A menudo dibujamos héroes hercúleos, tipos de fantasía que gobiernan 
la imaginación a golpe de 
martillo y a la velocidad de la luz. A menudo 
olvidamos que los verdaderos héroes no son los que dibuja la mente si no
 los que permanecen en la memoria. A menudo olvidamos que nuestra 
pequeña historia está compuesta por las vivencias de pequeños héroes que
 nos fueron convirtiendo en lo que somos hoy en día.
 El Atleti de hoy, más allá de desdibujes e imprecisiones, es un equipo reconocible
 en cuanto al ardor guerrero y la ilimitada necesidad. No siempre fue 
así, los que hoy seguimos discutiendo con nuestra propia voluntad de 
creencia, seguimos siendo cafres de la ambición porque tememos que, en 
un minuto u otro, todo se vaya al traste con un gol en el último minuto.
 La idiosincrasia del atlético está marcada más por la desgracia que por
 el éxito, pero si seguimos de pie, erguidos y completamente intactos, 
pese a los rasguños, es porque seguimos conservando el orgullo de 
quienes nos enseñaron a masticar chapa con dientes de  acero.
 Tipos como Panadero Díaz, un héroe de antaño, un tipo de roca caliza 
que silbaba al viento con su zurda y contraponía su carácter con bellos 
centros desde el lateral. Acostumbrado a la épica, el lateral argentino 
exportó contundencia y oficio a un fútbol que adolecía de intensidad. 
Aquellos yugoslavos, aquellos turcos y aquellos escoceses volaron por 
los aires atormentados por la opulencia competitiva de un tipo nacido 
para ganar. Cuando el pitido final sonaba y la camiseta volaba hacia un 
rincón del vestuario, el tipo seguía siendo el mismo hermano de siempre 
para sus compañeros. Un hombre de lealtad. Un jugador de vestuario.
Con la muerte del Panadero, el espíritu del Atleti pierde uno de los botones más firmes de su historia. El hombre que no estuvo allí, en Bruselas, aquella fatídica tarde de mayo, para impedir, piernas por delante y corazón en la boca, que aquel alemán de nombre impronunciable pudiese chutar desde su casa. Lamentaciones aparte y fábulas en la basura, basta recordar el legado de su fútbol en la mente de quienes aún lo recuerdan. Y es que los verdaderos héroes, aquellos que escriben las páginas de nuestro a día a día, no son aquellos que gobiernan en nuestra imaginación, sino quienes lo hacen en nuestra memoria.
Con la muerte del Panadero, el espíritu del Atleti pierde uno de los botones más firmes de su historia. El hombre que no estuvo allí, en Bruselas, aquella fatídica tarde de mayo, para impedir, piernas por delante y corazón en la boca, que aquel alemán de nombre impronunciable pudiese chutar desde su casa. Lamentaciones aparte y fábulas en la basura, basta recordar el legado de su fútbol en la mente de quienes aún lo recuerdan. Y es que los verdaderos héroes, aquellos que escriben las páginas de nuestro a día a día, no son aquellos que gobiernan en nuestra imaginación, sino quienes lo hacen en nuestra memoria.

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