Los retos mayúsculos, para los equipos de menor calado, son un arma 
de filo endeble puesto que, más allá, del orgullo, ponen en juego el 
factor de la historia y el de la memoria eterna. Los retos mayúsculos 
motivan por el mero hecho de su poder implícito, de su seducción 
inherente, de su condición enérgica.
 Es duro ser del Espanyol en 
una ciudad donde un equipo lo acapara prácticamente todo. Yo, que 
durante mi vida he apoyado el segundo equipo de mi ciudad, puedo llegar a
 comprender el ninguneo mediático al que
 está sometido un equipo que sobrevive a base de migajas y de complejos 
adquiridos por el menosprecio ajeno. Pero, aunque mi visión de la lucha 
pueda tener una connotación un tanto épica, no es comparable la 
situación histórica de mi equipo, más acomodado tradicionalmente en la 
élite de lo que lo ha estado el equipo perico y, aunque sigue tras la 
estela eterna de un cacique que busca la acapararlo todo, se ha dado el 
gusto de, durante las últimas temporadas, seguirle el pulso a su vecino 
aunque en ocasiones haya terminado con el brazo partido.
 Así pues, por el placer del desquite y por la oportunidad histórica, el
 Espanyol se encuentra ante la oportunidad de vengar todos sus agravios.
 Se le va a hacer largo, porque juega contra un equipo en racha, porque 
se enfrenta a un estilo de juego preciso y veloz, porque visita un 
mausoleo que devora víctimas y porque enfrente, que nadie lo olvide, 
estará el mejor jugador del mundo; ese tipo que cobra víctimas como 
quien produce barras de pan. Y no hay nada peor para el vasallo que el 
de enfadar al caballero y a todas sus huestes.
Le queda la bala de la ilusión, la esquirla de la pasión y la mentalización del sufrimiento. Si encaja un gol rápido, la misión puede convertirse en un tormento y la condena en una tortura. Si sabe jugar sus cartas, quien sabe, aunque la mística exija perfección y ni aun con ella está asegurada la recompensa, quizá sepa tocar la flauta y subirse al lomos del dragón. Domesticar su fuego, refrenar su impulso y estrangular su instinto, serían tarea imposible si no existiese esa mínima oportunidad de resarcimiento que otorga el gol postrero de la ida. Las misiones, no por imposibles, dejan de ser mínimamente factibles. Puedo imaginar el sentimiento, el dolor de estómago y la sensación de claustrofobia, hoy, de cualquier seguidor perico. Yo lo he sufrido durante muchos años en mis carnes. Lo que nos hace distintos es que, ni aún en la derrota, somos incapaces de sentir amor por la vida fácil. La épica, por imposible, nos seduce mucho más que la mera victoria.
Le queda la bala de la ilusión, la esquirla de la pasión y la mentalización del sufrimiento. Si encaja un gol rápido, la misión puede convertirse en un tormento y la condena en una tortura. Si sabe jugar sus cartas, quien sabe, aunque la mística exija perfección y ni aun con ella está asegurada la recompensa, quizá sepa tocar la flauta y subirse al lomos del dragón. Domesticar su fuego, refrenar su impulso y estrangular su instinto, serían tarea imposible si no existiese esa mínima oportunidad de resarcimiento que otorga el gol postrero de la ida. Las misiones, no por imposibles, dejan de ser mínimamente factibles. Puedo imaginar el sentimiento, el dolor de estómago y la sensación de claustrofobia, hoy, de cualquier seguidor perico. Yo lo he sufrido durante muchos años en mis carnes. Lo que nos hace distintos es que, ni aún en la derrota, somos incapaces de sentir amor por la vida fácil. La épica, por imposible, nos seduce mucho más que la mera victoria.

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