miércoles, 12 de junio de 2024

Pérdida de fe

Cuando uno cree en alguien, tiene siempre la certeza de que, tarde o temprano los hechos acabarán dándole la razón porque generalmente la lógica del talento termina sobreponiéndose a la lírica del esfuerzo. Cuando uno cree en alguien, tiene la sensación de que tras cada pequeño fracaso se va abriendo una herida que, poco a poco, se va agrandando hasta el punto de supurar dosis de pus desde el orgullo herido. Cuando uno cree en alguien, espera que el tiempo, como juez imparcial y severo, dicte sentencia a su favor porque no existen preguntas malintencionadas sino respuestas firmes. Cuando uno cree en alguien, es capaz de enfrentarse al mundo por defender su fe irrenunciable porque piensa que lo que ha visto lo puede volver a ver, que lo que ha contado puede volver a ocurrir y que lo que ha previsto es imposible que no termine aconteciendo.

Yo creía en Joao Félix. Le vi tirar desmarques y anotar goles imposibles con el Benfica y pensé que sería un delantero idóneo para el juego del Atlético. Creí en él y no me duelen prendas en reconocerlo pese a que hoy me estén dando en la cara todos los que sufrieron mi fe estéril en el portugués. Pero Joao nunca creyó en él. O al menos no creyó en el proyecto. Y ha decidido que competir es un verbo que prefiere conjugar dormido y que quizá un puñado de dólares sea suficiente motivo como para pintar su estancia de fracaso. Félix entró en el Atlético, pero el Atlético nunca entró en él. Difícil sostener la fe con esa premisa.

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