viernes, 27 de julio de 2018

Pichichis: Mundo

La guerra había desolado España, las disputas habían dividido el país, el odio había envenenado el ambiente. El fútbol, una vez más, como escaparate conciliador, intentaba hacer olvidar las rencillas en un espectáculo de noventa minutos. Pan y circo. Opio para el pueblo. El estadio de Mestalla, tantos meses cerrado, acartonado por las circustancias, vuelve a abrir sus puertas en la primavera de 1939. Llega Osasuna de Pamplona, pero el rival no es el equipo local. Es un partido de exhibición entre el equipo navarro y los soldados del batallón "Recuperación de Levante". Se trata de odar la gloria de la victoria, de aplaudir el valor de los vencedores. Papelillos y propaganda. Populismo y engaño.

Los soldados ganan y agradan. Entre ellos destaca un tipo peculiar. En una España de hombres bizarros y chaparros, el delantero centro es un hombre corpulento capaz de ganar cualquier salto. Se adorna con dos goles. Alguien pregunta su nombre y le dicen que se llama Edmundo, pero que todos le conocen como Mundo. Muy bien, observa el secretario técnico del Valencia, le ficharemos.

Pero el fichaje no es fácil. Resulta que el chico tiene firmada una cesión con el Baracaldo pactada tres años antes. Alguien intenta buscar un recoveco. El chico es del Athletic, sí, pero cuando firmó sus contratos, Bilbao era zona republicana. Es un régimen inválido, es un contrato inócuo. Y lo consiguen. El régimen mueve sus hilos, ávido de ver a los equipos de las ciudades fuertes en lo más alto del escalafón. La operación es un éxito y Mundo, que juega durante toda la década de los cuarenta en el Valencia, se convierte en el máximo goleador histórico en liga del equipo Ché.

Son ciento noventa y un goles en liga repartidos en once temporadas. Unos números de asombro. Números que ya apuntaba en su cuenta cuando jugaba en el modesto Lejona de Baracaldo, justo antes de que el Athletic se fijase en él y tuviese que renunciar a su evolución por el estallido del conflicto bélico. Once temporadas gloriosas que se cortaron el día que el hombre se sintió anciano. Fue entonces cuando habló con Luis Casanova, el presidente, y le pidió salir. Valencia ya no me necesita, pero yo necesito el fútbol. Jugó un año más, en Alcoyano, pero sus piernas le dijeron que se marchase antes de verse abocado a la inutilidad.

Su historia futbolística había empezado unos años atrás. Era apenas un adolescente cuando su padre falleció y se vio obligado a dejar los estudios para llevar un trozo de pan a casa. Fue contratado como aprendiz de tornero y tuvo la suerte de tener un jefe apasionado por el fútbol. En los partidos que los empleados jugaban los domingos en las viejas campas, Mundo destacaba por encima del resto. Había un contacto de un contacto que tenía relación con el Athletic. Le ficharon. Pero no llegó a debutar con ellos en partido oficial. No era su destino. El hombre, contundente como pocos, se convirtió, con los años, en el puntal de ataque de una delantera histórica que en Valencia bautizaron como eléctrica. Aún hay quienes la recitan de memoria. Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza.

Fue la gloria de tres ligas y dos copas del Generalísimo. La gloria del mejor Valencia de la historia. O al menos uno muy grande. En aquellos años, Mundo es dos ocasiones máximo goleador de la liga. Las dos veces con veintiocho goles en veintiséis partidos. La media habla de la capacidad goleadora de los delanteros de la época y, sobre todo, de la condición atacante de los equipos. Es un carácter, el suyo, de lo más peculiar. El mismo que no llegó a convencer al extinto entrenador del Athletic William Garbitt para hacerle ficha con el primer equipo bilbaíno, el mismo que, años más tarde, le obligó a coger las riendas de un Valencia en la deriva para sentarse en el banquillo y hacerlo campeón de Copa. Aquel fue el último acto de servicio al club de su vida.

Y eso que su padre no quería que fuese futbolista. Pero el chico tenía aptitudes, nadie lo podía negar. Por ello su madre, casi en secreto, le compró unos botines. Y el niño, tan feliz, bajaba a la campa a anotar goles por escuadras imaginarias. Su potencia física le hacía imponerse en el área, su carácter batallador le hacía imponerse en los partidos. Fue sólo tres veces internacional. Era una época en las que las selecciones apenas jugaban media docena de partidos al año y la competencia, además, era feroz. 

Pero el seleccionador, animado por el hecho de jugar en Valencia, le convocó para un partido ante Suiza. Aquello fue el apoteósis de la ciudad. Mundo anotó dos goles e hizo las delicias de los presentes. Anotó un gol más, ante Alemania, pero no volvió a ser llamado. Tampoco aquello cortó su trayectoria, la de un goleador colosal. El hombre alto y corpulento que anotó doscientos sesenta y gol goles con la camiseta del Valencia. Cifras de otro tiempo. Es el décimo máximo goleador histórico de la liga española y es, sobre todos, el máximo goleador histórico en liga con el Valencia. Y a ver quien es el valiente que consigue alcanzarle. En una época en la que los mercados mueven futbolistas como si de pesaje se tratase, resulta imposible imaginar a alguien alcanzando las cifras de Mundo. Mientras tanto, quedará el recuerdo y el reto. El de un Valencia muy grande, el de una ciudad que sigue soñando con tipos como él.

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