jueves, 6 de junio de 2019

Italia no era el paraíso

Las apariciones fulgurantes pueden tener el poder del asombro y contener una capacidad selectiva para el recuerdo. Hay muchos que nacen y mueren el mismo día, otros duran una temporada y los hay que prometen un fútbol de lustros y no son capaces de aguantar la mayor afrenta competitiva.

Cuando Raúl debutó en el Madrid y amenazó con llevarse por delante todas las dinastías, el Barça respondió con lo más mediático de su cantera. Iván De la Peña era un centrocampista excelso que vivía más de la hipérbole que de la sensatez. Conducía la pelota a toda velocidad y buscaba siempre el pase final antes de probar el pase intermedio; un mediapunta que no se adaptó a Cruyff y que quedó relegado a un segundo plano cuando Van Gaal entendió que su fútbol de fantasía no entraba en su concepto de fútbol control.

Sin encontrar su sueño en Barcelona voló a Italia pensando que quien le recibía como un héroe le trataría como tal. Eran años de plomo donde el fútbol italiano dominaba europa y donde no había espacio para concesiones ni florituras. Jamás se encontró entre aquel bosque de piernas. Jamás supo volver a ser el tipo que quiso soñar; un híbrido entre Guardiola y Laudrup que quería abarcar todo el juego y no era capaz de liderar un equipo. Cuando dejó de soñar en grande, aprendió a soñar en pequeño y se convirtió en cabeza de ratón dentro de un Espanyol al alza que puso su proyecto en sus botas. Allí fue feliz y cuando un futbolista es feliz saca siempre todo su repertorio. No era el líder de un gran equipo pero era el líder de un equipo que le quería con una afición que le adoraba, muchos buscan mucho más y encuentran mucho menos.

Prácticamente en la misma época en la que De la Peña volaba rumbo a Italia, Claudio Ranieri tomo una de las decisiones más importantes en la historia del Valencia. Sacó a Mendieta del lateral derecho y le colocó en el eje del centro del campo; libertad total, compromiso completo. De la noche a la mañana nació un futbolista espectacular que nos enamoró a todos. Mendieta era un box to box que iniciaba la jugada y la acompañaba hasta el área contraria. Tenía regate, gol, precisión en el pase y llegada de segunda línea. Cómo no le iban a considerar en Valencia como el murciélago del escudo.

Los dólares, en la época de Parmalat y Cirio, se medían en liras y el Lazio presumía de tener muchas. Igual que lo había hecho con De la Peña, ofreció una cantidad ingente al Valencia por su mejor futbolista y el Valencia prefirió una venta al alza al extranjero antes que reforzar a su mayor rival en España. El Madrid se quedó sin Mendieta y Mendieta se quedó sin su entorno más favorable. Llegar al Lazio era como empezar de nuevo; tenía que competir con Nedved, con Verón, con Simeone y con Stankovic, tipos que ya eran leyenda y que no estaban dispuestos a ceder el sitio a un rubio que quería jugar como en el salón de su casa.

No duró más de un año, veintisete partidos y cero goles avalaron aquella temporada de pesadilla en la que el entrenador jamás confió en él. Igual que le ocurrió a De la Peña, viajó a un lugar con menos presión y se acomodó como líder de un proyecto sin mayores ambiciones. Ambos terminaron jugando y perdiendo una final de la UEFA contra el Sevilla de Juande Ramos y en ambos, cuando los reconocimos, encontramos estrazas de una promesa que quiso ser y no se concretó. Tuvieron una aparición fulgurante y un descenso lento, pero en parte glorioso porque eran queridos por sus aficiones. Su fútbol de impacto sigue siendo recordado, su fútbol de lustros sigue siendo añorado por un puñado de aficionados que aprendieron a vivir con ellos.

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