viernes, 15 de febrero de 2019

Señor

Si hay un futbolista asociado a un grito, a una voz, a un gallo mítico, a una afonía producida por el éxtasis, este es Juan Señor; centrocampista de ida y vuelta en un Zaragoza que vivía en primera y luchaba por la zona noble. Un capitán de los de antes, de los que juraban fidelidad a un club y se marchaban con la vitrina vacía pero con el orgullo pleno de satisfacción.

Señor era uno de esos esforzados de la causa que añadían siempre una gota de sudor más al presupuesto anticipado. Un futbolista de esos que llamaban escuderos porque permitían jugar al tipo que manejaba la brújula. Una función similar a la que hacía Víctor con Schuster en el Barcelona y que el capitán del Zaragoza hacía con Herrera o Güerri, porque al esforzado, aunque se le exige la mitad, generalmente suele ofrecer el doble.

Su polivalencia le permitió encontrar un hueco en el once de la selección española; generalmente como lateral, puesto que ocupó en sus inicios como zaragocista. Suyo fue el zapatazo que nos permitió soñar en una noche mexicana ante Bélgica y suyo fue, eternamente, el gol número doce ante Malta con el que España tumbó a los fantasmas y se permitió el lujo de sacar billete rumbo a la Eurocopa de Francia.

Allí jugó como interior, en un centro del campo entregado a la finura, comandado por Francisco y Gallego. Volvió a ejercitar la intendencia y volvió a encontrar el premio en una pila de elogios. Aunque se perdió la final, aquel equipo sigue siendo inolvidable. Entre el fracaso por el mundial de España y el casi agónico del mundial de México, hubo una generación que hizo soñar en grande a un país ávido de deseo. Y en aquel equipo lleno de estilistas y bombarderos del área, triunfó gente esforzada como Camacho, Víctor o Señor; hombres de otro tiempo que jugaban para otros pero que los otros nunca pudieron vivir sin ellos.

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