Nada estimula más que lo difícil y nada más miedo que lo imposible. No hay rival pequeño, nos dicen,
Aceptar el reto, es de valientes, hacerlo a cara descubierta es de temerarios. Nadie va a reprochar nada al Sevilla si acepta el reto y sabe guardar su ropa antes de nadar, porque el bicho que tiene enfrente es
Para ganarle al Bayern hay que saber buscar el momento. No hay otra forma de ganar contra estos equipos que se presentan con la vitola de históricos. Sin Thiago, la responsabilidad creativa caerá en manos de Kimmich, un verdadero manual del juego que juega tan sencillo que hace parecer que el fútbol es cosa de niños. Nada más lejos de la realidad, Kimmich es el alumno aventajado de un fútbol alemán que hace años viró hacia el cruyffismo dejando atrás los cánones y prejuicios de un fútbol avasallador y martilleante. En las bandas, Sane y Gnabry son dos flechas con una precisión milimétrica en el desmarque y la resolución y como timón de guía, sigue estando, capitán de los ejércitos del gol, el polaco Lewandowski, un tipo que se levantó un día con ganas de golear y al que ningún récord termina de quitarle el hambre.
Pero como todo gigante, este Goliat también tiene su punto débil. Fuera Álaba de la ecuación, la pareja de centrales formada por Boateng y Sule es demasiado rígida y carente de velocidad. Por ello, al ser un equipo que gusta de jugar con la línea adelantada y practicar la presión alta, resultará imprescindible saber encontrar el espacio para que tipos rápidos, como Suso, Munir u Ocampos, encuentren el espacio a la espalda de la defensa y así poder optar ese factor tan imprevisible conocido como sorpresa. Porque más allá de los pronósticos existe la esperanza y más allá de las sensaciones existe el orgullo. El verdadero orgullo del Sevilla sería ser capaz de competir, la verdadera campanada sería ser capaz de ganar.
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