miércoles, 28 de octubre de 2020

El falso nueve

En la nomenclatura del fútbol moderno nos hemos acostumbrado a asociar ciertos aspectos del juego a estructuras posicionales, de esta manera, definimos al falso nueve como ese talento que juega en tierra de nadie y rompe las líneas desde la mediapunta para aparecer en el área como un goleador impúdico. Pero hubo un tiempo, un entrenador y un equipo que rompieron los moldes e iniciaron un proceso de reconversión que, como tuvo mácula de ganador, cambiaron los conceptos preestablecidos. Bill Shankly, además del padre de media docena de frases convertidas en ritos históricos, fue un magnífico entrenador que puso al Liverpool en el panorama internacional. Con él, los conceptos preestablecidos, eran simplemente eso, conceptos sin ningún arraigo personal. Por ello, en su cuatro, tres, tres, en su concepción del juego y en su ambición desmedida por mirar siempre hacia adelante con la pelota a favor, invirtió las pautas posicionales y colocó a sus hombres no por un número concreto en su camiseta sino por una cuestión de intuición propia. De esta manera, el número diez era el delantero centro, el once era un interior izquierdo o el seis era un pivote posicional. El número nueve no era, pues, más que una cábala a seguir y una posición a ocupar, en este caso la de extremo izquierdo con tendencia a enamorarse de cualquiera de las líneas de cal.

En un tiempo donde los jardineros no tenían tiempo para arreglar desaguisados y la meteorología era inclemente durante todo el invierno, Steve Heighway, con el nueve a la espalda, aprendió a conducir una pelota que no dejaba de dar saltos, a pisar un césped que se convertían en barro, a driblar a unos defensas que no hacían prisioneros. No era el más rápido, ni el más fuerte, ni el más goleador, pero manejaba las piernas y la cintura con la solvencia de un bailarín profesional. Lo suyo era regatear y lo hacía constantemente, durante todo el partido. Confiaba tanto en su habilidad que, al contrario que el resto de extremos que le hacían competencia internacional, no pedía la pelota al espacio sino al pie. Una vez con la pelota en su poder, encaraba, regateaba e iniciaba una carrera y una vez en marcha sus famosos zigzags terminaban atormentando a los cientos de defensas que trataban de pararle.

En una época donde la tecnología ha terminado dilapidando el recuerdo de las charlas de nuestros padres y la inmediatez la ha ganado al reposo, cualquiera que se atreviese a hacer una alineación histórica del Liverpool seguramente obviaría a aquellos tipos que, durante poco más de un lustro, levantaron cuatro Copas de Europa y seguramente no introducirían, como extremo titular, a ese tipo que llevaba el número nueve pero nunca jugó como delantero centro.

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