lunes, 8 de abril de 2019

Cómplices del odio

Hay un problema de defecto de forma a la hora de excusar ciertos comportamientos. Aquellos que buscan el aplauso antes que la verdad, siempre recurrirán a la tibieza porque prefieren las medias tintas a los chapuzones en negro. Hay más verdad en su silencio que en muchas frases porque, más allá de las consecuencias, las causas suelen derivar de una bolita de nieve que va convirtiéndose en alud a medida que va creciendo y nadie va siendo capaz de pararlo.

Tendemos a la justificación del insulto sólo porque, normalmente, una minoría no representa a una mayoría. Suele ser así, es verdad, pero cada vez que agachamos la cabeza y quitamos importancia porque esos tres tontos no nos representan, estamos dando pábulo a cada una de sus palabras. Pero más allá del altavoz anónimo, es necesario un alatavoz cualificado para poner rostro a la indignación. Si alguien que sí nos representa dice lo que realmente queremos oir, entonces damos por sentado que el debate se aposenta sobre el valor de los cobardes. Más allá del insulto, muchos de ellos se escudan en el poder de la jauría para poder ladrar sin impunidad.

Cuando Moise Kean corrió a celebrar un gol bajo la grada más radical del Cagliari, lo hizo cegado por la ira y conducido por la rabia. Durante el partido, un grupo muy numeroso de hinchas le había abucheado por el simple hecho de tener la piel negra. El hecho, que sería catalogado como indignante por cualquier ciudadano cívico, fue convertido en tibia disculpa después de que Bonucci cargase parte de la culpa en la actitud de su compañero. En la lucha contra estos descerebrados, o estás completamente en contra o no existe disputa social. Porque cuando otorgas una disculpa estás otorgando vía libre a que vuelvan a repetir la estupidez.

La permeabilidad solamente añade permisibilidad a sus actos. Estoy seguro de que Bonucci ha sabido rectificar consigo mismo y, sobre todo, con su compañero, porque de no ser así, se estaría convirtiendo en cómplice de alguien que acude a un recinto deportivo olvidando todos los valores que deben ir implícitos en el deporte. El racismo no es respeto, ni solidaridad, ni deportividad, ni, mucho menos, compañerismo. Todo lo que está fuera del espectro donde conviven estos valores, no es deporte, sino odio. Algo tan vomitivo como triste. Tan desasosegante como desgarrador.

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