En la sencillez está el secreto. En parecer que parezca sencillo, en 
hacer creer que no estás cuando realmente están en todos los sitios, en 
convertirse en indetectable sin la pelota y en imprescindible en el 
juego de equipo. Toca y vete, dicen los cánones. Toca, vete y busca el 
espacio. Y así una y otra vez.
 Cuando el Betis perdió a Ceballos,
 fuimos muchos los que creíamos que había perdido la brújula sobre la 
que asentar el proyecto. Los que creíamos en el fútbol de Setién como
 un juego de salón, sabíamos que de sus intenciones sobrevivirían 
grandes minutos de juego, pero que el pilar fundamental había 
desaparecido. Había dudas sobre el estado de forma de Guardado y alguna 
confianza en el poderío llegador de Víctor Camarasa, pero nadie esperaba
 que el juego del equipo terminase flotando sobre la espalda de un 
chaval con personalidad de acero.
 Fabián hace sencillo lo complicado. Conduce entre líneas para romper la
 presión, no entra al choque porque prefiere descargar y volver a 
aparecer cerca del área; allí, suele resolver de la mejor manera; a 
banda, al hueco o buscando una pared. En el mejor de los casos, dispara 
con lucidez porque confía en sus posibilidades. Es un tipo listo que, 
alejado del estilo rococó de Ceballos, busca un fútbol más neoclásico. 
En la jungla de la condición física, aparece un instante y vuelve a 
desaparecer. Y cuando crees que le ves, como dice la canción, hace 
“chas” y aparece a tu lado.

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