo. Y pasar de ganarlo todo a ganar algo menos de todo fue algo tan difícil de digerir que hubieron de poner la maquinaria mediática al frente del altavoz de denuncia.

Durante años, mientras el Barça deslumbraba al mundo con un fútbol excelso, los opinadores de cabecera se empeñaron en dar brillo al término del villarato. Se trataba de hacer creer al mundo que si el Barça ganaba tanto no era por su fútbol sino por los factores ajenos. Los que se encargaban de hacernos creer que el Barça ganaba gracias a los favores de la Federación e incluso de la UEFA, eran los mismos que durante años enterraban las teorías de la conspiración en las cuales se decía que el Madrid de Bernabéu lo ganaba todo gracias a Franco.

La realidad del fútbol es mucho más sencilla que todo eso. El éxito ajeno nos ha producido envidia siempre. Otra cosa es que esa envidia no sepa canalizarse y derive en rabia. El Madrid de la segunda mitad del siglo XX no ganaba por Franco de igual manera que el Barcelona de la última década no ha ganado por Villar. El éxito lo otorga el talento y el talento máximo, hoy en día, lo tiene el Madrid en el campo por encima de casi todos los equipos del planeta. Alrededor de él se han formado otros equipos temibles. El problema de ellos es saber cómo afrontar la rivalidad. Uno de los mayores enemigos históricos del Madrid es el Bayern de Múnich, y lo es por historia y por calidad. Nadie, excepto el propio club y sus portavoces, duda de que, aunque el Madrid sea el favorito número uno en las casas de apuestas, el Bayern sea un equipo temible, con recursos para ganarle al Madrid en el campo con argumentos futbolísticos.

Por eso no se entiende que antes de un partido de tal trascendencia como el de esta noche se esté apelando al miedo al árbitro en lugar de apelar a ese ente tan en desuso y casi extinguido como es el análisis futbolístico.

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