miércoles, 17 de noviembre de 2021

Más allá de la repesca

De todos es sabido que la envidia es el deporte nacional. De todos es sabido que nos molesta más un éxito ajeno de lo que nos alegra una consecución propia. Todos sabemos cómo se las gasta el oportunista y en qué lugar vive el resultadista. Todos sabemos que estamos esperando el error como agua de mayo porque tras sus circunstancias viven nuestras opiniones. Y todos sabemos que nuestras opiniones, como una veleta, giran constantemente, pero siempre, a favor de viento.

Frivolizar es el arte de especular con el valor de las vanidades. En esa hoguera donde se queman los más fuertes y solamente los débiles se libran de su fuego, más por miedo que por capacidades, es donde suelen terminar todos los ídolos que queremos hacer caer con el simple valor de nuestra palabra. La sorna, ese dardo tan español que vive en boca de quien no conoce el valor del éxito, siempre tiene lugar en el fracaso. Cuando hay un éxito, rebuscamos en el cajón de los recuerdos para encontrar, si bien cabe, un momento en el que justificar nuestra incapacidad para responder.

Con Messi y Cristiano Ronaldo nos ha ocurrido algo demasiado preocupante como para considerarnos aficionados al fútbol. En la medida que en el análisis de afición no cabe el concepto de fanatismo, creo que nos hemos inclinado demasiado por el negro y por el blanco a la hora de analizar los éxitos y fracasos de los dos mejores futbolistas de las últimas décadas. Es como si en lugar de sentarnos a admirar su juego, su ambición y su talento, estuviésemos esperando a que metieran la pata para poder sacar el cinturón y arrear un par de correazos a nuestro dañado ego. La satisfacción de verlos sufrir antes que la admiración por verlos actuar.

Convendría no exagerar las burlas a Cristiano por su mal partido ante Serbia o los anteriores ante Liverpool o Manchester City. Si revisamos su palmarés y sus estadísticas, nos daremos cuenta de que ha dado muy pocos motivos para dudar de él. Si seguimos con la chanza y seguimos alegrándonos de cada error es posible que llegue el día en el que nos encontremos en su camino y nos deje con cara de tontos. Y entonces saldrán al paso los aduladores. Esos tipos que, como hienas, andan escondidos tras los matorrales deseando hacer carroña de cada bocazas.

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