La realidad y el deseo recorren líneas paralelas que raramente se 
confrontan. Son muchas las ocasiones en las que nos hemos querido ver 
sorprendidos por la pasión y lo que realmente nos interesa es el futuro 
menos inmediato. Los acontecimientos se valoran en la medida justa que 
ofrece su determinación y por más que nos quieran vender veneno en 
frasco de perfume lo que realmente queremos es rociar la piel y no 
tragar cicuta en cristal de bohemia.
 España llega a Francia en plenitud
 física. Con muchos de sus mejores jugadores en un estado de forma 
sensacional y, sin embargo, son pocos los realmente ilusos que siguen 
pensando que hoy puede ser el partido de sus vidas. Con el grueso de la 
temporada a la vuelta de la esquina, se hace extraño querer pensar que 
lo de hoy será una batalla por más que la propaganda le quiera quitar el
 calificativo de amistoso al partido.
 No imagino piernas fuertes, ni disputas a cara de perro, ni mucho menos
 una afrenta por resultados anteriores. Jugarán dos grandes equipos, dos
 de las potencias en ciernes del fútbol actual que, en otras 
condiciones, querrían dilucidar su verdadero potencial si no fuese 
porque durante los próximos treinta días se jugarán la vida por 
demostrar al mundo que el suyo, a nivel de club, es el mejor equipo del 
mundo. Quien paga manda y sabemos, de cierto, que a Roma no le gusta 
pagar traidores. No digo que no quieran jugar, no digo que no les 
apetezca hacerse goles entre ellos y, como dijo Griezmann, poder 
vacilarse tras el duelo. Lo que pienso, realmente, es que no será más 
que un amistoso porque a estas alturas los soldados, inmersos en su 
guerra, estarán más pendientes de otras batallas.

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