martes, 11 de febrero de 2020

El Tata

Brazo. El brazalete anudado sobre el bíceps derecho, la ascendencia sobre el resto, el grito firme, la salida impetuosa, el esfuerzo innegociable. Dos copas de pincharrata, ocho años de rojo y blanco, capitán de barco, bilardista por convicción, futbolista por vocación.

Rodilla. El cartílago hace crack, el tipo cae al suelo preso por el dolor, al alma baja al infierno presa de la desesperanza. El Deportivo Español le dice adiós en diciembre, nos valías como futbolista pero no nos vales como cojo. Bilardo se acerca a él y le dice "Usted tranquilo, Tata", va a estar en el mundial. Y el Tata Brown trabaja. Pasan los meses, llega mayo y está listo. Un tipo con carisma. El líbero de "El Narigón".

Estómago. El teniente general de la zaga no aguanta la altura mexicana. Le ataca La Venganza de Moctezuma. Saltan las alarmas. Pasarella no deja de ir al váter, tiene el estómago vació, la garganta seca, la angustia siempre presente. Necesita hospital. Necesita regresar a casa. El tipo del carácter indomable ha caído y Bilardo le dice a Brown que será su hombre libre en el mundial. Defensa de tres. Cucciuffo y Ruggieri. Y Brown de hombre escoba.

Cabeza. El balón tocado por Burruchaga, bombeado sobre el área alemana, lejos de Schumacher quien falla en la salida y vía libre para el cabezazo de El Tata Brown. Por delante la pelota, pero también Maradona. El capitán, el genio, el hombre. Diego se agacha, intuyendo el imposible y Brown se apoya en su espalda para tomar impulso. Conecta limpio, fácil, directo a gol. Es a puerta vacía, pero hay que marcarlo. Y hay que celebrarlo. Es la final de un mundial. Es un sueño más que cumplido.

Hombro. Un choque contra un alemán fornido. Todos los son. Como rocas, como bloques de hormigón. Chocan en cada saque de esquina, en cada balón cruzado, en cada carrera hacia ninguna parte. Y en uno de esos choques siente un dolor punzante. El hombro está fuera de su sitio, pero El Tata le grita al médico "Ni se le ocurra sacarme, yo me quedo aquí". Y se queda. Muerde la camiseta, hace un agujero a la altura del ombligo e introduce el pulgar de su mano derecha. Es un cabestrillo improvisado. Y dolorido y desencajado ve como van a ganar, ve como les empatan, ve como van a perder y ve, extasiado por el dolor y el cansancio, como Burruchaga anota el tercero y Argentina vuelve a ser reina del universo.

Corazón. El tipo regresa a casa como un héroe. Peregrina por el mundo con los pies y la memoria. Dice adiós con orgullo e intenta plasmar sus conocimientos en los chicos más jóvenes. Sus amigos serán siempre sus héroes y su recuerdo irá ligado siempre a un cabezazo en la final de las finales. En una resistencia numantina, con el hombro dislocado, ante unos alemanes altos como torres y duros como piedras.

Cerebro. De repente, puñetera vida, el tipo se olvida de todo. Es carne de hospital, de camilla, de silla de ruedas. Le cuentan quien fue, qué hizo, cómo celebró. Pero ya no se acuerda. Y se tumba, fuera del mundo, en una cama fría que le presentará a la muerte. La caída es triste, injusta como todas, dolorosa. Se marchó El Tata Brown víctima del Alzheimer, un delantero alemán, alto, fornido, imparable, que le golpeó a la salida de un córner y no le dejó tiempo para recuperarse.

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