viernes, 28 de febrero de 2025

La delgada línea

Los juicios públicos nunca fueron el paradigma de la ecuanimidad, porque allí donde se necesitan análisis, pruebas y mesura, solamente afloran los sentimientos más viscerales y, generalmente, las fobias más arrebatadoras. Por ello, conviene ir con pies de plomo y cabeza fría antes de dictar una sentencia frente a una justicia, la real, que, por más tumbos que de y dudas que genere, finalmente es la que sienta la la cátedra de la opinión.

Otra cosa es, por otro lado, el blanqueamiento. Ese exagerado interés, que roza lo ridículo, por limpiar la imagen pública, desde los medios, de todo aquel futbolista que vista una camiseta de color blanco y juegue en la capital de España. Más allá de las vicisitudes de un portugués en Estados Unidos o los pleitos personales de un francés con un compatriota, conviene aclara que, condenado o no, el defensa canterano del Madrid está imputado por un supuesto delito de distribución de pornografía infantil y que por mucho que repitan que la menor no es una niña, su propia desvergüenza les colocará, para siempre, en el lugar de los tipos más despreciables del planeta.

Y es aquí donde entra la cacería popular hacia la persona. Está claro que si Asencio cometió el delito, debería ser imputado. Que no pasa nada por recordar el motivo de su imputación y que puede que, con el tiempo, haya madurado y se arrepienta de lo que hizo. No lo sé. Pero no caigamos a la altura del barro y nos revolquemos en él deseando la muerte, en plaza pública, de un chico que, pecados aparte, sólo trata de jugar al fútbol. Desear la muerte está feo, por más que el pecado sea del género vomitivo.

miércoles, 12 de febrero de 2025

La pantera

Como un díscolo que busca un minuto de silencio, como un relojero a punto de ajustar la manecilla, como un cirujano antes de perforar la carne, como un arriero que azuza al animal emprendiendo un camino incierto, el goleador vive de un momento de inspiración antes del grito o de un momento de frustración antes de agarrarse de los pelos, porque los tipos con hambre siempre buscan el momento aun cuando sea el fracaso el equipaje de sus fallidas incursiones.

La pantera vivía en el área al acecho de un balón llovido, atenta a la presa que debía dejarse sólo ante el peligro, revisando de reojo la circunstancia antes de ser atrapado por el cazador impío. Aquella pantera era salvaje a campo abierto, y como un goleador frugal, solía conducir la pelota en arrebatos de furia incontenibles. Piernas largas y fuertes, zancada poderosa, torso de madera y un talud en la cabeza donde poder rebotar todas las pedradas llovidas del cielo.

General de los ejércitos del sur, raza negra orgullosa de su sangre y ritual de tribu antes de soltar el zapatazo mortal. George Weah henchía el pecho, desgarraba la voz y los súbditos del cielo bajaban a la tierra para aplaudir cada una de sus genialidades. No gustaba de hacer prisioneros, ni de buscar aliados en el área, porque incluso más allá de los confines de la realidad, era capaz de arrancar desde cero y ponerse a cien en pocos segundos. Y allí, donde el motor y el viento se convertían en aliados del poderoso, era capaz de abrir bocas ajenas y de sellar los labios de sus enemigos, porque cada gol era un bocado de realidad y un proceso abierto hacia la locura.

Fue balón de oro cuando Europa dejó de ser un reducto propio y fue, sobre todo, embajador de un fútbol que dejó de ser exótico para convertirse en necesario. Aquella bestia que amargó la vida de tantos aficionados españoles cuando vivía su romance en París, se convirtió en exitoso rey del mundo cuando vistió la camiseta del poderoso Milan. Allí conoció lo máximo; la gloria, el anverso y el reverso. Después de aquello su luz se apagó despacio, pero dejando siempre la sensación de que podía haber sido el tipo más imparable del planeta.