miércoles, 25 de julio de 2018

Balones de oro: Bobby Charlton

Hay un poso de grandeza en las imágenes más crepusculares. Cuando Bobby Charlton y Bill Foulkes acudieron a abrazar a Matt Busby, aquel abrazo llevaba consigo más lágrimas por el recuerdo que alegría por el éxito. El Manchester United acababa de ganar la Copa de Europa y, sin embargo, dos de sus jugadores no podían dejar de pensar en algunos de sus excompañeros.

La vida de los hombres es el camino de la voluntad. El talento de Charlton le hizo debutar como profesional con tan sólo diecinueve años. Como si de un guiño del destino se tratase, el rival fue el Charlton Athletic a quien su "tocayo" anotó dos goles. Meses después, aún siendo un imberbe juvenil, le llevaron a jugarse la vida en uno de aquellos amistosos de antes en los que el orugullo y el barro valían más que los títulos. Inglaterra le ganó a Escocia en Hampden Park y el joven Charlton anotó un gol. "Aún recuerdo el sonido del balón golpeando la red", rememora. "Después, sólo se escuchó el silencio".

Su carrera, desde aquel frío día de 1956 hasta la primavera de 1973, en la que vistió por última vez la camiseta del Manchester United, estuvo sujeta al aplauso y al reconocimiento. El silencio vino después. Un año después de su marcha, el United descendió a segunda y dejaba atrás la estela de un equipo irrepetible.

Pero aquel equipo irrepetible tuvo más trabas que caricias en el camino. Charlton, futbolista por genética más que por vocación (cuatro de sus tíos y un primo hermano de su madre fueron futbolistas profesionales), se convirtió en el líder de un equipo que hubo de transformarse desde la desgracia. La evolución del equipo se marcó en su propia evolución; comenzó jugando como extremo izquierdo y, cuando las necesidades del grupo le obligaron a tomar responsabilidades, acudió al centro del campo y se convirtió en el mejor futbolista de su país.

Y fue con la camiseta de su país, Inglaterra, con la que se coronó como rey de reyes. En su tercera participación en un mundial (acudió a un total de cuatro), Charlton, organizador total y comandante en el juego, condujo a su equipo a la gloria. Campeón del mundo. Los sueños del niño se hacían realidad, la recompensa del hombre se fraguó en reconocimientos.

En la final, marcado por Beckenbauer, no pudo desplegar su fútbol, pero su trabajo defensivo produjo el efecto pantalla; la estrella alemana tampoco pudo destacar en el partido. Aquella anulación mutua convirtió el partido en un correcalles de diez contra diez donde las estrellas se miraban a los ojos y los subalternos jugaban a coronarse. Aquel reconocimiento como estrella le llegaba en su mejor momento, pero sobre todo, le llegaba cuando más lo necesitaba. Siempre fiel a su United, con el que llegó a disputar setecientos cincuenta y ocho partidos, tuvo que verse abocado, en cada momento álgido, al segundo plano de la fama. Cuando Busby montó su guardería personal, todos alababan el talento inconmensurable de Duncan Edwards. Y Charlton, juvenil y precoz, miraba de soslayo a su líder y aprendía cada lance con el ardor del deseoso. Más tarde, cuando Busby reconstruyó al equipo de sus cenizas, el mundo quedó boquiabierto ante el descaro de un tipo que se comía el césped; se llamaba George Best, y mientras el irlandés caía a los infiernos, seguía siendo Charlton quien recogía los pedazos y se mantenía firme sobre el césped.

Ni siquiera en su selección, pese a ser la estrella, contaba con el privilegio de la capitanía. Aquel era el equipo de los Bobby, y mientras el coloso defensivo Bobby Moore levantaba la copa al cielo, el sigiloso Bobby Charlton observaba satisfecho la recompensa de su esfuerzo. Un esfuerzo que le condujo a anotar ciento noventa y ocho goles en la liga inglesa, siendo el segundo máximo goleador de la historia del Manchester United, sólo superado por Wayne Rooney, el único futbolista capaz de superarle, además, como máximo goleador histórico de la selección inglesa.

En una época en la que el dominio del fútbol inglés se ganaba a cara de perro (hasta once equipos distintos ganaron la liga durante sus diecieste temporadas como red devil), Charlton y su United levantaron la copa de campeones en tres ocasiones, amén de la FA Cup de 1963 ganada al Leicester de Gordon Banks. Fueron años de gloria compartida y éxitos ganados a base de esfuerzo y sueños. Muchos sueños. Fue por ello que Charlton, agradecido al esfuerzo de la grada, bautizó a su estadio, Old Trafford, como "El teatro de los sueños".

En 1970, tras caer eliminado en los cuartos de final del mundial, decidió abandonar la selección inglesa. Atrás quedaba la carrera gloriosa de un caballero rubio que galopaba sobre el césped con la bravura de un capitán. La gloria de aquella final del sesenta y seis se la había llevado Hurst, pero todos sabían que aquel era el equipo de Charlton. El jugador que volvería a triunfar en Wembley dos años más tarde, anotando dos goles en la gran final y coronando a su United como primer equipo inglés campeón de Europa. Aquello compensaba el sufrimiento, que no el dolor. Los años de plomo, los días grises, los llantos a escondidas. El pelo quemado, el cuerpo magullado, una cama de hospital, una promesa cumplida.

