martes, 30 de noviembre de 2021

El más hábil

Detrás del sudor, del sofoco y del grito, se encuentra, escondido para muchos, el talento. Detrás del aplauso fácil, se encuentra el sonido de la admiración. Ese “oooo”, bien prolongado, que, precedido de un silencio, termina convirtiéndose casi en un himno para nuestra percepción sensorial. Cuando existe un futbolista capaz de ponernos los pelos de punta somos capaces de perdonar los pecados porque su expiación vive en sus pies de seda.

Los futbolistas de clase, generalmente, nos parecen lentos. Son trucos de prestidigitador. Realmente son más veloces que el resto porque piensan antes y mejor. Lo que sucede es que ejecutan con tal elegancia que nos hacen creer que lo suyo es fútbol a cámara lenta. Lo que muchos, casi con desprecio, denominan como fútbol de salón no es sino la sublimación de lo exquisito. Todo equipo necesita gladiadores, nadie lo niega, pero bendito aquel que cuente con un tipo distinto, uno de esos que, con un click, son capaces de virar el rumbo de una jugada.

La maravillosa historia de cuento que vivió el Leicester durante la temporada 2015 – 2016, estuvo impulsada por la bravura de tipos que no esconden nada; sudor, esfuerzo, personalidad, generosidad, apremio. Vardy, Drinkwater, Kanté o Allbrighton, eran tipos de perfil bajo que, gracias a su propia estima, se convirtieron en piezas imprescindibles para el líder de la Premier. Nadie hubiese podido imaginar la situación de aquel Leicester sin la presencia de alguno de ellos. Pero quien realmente sujetó la situación fue el genial Riyad Mahrez.

Mahrez, como Zidane, tiene sangre argelina que supura calidad suprema en cada acción de juego y, como Zidane, hace del control y la conducción un arte porque tiene pegamento en cada pie y un pincel en la punta de la bota. No voy a cometer la osadía de comparar a Mahrez con Zidane porque el actual entrenador del Real Madrid levantó al mundo de sus asientos durante una década y el futbolista argelino del Manchester City apenas lleva un lustro asombrando al personal, pero la relación les viene por su manera de mover el cuerpo, su manera de tocar la pelota y su manera de encontrar siempre un momento para la distinción.

Correrán mil opiniones sobre su forma de actuar porque, muy a menudo, los futbolistas distintos son mirados desde un tamiz mucho más exigente. Se les acusa de fríos, de locos, de irregulares. Incomprendidos les llaman. Cuando lo único que hay que comprender es que el fútbol es un deporte donde se corre, pero, sobre todo, es un juego donde, como en todos, termina ganando el más hábil.

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