lunes, 30 de septiembre de 2024

Milagro de cuota baja

El tránsito entre Maradona y Messi, para la selección argentina, fue bastante duro. Incluso para Lío, la sombra de Diego fue demasiado alargada durante más de una década. Quitarse de encima dos toneladas con aquel gol de Di María en Maracaná le sirvió para llegar más aliviado a los siguientes torneos y consagrarse, ahora sí, como el mejor jugador de la historia. Pero entre mundial y mundial hubo otros llenos de fracasos con pequeños milagros de cuota baja a los que se agarraba la memoria colectiva para hacerse creer que sí, que pese a caer eliminados una y otra vez, seguían siendo una potencia mundial a la que tener en cuenta.

El primer mundial de Messi fue en 2006. Lío, que ya apuntaba a jugador estelar en Barcelona, viajó a Alemania con diecinueve años y sin un puesto fijo en un once titular comandado por Juan Román Riquelme. Era un buen equipo, distinguido por Román y Aimar y apuntalado por hombres de reconocida valía como Cambiasso, Crespo y Carlos Tévez. El joven Mascherano ya apuntaba sus dotes de mando y el veterano Ayala ponía la cordura en un equipo que, anímicamente, se movía en tierra de nadie.

Los dos primeros partidos fueron prometedores. Un dos a uno a la Costa de Marfil de Didier Drogba y un seis a cero a Serbia el día que Messi se dio a conocer en una Copa del Mundo. Aquel día, el equipo fabricó una obra de arte colectiva culminada por Cambiasso pero, sin embargo, no fue el mejor gol del mundial.

Porque el momento de mayor éxtasis quedaba pendiente para el partido de octavos de final. Después de empatar a cero frente a Holanda y dejar pendiente una cuita que databa de 1998, Argentina se emparejó a México en el primer partido de eliminatorias. Fue un partido bronco y feo que se abrió y se cerró pronto. Márquez adelantó a México en el minuto seis y Crespo puso las tablas un par de minutos después. A raíz del empate, poco más pasó porque ambos equipos, conocedores de su historia más reciente, tenían más miedo a perder que a ganar.

La entrada de Messi revitalizó a Argentina y los albicelestes, durante un momento, parecieron acular a los mexicanos. Corría el minuto noventa y siete cuando Torrado, tras una conducción forzosa, jugó para Pineda quien avanzó salvando la entrada de Maxi Rodríguez pero no consiguiendo avanzar ante la interposición de Scaloni quien jugó rápido para Maxi para que este avanzase hacia un Messi recostado en la banda derecha. Messi condujo en diagonal hacia la línea de mediocampo y tocó al medio hacia Riquelme quien le tiró una pared para que Lionel abriese hacia la izquierda para Juanpi Sorín. Sorín, que tenía tiempo y espacio, decidió cruzar la pelota por arriba hacia el otro costado del área donde se encontraba Maxi Rodríguez al que la pelota le cayó con pocas opciones, pero en dos segundos realizó la maniobra que le catapultó hasta la inmortalidad.

Primero la paró con el pecho y después, ante el asombro de la defensa mexicana, la empaló con la izquierda en un golpeo monumental que se coló por la escuadra de Oswaldo Sánchez. Era, sin duda, el gol de su vida. Todos los argentinos, incluído Pekerman, corrieron como locos para abrazar a Maxi quien, en una maniobra inaudita, había marcado el gol del mundial y había puesto a los argentinos, una vez más, de cabeza hacia una nueva ronda clasificatoria.

Allí, en cuartos, y en el Olímpico de Berlín, Argentina hizo un partido digno y aguantó el uno a cero hasta el minuto ochenta cuando Klose, el martillo pilón, borró la sonrisa de los argentinos. Después llegó una nueva prórroga sin milagro y una tanda de penaltis que consagró a Alemania el día en el que Pekerman decidió que Lionel Messi no había merecido la oportunidad de jugar ni un sólo minuto.


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