martes, 6 de octubre de 2020

Carta de presentación

El Betis de Serra Ferrer era un equipo serio, que gustaba de juntarse en línea de tres cuartos y esperar el error para tirar contragolpes certeros. Para ello contaba con tipos como Jarni, Alfonso o Cañas, los encargados de meter el balón en el área para que Pier se gustase con su ritual de remates. Poco a poco se fue fraguando en un equipo fiable, incluso llegó a incorporar a Finidi y, con constancia y contragolpe, se plantó, por pleno derecho, en la final de la Copa del Rey de 1997.

Una temporada antes de fraguar aquel maravilloso equipo que quedó cuarto, empatado a puntos con el Súper Dépor de Rivaldo, y que se paseó en el Pizjuán con un memorable cero a tres que aún rechina en la memoria, el Betis quiso soñar en alto después de alcanzar la tercera ronda de la Copa de la Uefa, ganando con autoridad a equipos tan notables como Fenerbahce y Kaiserslautern. El rival, en la siguiente ronda, era el Girondins de Burdeos francés, que había ganado un puesto en la competición vía Copa Intertoto.

Los franceses había eliminado, con algunos apuros, al Vardar de Macedonia y al Rótor de Volgogrado, por lo que no se veía un rival importante para el Betis, pero lo que se encontraron lo sevillanos en Burdeos, el día veintiuno de noviembre, fue un equipo que mordía, que volaba, que combinaba con precisión. Dos a cero final y la sensación de que el resultado había sido hasta corto.  El Girondins de repente, era un equipo serio, un equipo fiable. Y lo era gracias a ese jugador con aspecto encorvado y calva incipiente que bailaba con la pelota y no daba un pase malo. Las cámaras le enchufaron media docena de veces, el locutor le llamaba Zinedine Zidane.

Todas las aspiraciones de remontada se le esfumaron al Betis en el minuto siete del partido de vuelta. Allí, un balón suelto, cayó a la espalda de la línea de flotación y, como un ángel caído, apareció Zidane para pegarla con la zurda con toda su alma. Parecía una locura, y así lo exclamaron todos, pero el balón bajó con nieve y, cuando menos se lo esperaba, Pedro Jaro lo vio dentro de su portería. Aquel gol, aquel zapatazo imposible desde el centro del campo, con su pierna mala, fue la carta de presentación de Zinedine Zidane. Quienes vimos aquel partido ni olvidamos su nombre ni olvidamos su juego. El Girondins avanzó hasta la final que terminó perdiendo contra el Bayern en la tanda de penaltis. De cara a la historia dio igual, aquel equipo había ganado un jugador de leyenda. El tipo que, dos años y medio más tarde, le daría a Francia la mayor conquista de su historia.



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