martes, 10 de noviembre de 2020

Imperator

Cualquiera que se haya asomado al fútbol italiano durante los últimos años habrá descubierto que el

juego, más allá de lo tradicionalmente especulativo, se ha convertido en atractivo, rápido, de ida y vuelta, en un entretenimiento tan sorprendentemente agradable que hemos sido muchos los que hemos tenido que pestañear más de dos veces para afrontar la realidad de un fútbol que, desde que perdió poder económico, ganó en voluntad de juego.

Curiosamente, a medida que el Calcio fue ganando en entretenimiento fue perdiendo en competitividad. Esta ecuación de proporción inversa viene dada, sobre todo, a que Italia ya no es la NBA del fútbol, ya no es el país donde, como en los noventa, acudían los mejores futbolistas del planeta y, sobre todo, se ha adaptado a una manera moderna de jugar al fútbol donde prima el espectáculo por encima de la especulación.

En su camino hacia la reconquista del imperio, Italia va ofreciendo beneficios fiscales a los millonarios extranjeros que quieran asentarse en el país y el fútbol va haciendo un esfuerzo para, poco a poco, volver a situarse como opción preferencial en los hogares del mundo. Muy lejos de la Premier y perdida, de momento, la batalla contra la liga, su misión prioritaria es consolidarse en el podio como lugar preferencial y, a partir de ahí, ir creciendo exponencialmente al tiempo que sus equipos se van consolidando, de nuevo como potencias europeas.

El ejemplo más claro de la decadencia del fútbol europeo es el Milan. El equipo que gobernó Europa durante casi dos décadas, con ocho finales de Champions y varios Scudettos, es hoy una sombra que quiere renovar el aire y volver a iluminar su camino. Una sombra pisoteada por los excesos y por haberse convertido en la marioneta de un tipo con mucha grandilocuencia y pocos escrúpulos. Cuando el fútbol se convirtió en una ruina, Berlusconi se echó a un lado y el Milan comenzó su peregrinación por los infiernos.

Su último título de liga data de hace diez temporadas y entonces, en la capital de Lombardía, reinaba por encima de todos, un futbolista que ya había dominado el Calcio durante el lustro anterior: Zlatan Ibrahimovic. El emperador sueco abandonó Milan para ganar petrodólares y aplausos en París. Durante estos diez años, ha sido dueño del área parisina, amo de los destinos americanos y un infructuoso mago en el secarral de Manchester. Con la madurez más que sobrepasada y el retiro llamando a la puerta, Zlatan se niega a claudicar y quiere dejar para eternidad y un último baile asombroso. Es el máximo goleador del campeonato, es el jugador diferencial del líder, es el futbolista que está sacando las castañas del fuego a un equipo que juega a la remontada histórica pero que aún tiene algún complejo guardado en la mochila.

Zlatan saca la chistera, alza el bastón de mando y se autocorona de laureles. Aquí estoy yo, Imperator y conquistador. Con él, el Milan tiene menos miedo, con él, el Milan quiere saberse, de nuevo, el equipo más importante de la ciudad más importante del país.


No hay comentarios: