viernes, 28 de diciembre de 2018

El hombre que aguantó a Cruyff

Existen momentos puntuales que, aún realizados sin querer, cambian el rumbo de las personas y, por ende, el rumbo de un club o de una afición. Iniciar un ciclo ganador se basa en la apuesta por una idea y en la constancia por la reivindicación. Para ello, se necesita paciencia y fe, una para resisitir, la otra para seguir creyendo. Muchos abandonaron el barco antes de tiempo y otros, aún en sus peores días, se encontraron con un salvavidad inesperado. La historia del Barça se escribe con C de Cruyff, pero aquella letra pudo haber sido borrada antes de tiempo y hoy, probablemente, seguiría siendo aquel club lastimoso que peleaba su lugar en el mundo entre tierras infértiles.

Núñez fue un megalómano que entró en el fútbol como un elefante en una cacharrería. Quiso cambiar la fortuna de su equipo a golpe de talonario pero con un discurso plañidero. Se quejaba por todo; los árbitros, los horarios, los abusos federativos y, sobre todo, del centralismo. No supo curar la madriditis a pesar de que a Barcelona iban llegando, tal y como había prometido, los mejores futbolistas del mundo. Quini, Krankl, Simonsen, Schuster, Maradona y Lineker llegaron a la ciudad condal después de consagrarse como estrellas y, en la mayoría de las veces, terminaban marchándose como estrellados. La proposición era atractiva, pero el discurso era victimista. Entonces, cuando estaba contra las cuerdas, gastó su última bala y tiró de corazón para endulzar a la castigada afición azulgrana.

La opción de Cruyff era populista a todas luces pero tras ella ya no había colchón. Llegó a un acuerdo con el holandés y se fructificó una relación amor odio que duró ocho año. Tú me apoyas, yo te apoyo. El club, sumido en una crisis institucional sin precedentes, jugadores amotinados y aficionados indignados, apostó por la revolución y Núñez dejó que Cruyff fuese la cara visible de la misma. Hesperia mediante, tres cuartos de la plantilla fueron despedidos y se ficharon futbolistas con buen pie y poca historia ganadora. Se cambiaron las estrellas por las promesas, pero estas, como se pudo ver pronto, tampoco cumplían con las expectativas.

Porqué Nuñez aguantó las boutades de Cruyff se explica en dos momentos clave. El Madrid ganaba ligas pero seguía sin ganar en Barcelona y el Barça, más allá de los puntos perdidos, iba rascando títulos de manera progresiva. Ganó la Recopa en Berna y ganó la Copa en Mestalla. Aquel partido cambió el ciclo del fútbol español. Cruyff pasó de cuestionado a venerado y el equipo comenzó a funcionar como una locomotora. Cuatro ligas y una Copa de Europa después, la relación terminó por romperse de tanto tensarse. Núñez, que ganó fama como el hombre que fichó a Cruyff, terminó siendo el hombre que le despidió de la peor de las maneras.

La crisis posterior fue tan grande que terminó llevándoselo por delante. Van Gaal ganó ligas pero no pudo ganar el corazón y en su último intento por conquistar Europa fue avasallado por el Valencia y despedido entre pañuelos blancos de protesta. Se acabó una era y empezó otra mucho más escabrosa. El tipo que había roto los moldes institucionales, fue detenido por malversador y conducido a la cárcel por delincuente. Era un mal epílogo para un, a la larga, buen presidente. Cinco ligas y la ansiada Copa de Europa eran un buen aval. Sin embargo, siempre quedó la sensación de que el hombre tenía más en fe en sí mismo que en el propio equipo.

Atacado por la edad y los recuerdos, el fallecimiento de Núñez puso fin a una era en la que los palcos eran rings de enfrentamientos verbales y las emisoras eran un lugar para acusaciones veladas. Sin Gil, sin Mendoza y, ahora, sin Núñez, se marcha una era que quedará en el recuerdo para siempre. Cuando los futbolistas eran hombres y los presidentes eran tipos que presumían de billetes y logros. La gloria era para ellos y la culpa, siempre, del empedrado.

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