jueves, 17 de septiembre de 2020

El ídolo del Tartiere

El Atlético de Madrid visita al Oviedo y se lleva un serio correctivo. Entre los cinco goles anotados destaca un zambombazo de Tomás desde el centro del campo que sorprende a Abel. Ante el asombro y jolgorio de la afición local, un pequeño jugador salta al campo con la camiseta del Atlético de Madrid, la gente, antes de continuar vitoreando a su equipo, se pone en pie y aplaude de manera rotunda. "Carlos, te quiere, la gente del Tartiere". Al chico se le pone la piel de gallina y apenas puede contener la emoción mientras intenta jugar y capear un temporal irremediable.

Carlos había jugado en Oviedo durante la temporada anterior. Procedente del más negro pozo de la competición, había terminado salvando la categoría gracias a una rocambolesca operación de la federación que terminó por incrementar el número de equipos en la categoría de plata. De dieciocho a veinte y una de esas dos plazas para el Oviedo, quien había terminado en puestos de descenso. Así, pues, Carlos llegaba, procedente del filial del Barcelona, a un equipo autodestruido y con pocas aspiraciones. Así que, a falta de ilusión colectiva, impuso su ilusión particular e hizo lo que mejor sabía; marcar goles. Carlos anotó veinticinco, los que le consagraron como pichichi de la categoría y el Oviedo alcanzó la tercera plaza con la opción de poder jugar la promoción de ascenso ante el Mallorca. Un gol de Carlos en el descuento, ponía en ventaja a un Oviedo que supo aguantar estoicamente los embates bermellones en el partido de vuelta. El Oviedo estaba de nuevo en Primera y el Tartiere tenía un nuevo ídolo.

Pero al chico le dijeron que tenía que fichar por el Atlético y se vistió de rojiblanco sin apenas saber si era eso lo que le interesaba. El Atlético de Gil era una trituradora de futbolistas y un enjambre donde siempre acababan presos de patas en él cada uno de los entrenadores que corría para escuchar las palabras malditas del presidente. Carlos se encontró con Clemente, otro juguete roto de la vicisitud gilista, y se enfrentó a él porque prefería poner a Manolo y a Baltazar. Como no se sentía inferior a ellos se rebeló y la disputa terminó con Clemente en la calle y Carlos en el banquillo. Por eso, aquel día en el que regresó al estadio donde había sido feliz, la gente se puso en pie y le hizo una declaración de amor que jamás olvidaría.

Carlos regresó al Tartiere y jugó siete temporadas con el Oviedo anotando noventa y tres goles. Durante un tiempo, lo que duró Vicente Miera como seleccionador, fue el delantero centro titular de la selección española, pero su idilio con la roja se rompió el día en el que Clemente destituyó a Miera y le dejó claro a Carlos que, con él, jamás volvería vestir de rojo. La afrenta que duele en el corazón es la que más agita el espíritu. Por ello Carlos se hizo hombre, se hizo irreductible y se hizo dueño del área grande. Anotó goles de todas las facturas, compitió como el más castizo de los delanteros y se dejó la piel en cada disputa. No hubo extrañeza, pues, cuando una tarde de mayo de 1996, Carlos dijo adiós entre lágrimas y todo Oviedo, de pie, ya fuese en sus butacas o en sus salones, entonase el "Carlos, te quiere, la gente del Tartiere".


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