Se puede decir de Charlton que fue el tipo que resituó a Inglaterra en el mapa futbolístico. Tras unos años inócuos, la selección volvía a brillar y su club volvía a gobernar. Dice que aprendió a ganar después de ver la exhibición del gran Garrincha en aquel partido que les eliminó en 1962. Lo cierto, es que él ya había empezado a brillar desde que Busby le diera la alternativa y le dejara disputar los últimos catorce partidos de la temporada 1956-57. Aquello fue fascinante. El chico era descarado y prometedor. Muy prometedor. Anotó diez goles y ayudó a su equipo a repetir el título cosechado durante la temporada anterior.

Y es que Charlton era dueño de una pierna derecha prodigiosa. Su certero disparo le ayudaba a anotar en las situaciones más comprometidas y su desplazamiento de balón le ayudaba a desahogar el juego en las situaciones más difíciles. Aquel equipo campeón había sido derrotado por el Real Madrid en las semifinales de la Copa de Europa del año anterior. Charlton tenía diecinueve años y había observado el juego de Alfredo Di Stéfano. Quedó impresionado. Eso era lo que él quería llegar a ser. Y de alguna manera, aunque en menor escala, lo consiguió. En 1966 fue galardonado con el Balón de Oro y dos años después, liderando la Santísima Trinidad del United (Best, Charlton y Law), asaltó el Santiago Bernabéu cobrándose la venganza que el destino les había impedido lograr.

Aquella gran época, sin embargo, se fue convirtiendo en su canto del cisne. Desde el título del sesenta y siete, el United estuvo veintiséis años sin conquistar la liga y la selección inglesa, además, inició un descenso a los infiernos que dura hasta el día de hoy. Descenso que se inició en el partido de cuartos de final del mundial de 1970 ante Alemania. Aquel día, con dos a uno a favor y sólo veinte minutos por delante, Alf Ramsey decidió sacar a Bobby Charlton del campo. Fue su último servicio como internacional. Pero lo que llegó después fue el drama. Seeler empató en el último minuto y Alemania se impuso en la prórroga. No ha vuelto a haber una selección inglesa igual.

Una selección en la que Charlton anotó cuarenta y nueve goles. Cuando Gary Lineker dejó el equipo inglés con cuarenta y ocho goles en su casillero, declaró que le alegraba no haber superado a Charlton, porque, "sinceramente, Bobby fue mucho mejor futbolista que yo". En la sinceridad de los hombres vive el valor de sus palabras. Charlton, hombre y héroe, fue nombrado Sir por la reina Isabel en 1994. Era el último reconocimiento al hombre que había encumbrado el fútbol inglés.

Lo había hecho en el cénit de su carrera. El mundial celebrado en su país le pilló con veintiocho años, en plena ola del éxito. Ya había saboreado la gloria del gol en el campeonato mundial en Chile, cuatro años atrás, cuando había perforado la portería argentina, pero aquello fue un amago que no se concretó. En Inglaterra, sin embargo, la selección local se vino arriba conforme fueron pasando los partidos. Tras un cero a cero inicial ante Uruguay que sembró el ambiente de dudas, un magnífico gol de Charlton ante México abrió el camino de la confianza. El equipo se sintió liberado y soltó las riendas. Y fue contra Portugal, comandada por el inconmensurable Eusebio, cuando Charlton destapó el tarro de sus mejores esencias. Fue un partido colosal rubricado con dos goles que puso a su equipo en su primera final y a los corazones ingleses en el umbral de un sueño.

Atrás quedaba las primeras patadas a una pelota desvencijada, en el jardín de su casa, junto a su hermano Jackie (también futbolista profesional y campeón del mundo), los primeros goles en el equio del colegio y el día en el que, con dieciséis años, Matt Busby le había sacado de las aulas para ofrecerle el contrato de su vida. Y atrás quedaba también, parecía que más lejos aún de la infancia en Ashington, el día en el que el avión "Elizabeth", de la British Airways, decidió no despegar en el aeropuerto de Munich, dejando, sobre la pista, un reguero de muertos. Un grupo de compañeros de equipo que no regresaron a casa. Un equipo destrozado, un equipo castigado por la tragedia. Y un reto pendiente en el horizonte. El reto de Matt Busby fue el reto de Bobby Charlton. Volver a crecer, volver a ganar, volver a triunfar. Por ello hay un poso de grandeza en las imágenes más crepusculares. Cuando Bobby Charlton y Bill Foulkes acudieron a abrazar a Matt Busby, después de conquistar la Copa de Europa de 1968, aquel abrazo llevaba consigo más lágrimas por el recuerdo que alegría por el éxito. El Manchester United había alcanzado al cima y, sin embargo, dos de sus jugadores no podían dejar de pensar en algunos de sus excompañeros.

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