lunes, 16 de noviembre de 2020

Malos tiempos para la lírica

Se apagó el fogón, ya no queda nada, se secó el río de la abundancia y la travesía por el desierto nos

pilla sin provisiones, sin agua y con algún recibo acumulado en la estantería. Las liras suenan hoy desafinadas, las cuerdas del piano buscan un pianista y el director de orquesta vive jubilado en algún paraje en las afueras. No hay música de cámara, no hay, ni siquiera, un rock and roll, pegadizo, no hay instrumentos ni compositores. Son malos tiempos para la lírica.

Nadie olvida aquellos conciertos memorables, aquellas notas interpuestas que formaban melodías abrumadoras, aquellas tardes de sofá y cerveza, aquellos puños en alto, aquella garganta viva, aquella manera de sentirse espectador privilegiado de una época que no iba a volver. Sólo que nosotros creíamos que perviviría para siempre, que la gloria es eterna en carne, pero que sólo se convierte en leyenda dentro del pensamiento, sólo cuando el recuerdo la hornea dentro del molde de la nostalgia.

Ya no hay seguridad en el cuarteto de cuerda, ni saxofonistas que den el tempo, ni siquiera un batería que lo barra todo en el área de castigo. La generación espontánea se lo llevó todo; las copas, los honores y una manera de jugar al fútbol que ha terminado impresa en las bibliotecas. Hoy apenas quedan supervivientes de aquel naufragio que comenzó en Brasil y hoy sigue escupiendo cadáveres en nuestras costas del deseo. La roja, aquella que decían era ejemplo de juego y admiración, hoy es sólo un quiero y no puedo plagada de buenos y correctos jugadores, pero no de aquellos extraordinarios peloteros que coincidieron en tiempo y forma para crear una obra de arte que pervivirá en los anales de la memoria.

La selección española se juega su ser o no ser ante una Alemania incierta pero con las cosas claras y, sin embargo, el corazón de la desesperanza no late por un mero partido a vida o muerte en una competición sin sentido, no, el corazón de la agonía late por comprobar como aquel equipo donde los pasajes se compraban con sangre y excelencia es hoy una banda de tipos que intentan jugar a algo y no son capaces de generar ilusión porque las puertas del comercio están abiertas de par en par y puede colarse cualquiera a tratar de dar unas patadas al mismo balón de siempre. El problema es que, aunque el balón no haya cambiado, aunque el palo de la batuta sea el mismo, los futbolistas entran por defecto y los músicos se fueron marchando desde el exceso.

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