Cuando la puerta está cerrada, cuando los diques son firmes, cuando 
el vallado recorre el campo de extremo a extremo, se necesitan tipos de 
condición firme y pasión decidida para que, consagrados por su talento, 
sean capaces de derribar los muros y hacer estallar las contenciones 
preestablecidas.
 Cuando uno ve conducir la pelota a Marco Asensio
 no puede más que sentirse atraído por una fuerza sobrenatural. Su 
verticalidad agita la cordura y su precisión descoloca cualquier predisposición;
 por tipos como él el fútbol es un deporte tan imprevisible. Puedes 
mimetizar cada detalle, analizar cada pulso y prever ciertas 
contradicciones, pero cuando el talento superlativo aparece, solamente 
te queda aplaudir e intentar comenzar de nuevo.
 El fútbol es tan antiguo en su condición como sencillo en su 
concepción. En la teoría, se trata de pasarle la pelota al compañero 
mejor colocado. Lo que para muchos es puro oficio, muchos otros lo 
llevan más allá. Los tipos elegidos, esos que desbordan talento en la 
conducción, son hábiles en el remate, precisos en el centro y letales en
 el remate, viven siempre dos pasos por delante del resto porque saben 
lo que van a ejecutar un segundo antes de percibir el aliento del rival.
 Esa intuición los hace diferentes. Esa armonía les convierte en tipos 
señalados para la gloria. Si el asombro es el circuito cerrado donde se 
materializan las fantasías, Marco Asensio es un artesano de la impresión
 porque en cada detalle deja la estela de un sueño recién cumplido.

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